El miedo no es zonzo
¿Qué cosa tan terrible sucede en la realidad del hombre que no es capaz de sobrellevarla por sí mismo y necesita desesperadamente aferrarse a dioses, políticos paternalistas, talismanes, sacerdotes, drogas, creencias populares, familia y todo lo que de un modo u otro le garantice protección ante el hecho trágico de la vida o…de la muerte? ¿Qué es esa sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real (o imaginario) que lo acompaña, desde sus inicios como especie y que no pareciera suceder lo mismo (o con semejante intensidad) en integrantes de los demás órdenes del universo?
Veamos las reflexiones pasadas sobre el género humano:
Los primeros que tomaron conciencia del mundo físico y de la naturaleza y del lugar privilegiado que ocupaba el hombre, dentro de ese universo, fueron los filósofos pre-socráticos. Fueron también, en lo que se conoce, los primeros en preguntarse sobre su origen, su destino y sobre la función que vendría a cumplir a este mundo (si es que para eso hubiese venido)
Así
Anaximandro sostuvo que el hombre venía de otros animales (peces)
Heráclito y Parménides: Le reconocieron la capacidad del pensamiento.
Pitágoras: Habló de que el alma es inmortal y que el hombre está formado por dos principios: materia y espíritu. La transmigración de las almas de una especie a otra y que existe cierta afinidad entre los seres vivos.
Los sofistas: agregaron la opción de que el hombre podría tener capacidad de conocer la verdad en sus aspectos subjetivos u objetivos.
Demócrates: Especuló que el alma humana existe y está formada por átomos de fuego.
Protágoras: Sostuvo que el hombre es “la medida de todas las cosas” y es el que establece el mal, el bien, los valores, lo verdadero o lo falso.
En la cultura griega el hombre estaba sometido a un destino inevitable y era el único responsable como consecuencia de la libertad de que hacía uso. Por eso abundan en su literatura personajes-héroes que deben lidiar con su propio destino.
Sócrates considera que el hombre es capaz de obrar mejor de acuerdo a la mayor medida del conocimiento de sí mismo. Que el razonamiento llevado a la práctica cotidiana podía acercarlo o era lo que lo aproximaba a la perfección en el hacer.
Platón decía que el hombre cuenta con dos realidades: la material, sensible, refleja lo perfecto pero es imperfecta y la espiritual (alma) que pertenece al mundo de las ideas y es perfecta (mito de la caverna) Al encarnar en un cuerpo, el alma humana pierde el conocimiento primigenio y debe volver a adquirirlo (o recordarlo) al contacto con el mundo sensible.
También creía en la trasmigración de las almas.
Aristóteles por su lado considera que el hombre está formado por cuerpo y alma (unidad) ya que esta última necesita del primero para cumplir sus funciones.
A partir de estas posturas el mundo a generado infinidad de filósofos que además de buscar la sabiduría (sin encontrarla por lo que aparenta ser) han buscado, también sin resultado, explicar el origen del hombre, su devenir último y el modo de vencer el imbatible miedo a la muerte y a la existencia.
En esa sencilla conclusión es que justificamos la construcción de fastuosas catedrales o templos religiosos en las distintas culturas y ángulos de la tierra, de menor status pero no por eso con menos adeptos, el pulular de trapos rojos del Gauchito Gil, a lo largo y a lo ancho de nuestras interminables rutas, grutas de santos, aguas milagrosas, adicciones varias, inocuos curanderos presenciales o a distancia y toda esa movida que manejamos y nos acosa cotidianamente, como “escuchar llover” de tan repetida.
A pesar de que la ciencia lo ha mostrado y demostrado ampliamente, es difícil entender al fenecer como un proceso natural de la vida. Mientras unos lo viven como una obsesión otros consiguen llevar la idea con cierta mesura y hasta jugar bromas al respecto (depende también de la cultura en que nos hemos formado y de la época en que ha transcurrido la vida del aspirante a dejar este mundo)
Lo cierto y lo concreto es que sea o no, un decantar ordinario de la biología, nadie desea llegar a ese momento y que antes de que se consuma la innombrable, “el miedo no es zonzo” y muchos recurrimos a la orientación de especialistas o a algunos métodos menos científicos, ya mencionados en párrafos anteriores.
Por último y finalizando estas compungidas reflexiones que nos quitan el sueño más de una vez, ocasionando las desdichadas horas en que recordamos la realidad, no podemos desde nuestro modesto puesto de opinadores, ofrecer alternativas que no hayan sido ya sugeridas por reconocidos pensadores de la humanidad. Sin embargo, un buen vinito de vez en cuando, unas horas de sexo memorable, dos libros, música, una refrescada de los pies en el río, quizás sean, en cierto modo, una buena manera de llegar al tan mentado suceso, con mayor satisfacción y serenidad.
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