Es la hora
Amaneció, aunque permanece oscuro: la densa lluvia impide apreciar la claridad del día. El cielo encapotado le da la apariencia de día de funeral.
Desde anoche tengo mis cosas cuidadosamente apiladas en un rincón de la sala, junto a la puerta. Espero que amaine el vendaval para introducirlas en el auto.
Costó años soltar las amarras y tomar la decisión definitiva; cuando la situación se tornó insostenible el panorama pareció despejarse y llegó un momento en que todo empezó a encajar como piezas de un rompecabezas. Cuando las condiciones parecieron propicias para la partida, escuché una voz que susurró desde mi interior: “Es la hora: ¡ahora o nunca!”
No recuerdo desde cuándo ni cómo sucedió, pero nuestra relación, desde hace años, estaba de mal en peor. El amor de ayer sucumbió y fue sustituido por un sentimiento de tolerancia recíproca. Malquerencias, silencios y mezquindades se hicieron presentes cada vez con mayor frecuencia, profundizando el foso de las contradicciones.
De la misma manera que nace la química del amor, la atracción física, el flechazo inesperado, sin saber de dónde surge ni hacia dónde nos lleva, también nace el desamor, la desidia y el dolor, y con frecuencia ignoramos cuál fue la gota que rebosó la copa. Nace y acaba el amor. Se nos muere y los agravios nos amargan la existencia.
La lluvia disminuyó y un vecino solícito me ayuda a transportar las cajas hasta el estacionamiento. Luego se despide con un gesto solidario, sin aludir a la situación. Coloco mis libros en el baúl, mis ropas en el sillón trasero. Llevo mis sueños conmigo en el asiento delantero.
Cuando abordo el vehículo, oteo por última vez la fachada de la casa y la veo que sigue mis movimientos tras los cristales, e intuyo una sonrisa de alivio y de satisfacción en su rostro.
Al emprender el viaje sin retorno también sonrío complacido. Unos niños del vecindario me saludan, a manera de despedida.
Observo que el cielo se ha despejado y está exento de las negras nubes. El sol asoma tímidamente su faz, allá en lontananza, y se aloja en mí la certeza de que el día sombrío ya pasó y que la claridad que ahora ofrece me acompañará hasta que llegue a mi destino y más allá.
Alberto Vásquez. |