Desde la vertiente,
junto al agua fría cubierta de hojarasca,
el rumor de las curvas liquidas en las rocas,
de los insectos pululando,
amontonándose en las orillas,
el follaje de los arbustos cayendo hacia las aguas,
las ramas tocando la suave superficie,
haciendo líneas inocuas… dibujando movimientos,
que se extinguen en los remansos.
Miles de partículas trazando rayos de luz.
El viento absoluto en lo alto,
recio crujiendo en los arboles,
mecidos lentos… vivos.
Y un silencio tenue,
extraño aun salvaje,
acosando entre el misticismo y la soledad,
del paisaje recóndito,
en el interludio invisible,
de una amenaza escondida,
locuaz de brisa y humedad,
como una mirada tras la espesura,
ajena,
oscura,
a la espera del tiempo ingenuo,
del enamorado de las fragancias visuales.
La bestia en lo hermoso,
la celada en el paraíso,
el mortal deseo…
pensar que en lo bello no hay peligro.
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