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No me acuerdo como lo conocí, en realidad, nunca le había prestado mucha atención. No tenía un radar para los chicos malos, ni los atractivos, no tenía un radar para los chicos.
Tan casada estaba que el mundo masculino había desaparecido, como no importa ya el secundario cuando uno ingresa a la facultad, como no importa nada del pasado porque todavía no se conoce la nostalgia.
Jamás hablamos demasiado y sin embargo volvía cada tanto con ese mecanismo insistente que lo sacó de la invisibilidad.
Tomamos un café? Me había invitado una mañana anónima, y yo que no tomó café, ni frecuento bares, ni acostumbro decir que sí a los hombres sucumbí a su desparpajo.
Al tiempo compartíamos escapadas, el silencio cómplice de desvestirnos en hoteles baratos. Al tiempo desabrochaba mi corpiño urgente y se hundía entre mis pechos, amontonaba palabras de sexo y se balanceaba dentro de mi cuerpo llenando cada recodo con su apuro.
Tenía la mirada caliente, las manos ávidas, la piel firme. Se desvestía con la misma insolencia con que me sacaba la ropa y se reía a carcajadas.
Nunca supe bien cuando cumplía años, como no me preguntó cuál era mi libro preferido. No había charlas profundas ni ansias de controlarnos, sólo el apremio por recorrer nuestros espacios, llenarlos, sacudirlos y dejar cada poro excitado.
Debía ser algo pasajero, una fiebre escandalosa por una mujer casada, ajena, mayor, pero duró mucho tiempo. Tanto que la palabra amante quedó vacía, como ocasional. Tanto que las ausencias se convirtieron en faltas y el deseo en ansiedad. Habíamos descubierto el paraíso clandestino, ese que sólo visitan los que se aventuran más allá de las convenciones.
Yo tenía mi otro mundo, el universo de la rutina paralela… el trabajo, la casa, los chicos, el control remoto cuando todos me abandonaban. Esa lenta placidez cimentada en la inercia. No me preguntaba, no me respondía arrastrando mis días iguales.
El tenía sus planes, el trazado de una agenda que no me incluía y así funcionábamos: eramos ajenos, improbables, hasta que la chispa del sexo nos fundía, mezclando en el orgasmo nuestras realidades extrañas.
Nos absorbíamos en éxtasis, nos besábamos y en cada tacto soltábamos los prejuicios, los valores, perdiéndonos en los sentidos abrazados.
Dejábamos correr nuestros corazones y piel debocados y mientras encontrábamos en la ropa revuelta un pedacito de los que éramos, nos rearmábamos, despidiéndonos con ternura hasta el próximo cielo, y volvíamos a la dermis de cada día, repitiendo el ritual semana tras semana, mes a mes… año a año.
Un día no nos necesitamos más, dejamos de buscarnos urgentes y como si existiera un pacto de olvido nos alejamos, cada quién a su rincón del planeta, formal, decente, cortez.
Por las noches lo recuerdo, su color, sus pies, su ternura, los musculos marcados, el culo firme. Por las noches me recuerdo exitada, bella, con las mejores piernas del mundo.
Por las noches…
Pero regresa el día con su trazado implacable y ese que sólo fue sexo y placer, desparpajo y goce desaparece dejándome vivir hasta la noche.

Texto agregado el 03-12-2015, y leído por 141 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-12-2015 Muy buena historia y esta contada con precisión. El argumento también es muy bueno. A mi me gusto este texto. Felicitaciones. 5* dfabro
03-12-2015 un relato de una aventura que deja al descubierto la total ausencia de otra parte: aquella que comparte lo diario de la mujer casada. ¿cual será su sentir al enterarse? seroma
 
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