Emiliano el feo.
Emiliano Mendoza era el negro más feo que jamás haya visto, tenía la nariz chata, el mentón saliente y sus dientes torcidos y separados, pero a pesar de su fealdad, era un hombre bueno, sano y el más rico de los arroceros de Treinta y Tres.
Éramos muy buenos amigos, casi de la misma edad habíamos estudiado juntos y siempre fuimos muy unidos.
Lo malo era que él a pesar de ser tan feo conseguía siempre las mejores chicas, las más lindas, mientras que yo, pobre de mí, tenía que conformarme con las que quedaban.
Cuando éramos muy jóvenes, no lo entendía, pero con los años y la experiencia, supe el valor de tener dinero… o no.
No podía competir con él, a pesar de ser apuesto y buen mozo, él tenía y yo no, esa era la cruel realidad, hasta que apareció en el pueblo una joven de la cual los dos quedamos perdidamente enamorados pero esta vez no quise perder y ser dejado de lado, era la mujer más bonita del pueblo, todos los hombres solteros y casados la buscaban, Rosita ese era su nombre, era una negra bellísima que se diferenciaba de las demás por tener, a pesar del color de su piel, el pelo rojo y los ojos verdes, muy elegante, parecía una modelo de revistas.
Comencé a seguirle los pasos hasta animarme a pedirle que saliera conmigo.
Ustedes saben cómo es eso, en Treinta y Tres, como en todos los pueblos del interior, la reunión de jóvenes y no tan jóvenes es en la plaza principal los fines de semana.
Allí la veía casi siempre con alguna amiga pues, entre todas las empleadas de la peluquería donde trabajaba, habían alquilado una casita muy cerca de la calle principal.
Una noche de verano fui con Emiliano a la plaza en la camioneta de mi amigo que a veces la manejaba yo, si él estaba muy cansado.
Al verme Rosita, me sonrió, cosa que me ruborizó pero que aproveché para bajarme y hablarle.
Emiliano se quedó en la camioneta mientras yo me sentaba al lado de Rosita en uno de los bancos de la plaza.
Conversamos mucho, hablamos de su trabajo, en la peluquería, del mío en la arrocera y así se nos pasó el tiempo.
Todo iba a las mil maravillas hasta que Emiliano, cansado de esperar en la camioneta, me pidió las llaves de la misma para irse a su casa.
Cuando Rosita supo que yo no era el dueño de la camioneta, cambió de repente y quiso que le presentara a Emiliano.
No entendía el por qué de tan brusco cambio pero de cualquier manera y muy a mi pesar, se lo presenté y ese fue mi mayor error.
Desde ese día, primero y último para mi Emiliano y Rosita comenzaron a verse todos los días y yo había perdido una novia sin siquiera haberla tenido, como tantas veces y a un amigo al cual casi no veía a no ser en el trabajo pues él era mi patrón.
Mi amigo no se percataba de que su dinero era lo que le atraía a ella por eso al ver lo rápido que marchaban las cosas entre ellos, tomé coraje y se lo dije.
No pude haber hecho algo peor, Emiliano se enfureció, me trató de mal amigo, egoísta y lo peor de todo, me dejó sin empleo.
Luego de dos meses de noviazgo, Emiliano y Rosita se casaron.
Al principio todo marchaba bien pero un día recibí una sorpresa, Emiliano vino a visitarme, a pedirme disculpas por lo que me había hecho y a decirme lo ciego que había sido al no haberme hecho caso y confiar en su mujer, me devolvió el empleo y me pagó los meses no trabajados.
Rosita había dejado de trabajar en la peluquería, no tenía necesidad, Emiliano le daba todo lo que ella quería y más y si antes era arrogante imagínense lo que era ahora, sintiéndose la dueña
del pueblo, su marido le había regalado un auto último modelo y ella se la pasaba paseando por la ciudad y sus alrededores sin siquiera hacerle de comer al pobre negro que seguía trabajando cada vez más.
Cierto día, llegó al pueblo un hombre muy bien parecido, manejando un auto sport de muy buena marca que llamó la atención de Emiliano y como el bar de la plaza era el más concurrido, una tarde se encontró con dicho hombre y se pusieron a conversar.
Resultó ser un famoso médico, de esos que ahora están de moda, hacía cirugía plástica a personas adineradas.
Emiliano no sabía, a ciencia cierta qué era eso de la cirugía plástica pero como para aprender hay que preguntar, eso fue lo que hizo y se enteró de muchas cosas, tales como que él mismo podía hacerse algunos cambios en muy poco tiempo y llegar a parecer otro hombre, que en realidad esa era su ilusión.
El médico al ver un posible cliente o paciente, como quieran llamarlo, le conversó tanto y le mostró tantos cambios en otras personas, fotografías mediante, que no pudo resistirse y como dinero era lo que no le faltaba, aceptó.
Muy contento regresó a su hogar pero se guardó muy bien de no decirle nada a su esposa, quería sorprenderla y preparó sus valijas, le dijo a Rosita que tenía que viajar a Brasil a concretar un gran negocio y que esta vez tardaría un poco más que de costumbre.
Muy contenta se quedó Rosita, no sólo por la venta pues con ella aumentaba su cuenta bancaria sino por quedarse sola, ya que eso era en realidad lo qué más quería.
Casi un mes duró el viaje de mi amigo y durante todo ese tiempo, a pedido de él, me convertí en guarda espalda de Rosita aceptándolo ella, de mil amores.
Una noche, bastante oscura, Rosita, muy ligera de ropa, escuchó el timbre de la casa y pensando que era yo, se asomó, vio a un negro al que confundió conmigo y le dijo:
___Pasá Patricio y no te preocupes, Emiliano todavía no vuelve de su viaje, pero cuál no sería la sorpresa que se llevó Rosita al comprobar que no era yo sino un hombre muy elegante, de facciones agradables y dentadura perfecta que le decía:
___Desgraciada, ahora no me conocés, soy Emiliano, tu esposo, ¿Así esperabas a Patricio, en ropas menores?
Rosita no podía creer lo que veía pero luego de mirarlo varias veces lo reconoció.
Demás está decir que Emiliano se había transformado gracias al cirujano y algunos miles de dólares que tras varias cirugías lo había dejado como nuevo.
Esta carta la escribo desde el hospital de la capital, lugar donde fui a parar luego de la paliza que me diera mi ex amigo.
Rosita y Emiliano se reconciliaron, ella se enamoró perdidamente de su esposo y él la perdonó.
Ahora el que busca un médico soy yo y esta vez nadie mejor que un cirujano plástico para que mi cara vuelva a ser la que fue.
A quién pueda interesar.
Firmado Patricio.
Omenia
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