LAS APUESTAS CON EL ARO
Pueblo Nuevo, es una vereda de Socotá, ubicado al norte de perímetro urbano, a escasos 30 minutos a pie por camino de herradura y ahora a 10 minutos en carro hasta la escuela, en la Chivatera.
Allí, curse varios niveles de la primaria, porque mi mamá era la profesora.
En esta escuela, que tenía todos los cursos básicos de la primaria, solo había una profesora para unos cincuenta estudiantes, yo estaba cursando el grado segundo, eso era como en el año 1973.
La escuela era una casa vieja de dos pisos en tapia pisada, que fue construida cuando se derrumbó parte del pueblo de Socotá en el año de 1913 y que fue sede de la alcaldía municipal, cuando todas las instituciones públicas y privadas se trasladaron a este lugar.
También, había un templo y un vivero cercado por pinos y en el centro un lago donde se cogían renacuajos, sapos y ranas.
Por el costado sur, pasaba una zanja que en invierno parecía un río; por el norte había un arboreto, es decir, un terreno sembrado de eucaliptus y pinos, de donde se proveía leña para la cocina de la escuela y de todos los habitantes de la vereda y en el interior de la escuela, una granja, donde se enseñaba a los estudiantes a cultivar repollo, zanahoria, lechuga, remolacha, al igual que el maíz y la arveja.
La escuela tenía acueducto propio. El agua se sacaba mediante bombeo de un pozo profundo y los estudiantes se turnaban para ir a bombear y llenar el tanque.
El horario de estudio en la escuela era de 8 a 11 de la mañana y de 1 a 4 de la tarde. Al medio día, se salía a almorzar como en todo lado, con la única diferencia, era que allí, los estudiantes tenían que desplazarse a pie hasta 40 minutos para encontrarse con algún familiar que les traía el almuerzo a la mitad del camino; porque muchos de los estudiantes, aunque había escuelas en otras veredas cercanas, como el Morro Varital, Motavita y Chusvitá, querían estudiar con la profesora Graciela, también venían del municipio de Sativa Sur, de la vereda Costa Rica, los cuales tenían que atravesar el río Chicamocha por cuerda amarrados a un arnés.
Se salía a recreo media hora en la mañana y media hora en la tarde, el campo de juego era amplio, se tenía frente a le escuela una cancha de baloncesto sin pavimentar, mucha zona verde o potreros alrededor de la escuela y mucho campo para jugar.
Allí, se practicaban deportes como el balonmano, microfútbol, baloncesto, voleibol y también juegos como presos y policías, a la yeba, al cunclin, a los escondidos y lo que no podía faltar, las carreras con los famosos aros.
El aro, es una rueda de caucho sacada de las llantas de los autos, de la parte interna que hace contacto con el rin. Todos los muchachos tenían un aro y con la ayuda de una horqueta se corría por todo lado, apostando carreras con los compañeros.
Un día que salimos a recreo hicimos carreras con los aros, en esa época yo era el más pequeño. Dimos varias vueltas, por los caminos, es decir, por la pista que nos habíamos trazado; llenas de monte, de pasto, de tierra y de pencos.
Éramos como unos cinco los de las carreras, y en una curva, como yo les iba ganando, un muchacho mucho más grande me empujo, con tan mala suerte, que caí en una cerca llena de pencas y tunas llenas de espinas. Por supuesto, me puse a llorar, se me enterraron todas las espinas en la cola y en las piernas y como usaba pantalón corto, la espinada fue brava.
Llamaron a mi mamá y me acostaron en el potrero y entre varias personas me sacaban las espinas una a una, operación que duro como dos horas, quedándome muchas espinas partidas dentro de la piel.
La regañada fue tremenda, para los que me empujaron y para mí, por ponerme a juagar con niños que no eran de mi edad.
Esa noche me dolió todo el cuerpo, me dio hasta fiebre y no pude dormir, ni deje dormir a mi mamá, pero al otro día ya estaba corriendo con el aro otra vez. |