Lo conoció en una tarde de domingo a través de internet. Una chispa se encendió en ambos desde la primera palabra que escribieron.
Él estaba casado, tenía hijos, un buen empleo, exitoso, inteligente y apuesto. Ella también casada, con hijos, independiente, bella y experimentada a sus cincuenta años. Ambos buscaban diversión y el deseo perdido entre las sábanas de sus respectivas parejas.
Él sabía cómo seducirla, ponerla ardiente y fogosa, con sus palabras la penetraba muy fondo y despacio, le besaba cada rincón de su piel, de sus pliegues, le acariciaba el cuerpo y los pensamientos.
Ella sacaba fotos eróticas del momento previo al orgasmo, y se las enviaba, alimentaba su miembro y su líbido, con devota pasión.
Hicieron el amor muchas tardes de domingo y se inundaron de placer hasta que un día decidieron arriesgarse y conocerse en un restaurante de la esquina.
Él, con una rosa roja y el sudor en las manos; ella, con una sonrisa de Monalisa y las piernas temblorosas. Los corazones latían fuerte. Uno delante del otro, sentados, se miraban y pensaban...mientras el silencio se adoñaba del salón y de sus bocas.
Ya todo había sido dicho, como una escena de la vida que vuelve a repetirse. Fue el princípio de un nuevo fin.
Leila A.Schiele |