Perdido en su laberinto
Y como suele ocurrir en los cuentos de hadas, al mirarse hubo un choque eléctrico; algo en su corazón que le decía con firmeza que estaba frente a la persona indicada, a aquella persona por la que sería capaz de hacer todo en su inútil vida.
Ella tenía 25 años, pero su apariencia era de apenas 15, su piel tersa y satinada, absolutamente blanca y perfecta, mejillas sonrosadas y su ridículo vestido de colores. Sus ojos grandes y profundos, cabello negro y unos rojos y carnosos labios, sonrío al verlo frente a ella, él, 30 años, cuerpo bien formado, vestía algo simple, pero tenía un encanto atrapante, algo en él destilaba pasión…
Saludaron tímidamente, como es aceptado socialmente y se sentaron a charlar sobre los diferentes hábitos de cada uno, ella le contó acerca de sus libros de poesía, del amor por el campo, de su gusto por las historias fantásticas y las películas de dibujos animados; él hablo de los laberintos, las películas de terror y los largos viajes llenos de peligrosas aventuras, amaba escalar y practicar deportes extremos; y que más extremo que permitirle a ella tocar su escondido corazón.
Ella lo había cautivado con la suavidad de sus palabras, la ternura en sus gestos y el brillo de un alma apacible, él la veía perfecta, tan interesada en cada una de sus palabras… Se verían al día siguiente, ella prometió tener una dulce sorpresa para él.
Se encontraron en un café cerca de los Pasillos de Beelitz, ella traía algo realmente increíble, un mapa de los pasillos que conducía a un laberinto subterráneo, él conocía los pasillos, los había recorrido muchas veces, algo que realmente amaba era recorrer las ruinas de Beelitz y ella lo estaba uniendo a otra de sus pasiones, los laberintos. Emprendieron el camino hacia Beelitz sin dudarlo.
Al llegar, como era costumbre, se veían uno o dos turistas emocionados recorriendo los pasillos, se alejaron de ellos y entraron por las escaleras del patio central, se dirigieron hacia la puerta de una abandonada y fantasmagórica habitación del sanatorio abandonado, ella caminaba con mucha seguridad, como si hubiese hecho el recorrido millones de veces, se acercó a una de las paredes de la habitación y susurro algo, él no pudo entender las palabras que mencionó, pero en ese momento la luz empezó a bajar, ella giro, corrió en las puntas de sus pequeños pies hacia él y tomo su mano con fuerza mientras veían juntos como se movía la pared y aparecían frente a ellos unas largas y relucientes escaleras.
Parte 2
Las escaleras conducían a un mundo por explorar, todo lo anterior quedaba atrás, aquello debía ser un laberinto aunque el no lo supiera. Se perdía en ella, y ella en él. Acaso él al entrar sentiría que era un laberinto, al igual que ella. Las relucientes escaleras conducían a una habitación sofocante pero pudieron abrir una ventana y observar el paisaje de flores risueñas.
Ella se sentía más joven de lo que era, o así quería verse, él se lo decía, con la cadencia de un sentimiento en su voz, al atravesar esa pared que se movió con un susurro. La ternura de él crecía como atado a un sentimiento y cuando la veía su mundo era bello. Un mundo en el que compartían sus emociones, sentires y alegrías. Ella era su mundo, su linda emoción, su bonito sentir y su dichosa alegría, y ella dejó caer ese muro moviendo la pared. Les esperaba un camino dulce.
Él se perdía en el laberinto de la pasión de esos brazos abiertos, de esos besos dulces, le decía palabras muy bonitas, el tímido saludo se convirtió en fuego de pasión. Ella rozaba su alma a cada instante y la atrapaba con un sortilegio de amor que era una atracción irresistible para él. Iluminados por sus sonrisas, se amaban en la oscuridad, se deseaban a cada momento, se soñaban despiertos. En ese laberinto de tenue luz los colores salpicaban amor, se volvía todo fantástico, emocionante. Las sombras bailaban juguetonas al ritmo de un vals, y ellos bailaron y rieron. Podrían lastimarse con las espinas, pero no dejarían de intercambiarse rosas al compás de mordiditas en los labios. Los besos más suaves tenían un efecto tranquilizante, tanta pasión por momentos sedada.
Y así subieron las escaleras, envueltos en una burbuja de amor, las ruinas de Beelitz quedaron atrás, y la nueva ensoñación se mostraba más amena, aunque no veían nada en esa oscuridad, se sentían intensamente como locos enamorados jugando a perderse.
Caminaron de la mano y entraron a una habitación en penumbras, se abrazaron y tropezaron con una cama. Corazoncitos de colores flotaban sobre ella, y trincheras de espinas se levantaron alrededor hasta el techo. Así permanecieron acostados por un largo rato, y es que lo real se adueñaba de la escena. No deseaba que él se marchara, y él si lo intentara no podría, ni ella. La cadena que los unía era muy fuerte.
Su mundo, un mundo creado para el amor. Donde las horas, minutos y segundos de amor no terminaban nunca. Un amor constante y duradero. Una simetría perfecta de átomos amándose. De poros sudando amor, y amor desprendían las paredes de ese lugar.
Se palparon con la intensidad necesaria, quedaron pegados a sus cuerpos, y ella se sintió penetrada por la vastedad del universo, por una energía sobrenatural alucinante. Caricias suaves, besos tiernos, masajes de amor, todo eso se daban y mucho más. Y él se seguía perdiendo en ella, como un extraterrestre en las calles de la tierra. Los caminos de su corazón, recorrer su cuerpo lo conducían a un nuevo hogar que iba conociendo poco a poco.
Por ese sendero oscuro siguieron caminando, soñando estrellas y una luna de plata que los veía pasar. Ella sentía como él ya había anclado en ella y allí permanecería. Lo sentía en cada palpitación, en cada vena, en cada órgano.
En ese rojo siguieron jugando, alimentando ese impulso natural de loca alegría, columpiándose en la fantasía de noches voluptuosas. Los sentidos trastocados se comportaron caóticos. Y ella le decía que siguieran caminando por el laberinto del placer, perdidos en el sentimiento oscuro que se aclaraba lentamente, donde fantásticas criaturas cobraban vida, donde hadas multicolores los bendecían con su polen, y criaturas amorfas intentaban asustarlos, su realidad se pintaba del color del amor, y tan sumergidos en esa realidad podían observar como sus átomos se amaban, sus células y todo lo demás. El sueño mas bonito que no imaginaron soñar, el amor más profundo como una invasión a los sentidos, la lealtad que no se romperá, la valentía de los enamorados, la tesitura de los astros alineados, el calor en la frialdad, la luz en las tinieblas, y así sintieron la claridad borrando la oscuridad, y ya podían ver sus pasos en el laberinto.
Parte 3
En esa oscuridad no veían sus invisibles pasos. Ellos, como dos ciegos sentimientos, se volvieron uno y dispararon en todas direcciones convirtiendo así las paredes del color del amor.
Fantásticas noches, perdidos en el túnel del amor, hambrientos de emoción. En ese mundo oscuro se sintieron tan violentamente que perdieron la noción del tiempo y el espacio. En ese continuo transcurrir del tiempo con constante amor y lentamente, se mataron acariciándose, con caricias que rejuvenecen el alma.
No podían observarse, y si sentirse. Sentirse salvajemente. Y eran fantásticas porque eran especiales, sentidas, y alegres. Confirmaban el amor a cada paso, sus átomos lo veneraban, lo sentían, lo pedían a gritos. Si las criaturas fantásticas pudieran amarse así, sabrían lo que es el amor. Este amor profundo y sentido: antes, ahora y después. Un perderse total, para caminar y recorrer el sendero, en las aceitosas entrañas mismas del laberinto. Poder tocar su corazón es un honor para el enamorado, y ella entregada totalmente a las sábanas sin pudor, con glóbulos que decoraban la escena, y acariciando con sus palabras el sudor del alma.
Ya no era una niña como quisiera. No tan alta, mordía como una espina en los labios. Dueña de un sentimiento devorador que abrazaba con inmensa ternura. Y todos los pensamientos enmarañados en esas noches mágicas de lujuria con los sentidos inundados por la emoción; se mostraba tan linda enamorada. En la cama de fuego, su sonrisa apareció tímidamente, y lo abrazó como abraza un pulpo a un pez. Jugaron en el rojo hasta quedar extasiados, y es que en todo ese universo de objetos, ella no dejaba de ser una fiera insaciable domada por el sentir que emanaba de sus hormonas.
Todo esto pensaba y sentía él, hasta que la niebla se disipó y ella mostró su rostro, que permanecía oculto. Y todo lo visible fue una ensoñación romántica. Ella invadía esa nada, y era invadida por ella, por ninguna cosa y por todas las cosas funestas y también las dichosas del universo conocido.
El horror latía en lo profundo de su esencia, hasta que un día ese horror emergió de las tinieblas, y el blanco de su dardo ya había sido elegido. Todo lo que él vio en ella se volvió invisible, se esfumó por arte de magia cuando cayó el peso de lo real frente a sus ojos. Esa apariencia juvenil, con piel tersa y satinada, absolutamente blanca y perfecta de mejillas sonrosadas, escondía un monstruo en su interior. Y el monstruo se escondía de miradas indiscretas, jugaba a acechar a su presa. El monstruo no era otra cosa sino acaso la manifestación de su alma perversa, una de las caras de su alma, escondida entre los tejidos de su interior. El veía perdida su razón, sumergido en la sinrazón, en la confusión total. Y es que el amor le había nublado el raciocinio. Ya no podía ver con claridad en ese laberinto oscuro de emociones encontradas, emociones que recorren las venas, emociones que golpean las vísceras, emociones que anidan en el corazón. Esa historia entre ella y el. Podría decirse que si toda caída tiene un suelo, ella era el suelo, y es que ella tejió muy bien su telaraña, confeccionada con alambres. Y él perdido en su laberinto encantado, en su mundo de nieblas que lo cubrían. Allí estaba él, en el mundo de ella, con sus incomprensibles ensoñaciones, y pensamientos macabros, siendo el juguete de un monstruo.
Donde comenzó para él la auténtica pesadilla al sentir sus latidos. Seguía sus pasos sin ver donde conducían. Esos pasos comenzaron a seguirlo a él sin saber dónde iban a ir a parar. Y se sintió atrapado en las entrañas del laberinto, enredado en la telaraña de esa mantis religiosa. ¿Que había detrás de esos ojos oscuros, de esa delicada piel? Estaba a punto de averiguarlo aún sin saber que temible peligro le aguardaba. Cuando se encontraron en Beelitz la tentación pudo más que ninguna otra cosa. Y el laberinto la trampa que lo haría caer en la oscuridad de un alma atormentada. Pero Beelitz pertenecía a otra época, ya no eran más que ruinas y polvo de un olvidado lugar. La claridad borró a la oscuridad de un soplido y el paisaje se configuró nítido como un diamante que antes no se veía.
Cuando creyó haber visto lo suficiente sin haber visto lo suficiente, ella tomó una apariencia que a él, le pareció más apetecible que su primera impresión.
Quizá porque no había visto bien su rostro, y se conformaba con ver partes difuminadas y oscuras de su cuerpo, sin embargo, en su interior, no se conformaba con ver tan poco, y recorrió todo en ella.
Y agradeció al fin poder ver un poco más, y lo más importante fue poder haber visto su precioso interior. Sus sentimientos, sus verdaderos sentimientos. Hasta que todo alrededor se transformó en un paisaje nítido de contagiosa alegría.
Parte 1 invierno/ parte 2 Natimiau / Parte 3 Serki
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