Hoy cuando los años han pasado,
que le logrado una verdadera madurez,
reconozco que no tendré
como pagar tu incondicionalidad.
Eres el tesoro que no había
sido descubierto en tantos años,
y la razón para agradecer a Dios
por tenerte a mi lado
y pedirte perdón por el dolor
que irresponsablemente te causé.
Tus ojos verdes reflejan la nobleza
y solidaridad de tu ser.
Tus labios son un manantial
del cual brota sabiduría.
Tus manos, jamás me han negado
una caricia y tienen las huellas
de la labor cumplida.
Tus pies caminaron de ciudad
en ciudad detrás de mí
cuando más lo necesitaba.
Ahora te ofrezco los mios,
quiero ser tu bastón y servirte con amor.
Texto agregado el 30-11-2015, y leído por 140
visitantes. (1 voto)