Mañana de otoño, gris, una oscuridad densa y lúgubre se cierne sobre mí. Cuento las baldosas, todos están dormidos detrás de sus ventanas y postigos, todo se mantiene cerrado, veo pasar algunos autos que llevan a los chicos cansados y borrachos, terminan su jornada, su noche. ¿Acaso yo termine la mía, o recién empieza? Quisiera tumbarme en una plaza, dejarme caer ahí, el húmedo pasto, pero no, se que va a hacer para peor, tengo que volver a casa, aunque tenga este maldito nudo en el estomago, ¿ganas de llorar? Si, ¿por qué? No sé.
Ella me dejo sin palabras, vacio, perplejo y agonizante. ¡Dios! Sin tan solo, si tan solo…no me salen las palabras, debería madurar sentimentalmente. ¿Eso es posible? Al diablo, es simplemente una mañana de mierda en mi vida y estoy agotado. Unas pocas cuadras y listo. La cama me espera, la sombras de mi habitación, con papeles y libros tirados y la guitarra desafinada. Ella debería sentir una probada de este sufrimiento, si, es un sufrimiento, no puedo llamarlo de otra forma.
De seguro, ahora piensa en mí, o solo por momentos, pero luego ríe y se olvida o intenta olvidar, de cualquier forma siempre uno resulta lastimado, esta vez, soy yo.
Ya están acá, o mejor dicho yo estoy acá, el barrio, las casas conocidas, dos cuadras y mi casa, y todo se termina, dormir es la solución más practica y barata ante los momentos más extenuantes, si es que acaso logro concebir el sueño por supuesto, espero que sí, será una tortura respirar si no lo consigo. Tiendo a pensar si acaso hice algo mal, no tiene sentido, en estos casos no se hacen las cosas mal ni bien. Se hacen.
Y ahí los veo, si, como siempre, mis gatos, innumerables gatos que llueven desde el techo y los rincones de mi hogar, me miran, ¡diablos, sí que me miran! Parece que supieran lo triste, infinitamente triste que me encuentro, querían caricias y comidas y un poco de atención, pero no puedo, a penas si logre llegar, ¿serán estas las verdaderas ganas de morir?
Enciendo un cigarro, se frotan en mis piernas, voy hacia el patio trasero, me tumbo, no es la plaza, pero es lo mismo, el cielo cada vez más negro y cayo una gota encima de mi campera, y ellos, parecen no percibir el clima. Sus ojos me avisan, y me cuentan y yo lo sé, definitivamente conocen mi desasosiego, llorarían por mi dolor su pudiesen, pero no pueden.
Ahora si, por fin, lloro, y me gusta, me encanta y me regocijo por ello, infantilmente, cobardemente, soy un anti héroe, y ellos me quieren así, derrotado y extremista, ciclotímico y depresivo. Merecen un poco de comida, toda la noche se aguantaron el frió y la oscuridad, aunque me duela ir por el tazón de su alimento, debo hacerlo, después abriré la petaca de whisky y tomare y tomare hasta perder aun más la razón y tal vez envié algún mensaje al cielo o al infierno, o alguna de estas pibas conocidas que enseguida acuden si se las mira, ¿por qué no? Si ella no está, ella no estará jamás, y jamás estuvo realmente y nunca está de más recostarse en el estiércol de la propia miseria adquirida, de la propia desdicha parida, porque podría haber sido más inteligente, despreocupado, más inepto y normal. ¡Que la parta un rayo en dos, total qué más da! Que importa, yo tengo alcohol y sueño y 14 o 15 gatos a mi alrededor contemplando la patética escena. Algunos no se acercan y me miran desde el techo, otros ya duermen a mi lado.
Ya es sábado, adiós, fin, apagar la cabeza, me dormiré borracho junto a estos nobles animales poco domesticados, tal vez así, pueda conseguir un sueño que no sea pesadilla y así poder despertar si lo hago al medio día, sin este atoramiento en la garganta, sin esta desesperanza en los intestinos. Si pudieran hablarme me dirían, que las penumbras no duran si uno no las desea prolongar, y ese en definitiva es el centro del problema. ¿Quiero?
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