El crucifijo se agita violentamente, salta de un lado a otro golpeando con el parabrisas, con el techo de terciopelo rojo y roído, consigo mismo, se agita. Suelta, el listón de tu pelo... chilla la radio estridente. Las trompetas de la canción perforan los oídos de los pasajeros que se aferran fuertemente a los pasamanos de la pecera, a los asientos incomodísimos, a los otros pasajeros. El conductor de la pecera agarra fuertemente el volante y se concentra solo en el camino: un bache a alta velocidad, un tope a alta velocidad, una curva a 80 km/hr, semáforo en rojo y 0 km/hr. El conductor voltea a ver a su izquierda y se encuentra con una cara esperada. La mirada es ferozmente retadora. El chofer de la pecera del carril contiguo lo ha retado. La carrera entre las dos peceras es inevitable, el ambiente se pone tenso. Si en una rosa estás tú, si en cada respirar estás tu, como te voy a olvidar, como te voy a olvidar y las bocinas de la pecera parecen quererse partir en dos. El camellón que separa a las dos peceras agudiza la contienda y encona las caras hastiadas de rutina.
–Unos taquitos- grita el conductor de la pecera del carril izquierdo.
–Pero con la coca- responde muy seguro de poder ganar la apuesta el conductor del carril derecho.
Los dos conductores miran fijamente al semáforo esperando a que encienda la luz verde, a que la carrera de la última ronda del día comience. Ha sido un día pesado para los chóferes, un día caluroso y bochornoso, sin novedades y poco pasaje. Las carreras es su única diversión; como si fueran niños después de terminar la tarea que merecen unos minutos de esparcimiento, unos minutos donde se olviden de la casa pobre esperando el salario del día, de la leche que no se ha comprado, de la mujer en cinta que ha dado a luz solo hembritas, de la mujer en cinta que reclama por el aliento alcohólico, de la mujer en cinta que reclama por la hora, de la mujer en cinta que siempre está en cinta.
La avenida solitaria y amplia es la perfecta pista de carreras. Las luces amarillentas de las farolas iluminan el camino que ha de ser recorrido a gran velocidad. El semáforo no cede, se detiene, se espera más de lo normal, retarda los arrancones y hace rugir con coraje a los tímidos motores Volkswagen como si fueran máquinas a diesel afeminados.
Semáforo verde y un pasajero se golpea contra la ventanilla, semáforo en verde y los caminos de la vida en la radio con resfriado crónico, semáforo en verde y todo comienza. El conductor de la derecha mete segunda velocidad sin embrague, el conductor de la izquierda lleva la aguja del indicador de revoluciones por minuto a la zona roja, el conductor de la derecha toma la delantera. La carrera es sangrienta, pareja, los motores se quejan, y las velocidades aumentan, velocidad, velocidad. La pecera del carril izquierdo despunta, parece que a tomado la delantera, el chofer de la otra pecera aumenta la velocidad, trata de alcanzar a su contrincante. Setenta, setenta y cinco, ochenta, curva peligrosa, ochenta y cinco, un Ford estacionado intenta salir, noventa, la pecera del carril derecho se va a estrellar contra el Ford, noventa y cinco, volantazo a la izquierda, noventa, el camellón es invadido, noventa, la chica parada en el camellón no puede escapar, noventa, el conductor del carril izquierdo gana, noventa, la chica no pudo escapar, noventa, la chica, la chica...