LAS CONFLICTIVAS RELACIONES CON LA NATURALEZA
Desde antiguo el hombre parece estar reñido con la naturaleza. Uno se pregunta por qué. ¿Qué le reprocha? ¿El haberle negado la inmortalidad? ¿El padecer hambre, sed y calamidades como cualquier otro ser vivo? ¿El sufrir el acoso de las enfermedades, siempre al acecho?
Había un paraíso en la tierra. Con sus máquinas, el hombre lo ha destruido. Y aún se atreve a decir que es culpa de ella, por no haberse dejado domesticar. ¿Qué pretende? ¿Que solo haya asfalto? ¿Que la tierra cuente con una sola especie viviente? ¿Que desaparezcan las tenidas por salvajes?
He llegado a la triste conclusión de que la maldad humana es el resultado de la combinación de la envidia con la soberbia. Intervienen, por supuesto, otros sentimientos. Pero aquellos son, a mi juicio, los dominantes. La envidia fija el objetivo (aquello que queremos arrebatar). La soberbia da el pistoletazo, la señal de partida. Y la maldad se instala en el mundo como una sombra que todo lo envuelve y deteriora.
El hombre del maletín con traje a rayas visita una extensión a las afueras, no para admirar la belleza del paisaje, sino para proyectar urbanizaciones, nuevas ganancias con que alimentar su hucha particular.
El ganadero, en una feria de exposición, muestra al cliente su hermosa vaca. Y le dice: “¿Ve usted que buenas tajadas de lomo se pueden sacar de aquí?” Y no ve al animal, que respira, contempla y siente como él mismo, ve el dinero que su carne, que su matanza le va a reportar.
En tardes de excursión, los bañistas llegan al río. Buscan cangrejos y los matan. Persiguen plantas exóticas para destruirlas. Se entretienen arruinando la labor de orfebre de las telarañas. ¿A quién le importa esa falta de respeto por todo cuanto nos rodea? Se van y dejan a su paso montones de desperdicios: plásticos, botellas vacías, platos de cartón y vasos de usar y tirar (una sola vez).
Como si todo cuanto existe nos perteneciera, como si el mañana no contara y las próximas generaciones tuvieran que apañárselas con lo que dejáramos detrás; es decir, toneladas de basura procedentes del reinado infausto del petróleo.
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