En el ángulo que forman tu cuello y tu hombro, en el espacio que sigue a un orgasmo, hoy he encontrado un hueco donde refugiarme. Después me reiría cuando no se me levantaba, después descubriría quince llamadas en mi móvil avisándome que mi madre quizás se estaba muriendo, después nos vestiríamos para abandonar la habitación azorados, pero en ese instante, a pesar de haber ya rebuscado antes con mi lengua en todos tus pliegues, había encontrado algo inesperado, un hueco donde refugiarme.
Aunque no hay refugio duradero para el que desea ser proscrito, no hay paz duradera para las Coreas. Y desde nuestras fronteras artificiales nos observamos a distancia, permitiendo que las lindes que delimitan nuestros territorios se acuesten una sobre otra, pero recordando los tratados que nos impiden mezclarnos. Así construimos la retórica sobre la que se asientan los fundamentos de los países, sobre la que yacen los mártires de la patria. Mano sobre mano alzamos los días, los momentos, las escenas que absorben todo el aire a su alrededor. La puesta de sol que desplaza al resto de puestas de sol, la canción que enmudece al resto de músicas, el beso que hace empalidecer los labios. Así se crean imágenes con un peso específico que retienen el tiempo a su alrededor y tuercen su transcurso, que consiguen que al echar la vista atrás, sea imposible no reparar en ese punto. La singularidad biográfica que en ocasiones ha atrapado a infortunados.
Pero aún quedan vectores que nos mueven, fuerzas que nos empujan adelante, y el deseo de verte de nuevo y encontrar ese inesperado ángulo, logran que no me quede atrapado. |