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La naturaleza son los padres

—Ha visto, Carniglia, cómo ha cambiado la concepción humana de la naturaleza. Uno ya no sabe qué clase de bicho es. Una cosa que mientras más conocemos menos asimilamos.
—Como las mujeres, Orzylloza. Como las mujeres.
—No me esquive, mi viejo. Las mujeres son seres humanos, desde luego, pero la naturaleza nos ha mantenido en vilo desde los griegos, gente sabia si la hubo. Esos hombres descubrieron el ser de las cosas, vislumbraron los átomos, delinearon la virtud, pusieron en regla la gramática, vieron las ideas como entes… ¿y qué hacían con la naturaleza? Contemplaban, Carniglia, además de cortar árboles y comer alimañas, claro está. Me refiero a una actitud, un enfoque, cómo le digo, casi sobrador para con los bichos, los astros y esas cosas.
—Y no olvidemos que las mujeres se quedaban calladitas en las casas, Orzylloza. Sin chistar con los esclavos y los hijos, eh.
—Pero vea que yo a lo que voy es a esa cosa que con el tiempo, merced a los avances científicos y tecnológicos, se empezó a considerar de otra manera. El mismísimo Galileo dijo que la naturaleza era un libro que se leía según caracteres geométricos. Después, ya sabemos, vino esa concepción mecanicista, ha visto, un organismo viviente cual el mecanismo de un reloj, Descartes… Qué épocas, mi estimado Carniglia... Y no olvidemos el vitalismo según el cual la vida era algo así como una ebullición; la naturaleza pasó de ser un simple mecanismo con sus leyes a la vida misma cándida y etérea, el trino de los pájaros y toda esa mariconada del poeta romántico embobado con lo sublime, esos cielos crispados de las tormentas, la inmensidad tremenda de la noche, y el hombre pequeño e impotente, pero a la vez maravillado ante lo indómito, ahí paradito. ¿Y qué pito tocaba, por cierto, el hombre en todo esto? El sujeto, claro está, el gran observador que se hallaba en el centro del universo a imagen de dios y aferrado a su garantía. ¿Y después? ¿Qué pasó después? ¡Ah, Darwin y esas barbaridades! ¡Aguafiestas!
—Pero Darwin puso por ahí que la mujer es inferior al hombre en prácticamente todo sentido, ¿no?
—Pero atienda, Carniglia. La filosofía occidental se había desarrollado en los confines de la razón y estuvo miles de años desconfiando de los sentidos. Uno andaba contento porque tenía consciencia, tenía la razón y a dios, ha visto, ¿y todo para qué? Para que después, desde finales del siglo XIX, nos vengan con que no, que ahora resulta que la percepción y el cuerpo y toda esa cosa que hasta un hámster tiene es lo que somos en primer lugar. ¿Y por qué? Porque los biólogos lo pasan haciendo investigaciones zanguangas, mi viejo. Como lo oye. Entonces vienen los genios a poner las cosas patas arriba. Estudian nuestra vital función del lenguaje con monos, delfines y demás batracios imbéciles como si uno necesitara saber la diferencia entre uno y un bicho canasto. Y ni hablemos de la marihuanada esa del ADN, que ahora resulta que uno es un mono con cuatro tornillos extra. Tanto lío, mi viejo, con lo lindo que era saber que nos había inventado dios y chau, a otra cosa.
—Pero algún punto debe haber ahí. Usted ve que en el campo…
—¡El campo! El campo es un lugar hostil ¡si los hay, Carniglia! Hay gente que cree que es un lugar como esa colinita pelotuda que venía de fondo de escritorio en el Windows xp, con el cielo y esas nubes mamonas, ¿lo recuerda?. No. Yo les diría a esos biólogos que vayan a vivir con los cocodrilos y que coman bananas como los simios asquerosos esos que, según ellos, tienen el noventitanto por ciento de ADN común con el nuestro. Que vayan a hablar con las marsopas o a cagarse de frío con los pingüinos. Faltaba más, querido. Y no solo los biólogos. También están los psicólogos, que estudian gente dormida o cagada a porrazos para descubrir huevadas y recetar pastillas. Porque que venga un mono a inventar el telescopio. Qué digo el telescopio. Que venga un mono a inventar un sánguche aunque sea. Tres mil años de filosofía para que unos huevones con un microscopio vengan a decir que el hombre es un animal más. Figúreselo, Carniglia.
—Yo lo que quería mencionar, Orzylloza, si me permite, es que algo debe haber en el asunto. Uno muchas veces tiene la necesidad de encontrar una afinidad con la naturaleza. El hombre rústico del paraje campestre no es lo mismo que el de la ciudad. Me capta. El campesino ve en una mujer más bien fortachona una probabilidad de, no sé cómo decirlo, de cópula, mi viejo. Me entiende. Y esto no sucede con el de la ciudad, que es un tipo más bien propenso a la piba anoréxica. Uno puede interpretar esto como que la hembra del campo y la de la ciudad han de ser funcionales según el hábitat, vio, como decir que la campesina debe agarrar el hacha y hacer leña mientras que la ciudadana utiliza el celular con las delicadas manitos. Acá un poco de material tiene el biólogo, me parece, porque yo no creo que un mamífero de la selva se vaya a fijar en una hembra flacucha y de aspecto enfermizo para fines de apareamiento. Y mi cuñado tiene una perrita en el departamento…
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡pero es usted un pervertido, Carniglia! ¡Faltaba más! ¡La actividad fornicatoria de un pajuerano con una gorda me viene a traer a colación!…
—No. No. Yo le decía de la perrita de mi cuñado…
—Bueno, mire. Esto se está saliendo de los carriles normales. El asunto aquí es el punto de vista que hemos de considerar acerca de nosotros mismos. Por un lado somos conciencia o razón, con lo cual nos están dadas la libertad y la posibilidad de decidir verbigracia entre si esto es así o es lo otro, de configurar nuestras moral y leyes, como dios, ha visto ¡y bastantes dolores de cabeza nos ha dado todo esto!; por otro lado, ¡ah! ahora resulta que somos dependientes de determinadas variables externas, es decir de la naturaleza, y que por lo tanto debemos estudiarnos en este sentido como a cualquier otra alimaña que camina y que, dicho sea de paso y como todos sabemos, va a parar al asador. ¡Ni que uno fuera una milanesa con papas fritas, querido! Mientras estos pseudobiólogos adictos al discurso intelectual se preocupan por si el hombre de las cavernas se llevaba bien con sus mujeres y demás bobaliconadas, en cualquier noticioso sale que los de la NASA están buscando un planeta habitable para cuando el nuestro no sirva más porque ya se dieron cuenta de que acá todo es descartable porque eso es lo que la razón humana ha producido desde que existe esta cultura: lo descartable. Y yo aquí me pregunto de qué carajo de naturaleza estamos hablando, Carniglia, de qué clase de naturaleza somos, pues, dependientes y en qué modo. Ahora vienen los gaznápiros rococó, alias los poetas y los arquitectos, a decir que las praderas y esos paisajes de ensueño… Mire, se la hago corta: hay dos clases de naturaleza: la que se guarda en la heladera y la que va en la alacena, mi viejo, y si las quiere ver, pues se me va a cualquier supermercado.
—Pero no me va a negar, Orzylloza, que hay una asquerosidad latente en todo ser humano, que es la que proviene de su origen animal. Vea usted a una hembra pariendo, a un cuerpo putrefacto devorado por los gusanos. En el nacimiento y en la muerte de Einstein como en la de cualquier bestia hay un animal, un mamífero. El origen y el destino nos delinean como animales; no hemos sido capaces de superar tamaña circunstancia aun a costa del avance tecnológico. Un ojo, mi viejo. Uno mira un ojo que ve a uno y uno encuentra en ese ojo una animalidad, una extrañeza en un espejo atroz. La naturaleza, pues, representa el espacio, el cuerpo humano como ocupante de ese espacio; el tiempo representa la razón, los sentimientos y todo eso que no puede tocarse como una mano que toca a la otra. El tiempo acaso no pertenezca a la naturaleza. Le decía de la perrita de mi cuñado. Resulta que mi hermana quería quedar usted sabe. Preñada, mi viejo. Bueno, parece que mi cuñado, para que ella se dejara de joder, le llevó una perrita, un cuzquito de esos que joden pero no lastiman. Un buen día mi hermana le dijo que iba a llevar a preñar la perrita; es notable cómo la ansiedad reproductiva se manifiesta, a tal punto que aún no se entiende bien si en el caso del animal humano el mandato es social o biológico. Conoció en internet a uno con un perrito de esa misma raza. Parece que la perrita no quedaba preñada, y eso que le daban, eh. Imagínese el trance de esta gente, Orzylloza, y el de esos cuadrúpedos. Pero fíjese, colega, que la naturaleza es inapelable, se manifiesta en una especie de simbiosis que suele darse entre la diversidad de la vida de tal manera que la vida se propague.
—La perrita quedó preñada, supongo.
—Mi hermana quedó preñada, Orzylloza. Mi hermana. Del dueño del perrito, un gordo de Lanús Oeste, hincha de Banfield encima. Mi cuñado anda buscando departamento.
—Qué asco, Carniglia. Es usted un engendro.

Texto agregado el 24-11-2015, y leído por 304 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
25-11-2015 Contigo no hay pierde.- rhcastro
25-11-2015 Replico las expresión de filiberto. Espectacular! TuNorte
24-11-2015 Tomè el atrevimiento de publicar este texto en mi Facebook y recibì comentarios, entre ellos el siguiente: ¡Genial! No dejó nada librado al azar, filosofía, biología, psicología, diversas tendencias y fundamentaciones en una sopa muy bien preparada. ¡Me encantó! Pero para hacer esto tiene que tener mucha cultura, para poder cohesionar todo en un texto, con credibilidad y racionalidad. Laura filiberto
24-11-2015 Espectacular. filiberto
24-11-2015 La naturaleza como enemiga. Creo que ese es el a priori que tenemos que cambiar. Nos va la supervivencia en ello. Tal vez lo consigamos, después de todo. Leandro77
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