Mi tío la reconoció, era mi prima Lina la que yacía sobre la bandeja metálica, cubierta con una fina tela desechable en medio de aquella friolenta habitación. Apestaba totalmente a basura. Las profundas quemaduras se llevaron con ella lo hermosa que fue, si apenas dejaron que reconociésemos el lunar bajo su belfo.
Llené los formularios mortuorios, porque el incapaz de mi tío no pudo. Tenía una ansiedad que le hacía sudar su piel de morcilla. En el sepelio fue aún más exasperante.
Desde aquella noche fatídica mi mente no paraba de pensar en ella, me era imposible llorar. Al cerrar mis ojos la vi haciendo pucheros como para convencerme de dejarme tocar el cabello. Su voz de sirena cantó aquella noche hasta hacerme dormitar.
Dentro de unos días todo será olvidado, lo sé.
Dejé el camión de montacargas cuando mi supervisor me hizo llamar. El fiscal de la causa de mi prima me esperaba en la oficina de mi jefe, dirigía la aprehensión de Enrique, mi mejor amigo. Su cara delataba confusión y un pánico tan tremendo que lo pude sentir.
Cuando estuvimos a solas, el fiscal y yo, pude comprender lo que pasaba.
-Su prima, la señorita Lina Lanz, se escribía con un usuario de Facebook llamado Alejo Scarano. Las fotografías publicadas en el perfil de Alejo coinciden con las de Enrique José Manzano, nuestro principal sospechoso. La razón de esto, es porque el día de su encuentro real es el mismo día de su asesinato. Además, en El Vertedero Metropolitano, donde fue hallado el cadáver, se recolectó un par de guantes de trabajo, los mismos utilizados en esta empresa –dijo finalmente y me observó como inquiriendo una respuesta.
Enrique no la asesinó es lo único que sé. Es un hombre muy guapo sí, pero demasiado macilento. A él sólo le excitaba la forma en que me parecía a ella, cuando solos en mi habitación me colocaba su vestido de chifón beige, su peluca oscura y su labial de fresa. De esa forma me hacía el amor todas las noches en que yo la deseaba de forma enfermiza. Pero él no fue.
-Gracias, señor fiscal.
-Servimos a la nación. Oiga, ¿tiene algún número telefónico para comunicarme con usted?
Revisé mi bolsillo y negué.
Antes de marcharse me dejó su número de teléfono sobre el escritorio, en caso de tener alguna información. Todos mis compañeros estaban tras la puerta, asombrados de la desdicha de Enrique.
***
A las tres de la tarde salí de la empresa y fui a visitar la casa verde de los Lanz. La que heredaron mi madre y mi tío, pero que éste le robó cuando enferma pereció. Ahora el retrato de los Lanz, todos de piel morena y prominentes labios, se reducían al repugnante de mi tío y yo.
Cuando entré, vi que miraba a través de la ventana oculto entre las cortinas. No lo saludé y tampoco pareció notarlo. Sé que por mi prima es que se me permitía pisar la casa, mas no creo necesitar recordarle que también es mi propiedad, moralmente.
Subí a la habitación de Lina. Debo suponer que mi tío ordenó y desordenó todo, conozco bien el rincón donde coloca la computadora, porque el escritorio era el único espacio de orden en medio del caos. Ahora las gavetas estaban abiertas, los manuscritos de Lina regados por toda la mesa y el CPU no estaba allí. Comprendo, el fiscal realizó su pesquisa.
Sigilosamente cerré la puerta y la excitación inundó mi ser. Todo aroma achocolatado olía a ella, todo ese silencio me permitía oírla reír y cantar. No sé si lo he dicho, pero Lina cantaba baladas ricas en melancolía, sonaban como voces venidas de un cardumen de sirenas que se ahogaban en la garganta del océano. Ella heredó la voz de mi abuela, la misma que tenía mi madre. Los hombres no tuvimos esa suerte, resultamos ser feos y sin gracia alguna.
Creo que por eso me visto de Lina. Un día de carnaval invité a Enrique a drogarnos en la pocilga en que me alquilo y le hice escuchar una canción que grabé de mi prima. Y mientras él viajaba al mar, yo me calzaba la femineidad de ella. Desde entonces él amó a una desconocida.
El closet estaba lleno de su ropa, muchas pelucas, tangas y tacones; el neceser lleno de muchísimos coloretes, pinceles y pintalabios. En mi morral metí los favoritos de mi prima, no me atiborré, de todos modos tenía suficientes días para llevármelo todo.
Cuando decidí marcharme estaba erecto. La voluntad me falló otra vez y, dejando la puerta abierta, no contuve las ganas de sentir la seda de sus vestidos y de verme como ella. En el espejo observé a la voluptuosa morena que fue mi prima, tenía el vestido naranja de su quinceavo cumpleaños. Me acerqué para arreglar mi peluca negra y pintar un punto debajo de mi belfo, entonces vi a mi tío en el dintel de la puerta.
-Con ese vestido naranja perdiste la virginidad conmigo –su voz sonaba endemoniadamente ausente. Me giré y me apretó a su cuerpo taurino. Aquellos enfurecidos ojos me subyugaron, por lo que no pude resistirme.
Me desagrada si quiera recordar lo que el maldito de mi tío me hizo aquella tarde, basta atesorar lo delicioso que fue ser amado en la piel de Lina, en su propia habitación y por su padre.
Tras acabar dentro de mi ano y marcharse al bar, lloré desconsolado. Me marché enfurecido, ultrajado, con un peso de remordimientos adoleciendo mi desgraciada vida.
***
La señora del alquiler tocó mi puerta. Me desperecé y vi que eran las seis de la madrugada, luego me alisté con rapidez para ir a la empresa.
-Baja a desayunar –dijo tras tocar, por segunda vez.
Me parecía muy extraño que los gritos de sus nietos no se oyeran resonar en las paredes. También que me invitara a desayunar. En la sala-comedor aún se podía sentir el ambiente familiar, con su hija Tania y su yerno Alejandro a quien le decían “Alejo”.
La señora del alquiler me hizo sentar, lo más probable era que su intención fuese saber más sobre el crimen de Lina.
-Anoche apresaron a tu tío Rogelio –dijo apenas soplé mi primera cucharada de gachas de avena caliente. Sólo me sobresalté un poco, realmente me alegraba la noticia.
-Mi comadre Jacinta, que vive a dos cuadras de tu casa, me contó que la policía llegó justo antes de que él se suicidara. Fueron porque los vecinos alertaron de un hombre que estaba sobre la azotea con una botella de cachaza gritando y cantando una fea canción…
Paró de hablar. No sé por qué la gente espera yo diga algo al respecto. Seguí soplando y comiendo.
-…Entonces fue cuando dijo que él había violado muchas veces a su hija y a su hermana…
"¡Maldito!" reprimí en mis pensamientos, luego un estallido de llantos se apoderaron de aquel silencio, se había despertado el bebé de Tania. Ella corrió a atenderle.
-¿Te sientes bien, mijo? –dijo alarmada tocando mi hombro, no me fijé que uno de mis puños golpeó la mesa.
Mi respiración se acortaba y se alargaba frenéticamente, los nudillos de mis dedos se desarticulaban, mis ojos hallaron alivio en la ternura de aquella señora. Entonces habló “Alejo”.
-A tu amigo Enrique lo liberan hoy, me imagino, ¿no?
Me detuve en seco.
-Sí –respondí absorto de mí-, sí, sí, sí.
-Es que… es que tanto Enrique como tu tío Rogelio son sospechosos…
-¡No! –Grité a la señora del alquiler- Enrique no es un asesino, es él, mi tío, él mató a mi prima porque no toleraba que estuviera enamorado de ese tal…
Miré a “Alejo”, luego a Tania sosteniendo al pequeño bebé, detrás de ella se despertaban los gemelos hasta abrazar a su abuela, la señora del alquiler, que me escuchaba con atención.
-Pero mijo, ¿por qué no mejor va a la policía y le dice eso? Estoy segura que, lo que le digas, les ayudará. “Alejo”, hazme el favor mijo, llévalo.
***
-Me gusta el lunar que tienes en tus labios –expresó “Alejo” en un tono sugestivo, antes de bajarme de su auto. Siempre me dice cosas excitantes, pero nunca ha pasado algo más que eso. Esa mañana apretó mi muslo y se acercó a mí –ya llegamos, pero… no le digas a nadie que me gusta espiarte cuando te disfrazas de Lina. Te ves igual a ella.
Zafándome de sus gruesas manos, de su seducción, me apresuré hasta la estación de policía. No sé qué resultaba peor, si soportar el olor nauseabundo del auto o mi cobardía.
Una vez dentro del Departamento de Investigación Criminal, el fiscal ordenaba que me colocaran las esposas.
-Siéntate.
-¿Qué pasa? –dije y detrás de mí traían a “Alejo”, también esposado y confundido.
Sentaron a “Alejo” a la fuerza en la otra silla frente al escritorio, al lado de mí. Dirigiéndose a él, preguntó el fiscal con autoridad: -Diga su nombre y Apellido, año y lugar de nacimiento, y a qué se dedica.
-Alejandro de Jesús Scarano Méndez, señor. Nací en abril de 1972, estoy desempleado, señor, pero realizo carreras en mi taxi de vez en cuando, para llevar la comida a mi esposa y a mis hijos –respondió nervioso, mientras la lava de mi saliva quemaba mi interior.
Un subordinado manifestó al Fiscal: -Los datos de nacimiento y apellido son correctos, el resto no son coincidentes.
-¡“Alejo” por Dios…! -exclamé.
El fiscal sonrió.
-¿Con que te dicen “Alejo”? ¿Ese es tu alias?
“Alejo” se trastornó, sólo asentía sin parar.
-¡Confiesa! Confiesa que fuiste tú quien engañó a Lina Lanz diciendo que eras soltero, que la citaste con tu falsa cuenta de Facebook a las tres de la tarde en el Autocine cercano a la costa. Que la mataste salvajemente y tiraste su cuerpo en el Vertedero Metropolitano. ¡Pero fuiste un imbécil! Dejaste un par de guantes ensangrentados y tu…
El teléfono celular de “Alejo” empezó a emitir insoportables ring-ring-ring. El fiscal se notaba traspapelado por alguna extraña razón.
-Atiende –dijo.
Las manos temblorosas de “Alejo” se llevaron el celular a la oreja con un quebrantado “Aló”. El fiscal dio otra orden: -Llévenselo.
Tras de mí sólo oía gritos de súplica.
Nuevamente estuvimos solos el fiscal y yo. Se colocó al otro lado del escritorio inquiriéndome. Registró una de sus gavetas y trajo hacia mí un espejo pequeño.
-Obsérvate.
Lo hice. Lo primero que descubrí fui un lunar ficticio debajo de mi belfo. Olvidé desmaquillarlo anoche, antes de dormir.
-¿Cómo te llamas, chico? –preguntó apaciguado.
Su pregunta me inspiraba suficiente tranquilidad y sin embargo me perdía en ella, pensé en responder “Lina Lanz”, y sabiendo lo incorrecto que era, traté de despegar mis labios, pero sólo tartamudeaba.
-Vla…Vlaba… Vladim… Vladimir. Vladimir Lanz –acabé con mi tortura y rompí a llorar.
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