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Recién visité a mis padres durante una semana. Observé el hogar que están construyendo más allá de la arquitectura, específicamente la relación entre dos personas que tienen mucho tiempo de conocerse, de aguantarse, de sacrificar, de entregarse. Ha sido revelador. Quizás se me ha revelado ya muy tarde, pienso. Sin embargo, sigo vivo y me hunde en melancolía ver cómo discuten y le dan sentido a los encuentros que en primer momento parecen de choque, de contrariedad. La experiencia de años los hace entenderse. Son cautelosos incluso cuando parece que no. Se monta un teatro, un baile bien ensayado, aún con el nerviosismo de que en toda repetición se encuentre algo inédito, y sin embargo se disponen a salir victoriosos. Son devotos el uno del otro a su manera, y yo hace mucho que dejé de creer para bien o para triste mal.

Me gustaría poder atrapar esa esencia, emplearla en mi vida y ponerla en práctica desde ya. Quizás el claustro en el que me he confinado -en parte por mi personalidad, en parte porque no he visto una alternativa- me ha privado de poner en práctica algo como lo que ellos tienen.

Es costumbre de mi padre sacar un vino después del trabajo, servir un par de copas para compartir; un poco de queso hecho cuadritos y uvas que lo acompañen, mi madre nos lo sirve y se dispone a participar. Platicamos, se toca un tema, luego otro, no concordamos en algunas cosas, pero algo es claro: cuidar a quien tienes cerca, procurarle, encaminar el placer que produce la satisfacción personal a la vez que creas una atmósfera, un grupo, un hogar. Yo que he estado lejos puedo sentir los estragos, puedo sentir el abrazo aún acá.

Tienen miedo. Todo padre tiene un miedo enorme, a veces inexplicable, que es difícil poner en palabras, pero que se rompe en actos que parecen empujados por una fuerza perpetua. A veces no se puede decir por qué se hace lo que se hace, pero en hechos, me han enseñado más que la palabrería. No sé qué pensar del amor y cómo lo he de hacer. Quizás la enseñanza esté en dejar de hablar de ello y ponerse manos a la obra, como muy expresamente se lo manifiestan y nos reparten a nosotros sus hijos. Ese amor que conmueve a la razón. De devoción, de anhelo, en forma de proyecto. Les aplaudiría si no me sintiera algo ridículo. Algún día, quizás pronto, encuentre lo idóneo para vaciar todo eso que han entregado, no por ellos, pero tampoco, del todo, por mí, sino por el otro, quien quiera que este sea, habrá que crearlo o encontrarlo o que te encuentre o todo a la vez. Ser humano y quizás algo mejor. Mientras tanto, he de ver con otros ojos lo que me toca hacer a mí.

Texto agregado el 22-11-2015, y leído por 92 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-11-2015 Hoy,lastimosamente,lo que nos pintas ya no se ve.Las relaciones son endebles,precarias y terminan a la primera discusión o diferencia.Me gustó tu relato.UN ABRAZO. GAFER
 
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