Entre lamidos comunes se esparcían como la niebla que se apodera de un bosque virgen, ella tocaba a él y él tocaba a ella, se entrelazaban con las almohadas limpias que expresamente ella había ordenado para él, eran minutos, horas de éxtasis, donde no era necesario la luz en sus ojos para sentirse encontrados y a la vez perdidos, el vaivén de sus cuerpos y las embestidas mezcladas con el sudor se hacen eternos y en un compás del latido de ambos corazones, como el bombo de una marcha militar que también respondía a los movimientos; emanaba una sensación de lejanía, de ausencia, ella tocando su piel áspera, dura y sudorosa, y él tocando una nube embalsamada en un cuerpo; ella se sentía única y amada por primera vez, él solamente la había visto dos veces en su vida, las sabanas pronto se arrugaron, y las pocas horas fueron suficiente para que en ella brotara una magia interminable para sentirse únicos e insospechablemente feliz, entre esa bruma de sensaciones, llego a sentir que si él se iba lo perdía todo.
Sus pómulos enrojecidos, gota a gota como lagrimas el sudor, en sus manos delicadas que fingían una inocencia aterradora, se destilaban unas marcas, leves marcas que recorrían también su antebrazo derecho, que mantenía el geografismo de un río granate que llegaba hasta el codo; sangre en el lecho ungueal, sangre de hace pocas horas, sangre que mantenía aun ese olor a hierro, que mediante el descanso de ambos cuerpos, ella detenida y calladamente se restregaba con sus otras uñas para ocultar las huellas de su delito; un suspiro de cansancio la calmo un poco, mientras el dormía y ella repasaba un ligeros sentimiento de bienestar y libertad, hacia el fondo de la habitación un loro los miraba eternamente.
Era un recuerdo que lo torturaba al fin y al cabo seguía siendo humana, necesitaba ser escuchada y aunque en sus palabras hubo una que otra sonrisa, había pena enteramente en todas sus oraciones. Por su voz predije que cerraba la menopausia ella era una de esas damas en la cual su rostro escondía muy bien el dolor que había sufrido, había pasado por tantas circunstancias, que el odio, la ira, la alegría, la pena y el amor, eran sentimientos irrisorios, que muy bien los guardaba como un vago recuerdo que le producía acidez, y amargura de boca, pero aun así los demás cautelosos por ratos lograban percibirlo, su cuerpo enrollado en las grasas, su voz tosca, que el hipotiroidismo iba secando poco a poco, y los ojos embolsados, permanecían cerrados como un acto de indulgencia, se le hacía casi imposible acomodarse las medias, quien diría que hubiera sido una princesita refinada y triste como en algún cuento, con esa misma mezquindad que poseía ocultaba sus sentimientos en lo más profundo de su memoria.
Se caso sin amor y sin consentimiento, con hombre encurtido por las guerras, hastio de la vida, renegón y adicto al sexo con consentimiento o sin él, amante de su pinacoteca al que de seguro adoraba más que a su mujer joven en esa época, ella se caso descalza como se prometió así misma doce años atrás mientras sus pies desnudos tocaban el pavimento entibiado por el calor del sol, éste le daba una sensación fugaz de convertirse en una llama que se extinguía pronto, es así como la pequeña Sofia sin presagiar su futuro, inconsciente, ya había hecho un pacto con la desdicha y el horror, cuando niña todas las noches se echaba en su terraza a mirar el cielo en busca de alguna estrella fugaz, una noche contó hasta tres de ellas, pidiendo tres deseos, olvidados por el sueño resultado del arduo parpadeo y movimiento orbicular; los días para ella en ese entonces estaban conceptualizados por una sonrisa, travesuras y juguetes, años mas tarde como los granos una brisa de arena en la playa, se iban pegando poco a poco las tristezas en su cuerpo, esparcidos unos sobre otros montículos infinitos, que lograban herir su piel.
continuará... |