Otra vez la fragancia de mi madre te sedujo a esta habitación. Te dije que ella era una mujer muy sexy y que me llamaba la atención tus deseos de sodomizarla. Pero en casa sólo estamos tú y yo, y ella no entendería nuestra lascivia.
Me preguntaste dónde estaba esa tanga negra que usó en la fotografía que te envié por e-mail. Entonces cerré la puerta porque sólo comparto las cosas de mi madre en la intimidad. Tomaste asiento y, de espaldas a ti, baje mi short rosa.
Sentía un calor en la madera de la puerta cuando mis nalgas estuvieron en alto, con la diminuta prenda ocultando mi pequeño sexo, mientras calabas un porro. Pudiste ver los hoyuelos que se forman en mi espalda cuando, presa de tu mirada, llevé mi franela a mi boca.
Trajiste ese olor tuyo a marihuana hasta el rincón en que me feminicé. Tus ásperos dedos viajaron a través de mis suaves muslos, pálidos, delicados, virginales, hasta cerrarse en mis cinturas. Susurraste “usurpadora” tras morder mi oreja.
Detrás de mí eres un Zeus que con su masculinidad hace y deshace. Me fijo en tus ojos de lobo y me siento más débil. Me odias lo sé, desquítate con mi cabello como lo ahora lo haces, no me sueltes, no quiero dejar de sentirte.
Eres un sátiro con cuernos de carnero, un viejo fálico, quiero beber de tus pociones espesas. Libera tus demonios, comprende que ella no está, que nací para placerte.
¿Quién soy? Tengo la seguridad que sabes la respuesta. Soy la venganza de Eva, la de tez inocente y venenosos labios de cereza, la tentadora pesadilla con quién soñaste el día en que te arrestaron por violar a mi madre.
Ahora ella está muerta y puedes usarme.
Bésame, maniobra con tus dedos o eyacula frenéticamente en mi interior, pero ya para de observarme. De tu historia conozco que has tomado a muchas mujeres y yo simplemente soy un chico.
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