Nonatos
Todos los días, a una hora que nadie conoce, la pequeña Leyla llegaba a un lugar que nadie ha visto. Sin demora se sentaba en el lugar de siempre y como provista de una voz celestial, comenzaba a contar sus historias; unas llenas de vida y alegría; otras de misterio y suspenso; otras mas de drama y pasión; pero en su mayoría, de fantasías tan increíbles, que tocaban el fino hilo de la realidad.
Cierta ocasión, mientras Leyla contaba una de sus historias, una voz que ella no podía reconocer, hizo una pregunta tan desgarradora y simple a la vez, que todos los que la escucharon hicieron un gran silencio, tan grande que se podía escuchar el eco distante que producían sus alientos.
- ¿quiénes somos?- preguntaba la misteriosa voz.
Sin perturbarse en nada por lo acontecido, Leyla rompió el silencio tan abismal que la pregunta había causado. Con total calma, se dirigió a su encuestador guiada por el murmullo de sus labios.
Quienes somos podría contarte - decía la cuentista-
Quienes pudimos ser jamás encontraría respuesta, tan solo vagas y sutiles suposiciones, que son para todos los que oímos, nuestra manera de conservar la cordura en este lugar donde el tiempo no tiene custodia.
Mientras Leyla decía estas palabras, la duda de su origen se empezó a acrecentar en todos, de tal manera que le pedían les contase su propia historia, si es que acaso la sabía.
Hace mucho tiempo... —empezó a narrar Leyla—. Antes de que este lugar fuera creado, bajo el reinado del tiempo existió un ser tan increíble que las palabras no alcanzarían para describir tan única creación. Tenía la grandeza de los dioses y el talento mismo de la creación, sus pisadas afirmaban la tierra y en sus manos podía generar los objetos más extraños y singulares; su lengua poseía el poder de la vida y la muerte; en sus ojos se podía observar el mismo universo; capaz de generar tantas ideas que...
Antes de que pudiera proseguir su prosa, Leyla volvía a ser interrumpida por uno de sus oyentes y con sutil curiosidad le pregunto que eran los ojos.
Nadie de los que ahí se encontraban los poseía, desde que tenían memoria jamás los habían tenido y por consiguiente, no sabían el significado de los mismos, o cual era su función. Siempre habían estado sumergidos en la nada y en su lugar dos grandes y profundos huecos habitaban sus rostros; seres incapaces de reconocer la luz o la sombra, ausentes de cualquier rastro de claridad.
Eran los encargados de registrar las ilusiones que el tiempo brindaba — decía Leyla—. Pequeñas esferas hechas de asombro y misterio; guías del alma y guardianes de los deseos. Les contó también que esos seres poseían dos pares de ojos, unos brindados al nacer y los otros conseguidos a través del desgarre de su alma y estos segundos eran los más importantes, ya que serían eternos.
Todos oían admirados y confusos su explicación, intentando comprender la belleza de sus palabras.
Leyla dio un suspiro profundo, y continuo con su cuento.
... Con tantas ideas que los átomos del universo no alcanzarían para contarlas. Reinaron por mucho tiempo. En un principio cuando su especie aún era muy reducida la cualidad de hablar no era necesaria, sabían comunicarse tan solo con miradas, gestos, sonidos y en especial con su misma alma; solo eso les bastaba. Pronto se dieron cuenta que encontrar un refugio para el frío y la lluvia era una prioridad, y como movidos por instinto, se refugiaban bajo árboles y cuevas secas. Pero ellos no eran los únicos que reclamaban la tierra; además de ellos, existían también otros seres, que aunque faltos de la inteligencia de los primeros, poseían otras cualidades que los hacían sobresalir de entré los demás. Ya fuera una mayor fuerza, o garras para destrozar a su presa, o veneno para paralizar a sus víctimas, o alas para remontar el vuelo, o grandes colmillos para destrozar la carne; la pelea por el dominio comenzaba, rápidamente estos seres se dieron cuenta que necesitaban adquirir las cualidades de sus adversarios y así, empezaron a crear los objetos necesarios para dicha labor.
Más rápido de lo imaginado consiguieron ser la especie dominante, pero su ambición de poder y control se había convertido en un abismo sin fondo y ahora querían dominarse entre ellos mismos. Ahí fue el origen de las grandes naciones y también de las guerras.
Se empezaron a diferenciar entre ellos por rasgos que antes los unían; desde el color de su piel, hasta la forma de hablar; desde la altura de su cabeza, hasta el color de los ojos; desde el suelo que pisaban, hasta el olor que poseían; desde su corazón, haya su mente. Sus almas empezaban a perder el color, ese color tan único con el que habían sido creados y pronto la obscuridad empezó a apoderarse de ellos; los consumía lentamente; poco a poco; momento a momento y la heredaban a su siguiente generación, transmitiendo el odio entre ellos, amando solo su propia vida sin poder recordar que la de los demás era igual de importante y antes de darse cuenta, un día simplemente dejaron de ser, y la tierra que los parió, los reclamaba para nunca más dejarlos salir, las aguas que antes les brindaban vida, contenían sus cuerpos inertes que en vida habían aniquilado su escénica. El aire volvía a respirar, el universo se volvía a restaurar, el tiempo perdía sus manecillas. Y aunque sus cuerpos eran efímeros cascarones desgastados por los valientes segundos que morían en ellos; sus almas habían sido creadas eternas e inmortales y según su estadía en vida venían a convertirse ya sea en estrellas distantes o pasaban a pertenecer al inmenso vacío que ocupaba el universo, vagando atormentados entre memorias imborrables.
¿Pero que somos?— volvió a preguntar la misteriosa voz...
Somos— respondía Leyla— las ideas que ellos crearon y jamás vieron la luz.
Y al terminar de decir esto todos volvieron a desaparecer y sus recuerdos junto con ellos, excepto los de Leyla que condenada por asuntos que se narraran en otra historia, esperaba paciente las próximas ideas que vendrían en busca de un cuento.
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