Dos semanas después se oía el ruido de una ambulancia a toda velocidad. Era su cuarto mes de embarazo y empezó a sentir unas contracciones, además de un sangrado cuando pasaban. La llevaron rápidamente a la sala de emergencias. Se les avisó a sus padres, quienes se presentaron al lugar sin tardanza.
-¿Qué pasó? –preguntó la madre de Camila al encontrar a una enfermera.
-Recibimos una llamada de su hija –contestó la enfermera-. Decía que sentía contracciones y sangrado, así que la trajimos lo más pronto posible.
-¡Oh Dios!
-¿Podemos verla? –preguntó el padre de Camila.
-En este momento no señor, pero le avisaremos cuando.
-De acuerdo.
El doctor entró en la sala de emergencias.
-¿Cuál es la situación? –preguntó poniéndose los guantes.
-Es su cuarto mes de embarazo y está sintiendo contracciones –respondió una enfermera.
-Entendido –el doctor se puso una mascarilla-, ¿cuántos años tiene la señorita?
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-Ok. No se preocupe señorita, está en buenas manos.
-Doctor, vea.
-¿Qué pasa?
El doctor se acercó y vio una pequeña mano.
-Mmm… ya veo. Señorita, por favor puje.
-¿Qué puje?
-Lo más fuerte que pueda.
-Ok… lo intentaré.
Camila comenzó a pujar con todas sus fuerzas. Sus gritos eran tan fuertes que se oían en todo el hospital. Pero a pesar de su gran esfuerzo la mano del feto no se movía.
-¡Maldición! –Exclamó el doctor-, seguramente la cabeza se atoró. Tendremos que sacarlo nosotros mismos. Señorita… esto le va a doler, ¡y mucho!
El doctor tiró de la mano del feto. Camila gritaba de dolor. El roce causado por la cabeza del feto tratando de salir la lastimaba mucho.
Sus padres oyeron los gritos y quisieron ver que pasaba, pero una enfermera se los impidió.
-Lo siento –les dijo la enfermera-, pero no pueden pasar.
-¡Pero es nuestra hija! –Dijeron sus padres-, ¡tenemos derecho a saber que le pasa!
Los padres de Camila seguían insistiendo para que la enfermera los dejara entrar, pero esta se mantuvo firme y no lo permitió. Al final, los padres de Camila se cansaron de insistir y no tuvieron más opción que volverse a sentar.
-Vamos –dijo el doctor tirando de la mano del feto-, sal, sal.
Camila sufría del dolor. El llanto caía a raudales de sus ojos. Después de un largo y arduo tiempo de tirar el doctor vio lo que parecía ser una oreja iniciando a formarse.
-¡Pon fin! –Exclamó el doctor- ¡ya casi sale! Enfermera, déme otro par de guantes. Voy a meter la mano.
-En seguida doctor.
-Señorita, ya casi termina esto. Ahora necesito se ayuda de nuevo.
-¿Qué quiere que haga? –preguntó Camila agitada.
-Necesito que vuelva a pujar.
-¿Otra vez? –preguntó Camila- Doctor, ya no quiero seguir sufriendo. Por favor, ¡no he haga sufrir más!
Los ojos de Camila volvieron a llenarse de lágrimas. El doctor se conmovió al ver a aquella adolescente en esta situación, que la destruía física y psicológicamente. Ella no tendría que estar pasando por esto.
-Señorita… –dijo el doctor tratando que tranquilizarla - se que usted está sufriendo mucho, pero le prometo que esto será lo último. Usted aun no está preparada para situaciones como esta por esto, lo sé. Pero necesitamos que sea fuerte, ¿me escuchó? Necesito que sea fuerte. Hágalo por usted, por sus padres, por su familia, por sus amigos… ¡por su futuro hijo…! Señorita, ¿Cree que puede hacerlo?
Camila asintió.
-Perfecto…. ¡Enfermera! ¿Y mi par de guantes?
-Aquí están doctor.
-Gracias.
El doctor se puso los guantes y se tronó los dedos.
-¡Puje señorita, puje!
Camila pujaba con todas sus fuerzas otra vez. La cabeza por fin empezaba a salir lentamente. El doctor metió su mano y haló con todas las fuerzas que aun le quedaban la cabeza del feto. Unos minutos después, luego de tanto batallar, lograron sacarlo.
-Córtenle el cordón umbilical –dijo el doctor sudando por su frente.
-En seguida.
La enfermera trajo unas tijeras y cortaron el cordón umbilical.
El doctor, junto con las enfermeras que lo rodeaban, contemplaron con tristeza el cuerpo frío, rígido y muerto del feto del bebé de Camila en sus manos. |