Abrió los ojos y trató de levantarse pero no pudo hacerlo, las piernas no le respondieron, el cuerpo estaba rígido, encerrado, y totalmente oscuro, intentó abrirse brecha con las manos pero el espacio era insuficiente para maniobrar, el silencio que tanta calma brinda en la vida, ahora resultaba ser lo más espantoso, nunca había escuchado su estrepitosa respiración cargada de pánico, de claustrofobia, de todo.

Trató de controlarse, de respirar más despacio, de mirar en la nada, pero definitivamente sólo el oído funcionaba, sus propios gritos resonaban, nadie respondía detrás de lo que fuera, alcanzó a palpar con las manos el forro de la caja, una idea surgió, “estoy dentro de un ataúd”, pensó.

Lo último que recordaba era que se había ido a dormir, que después de cenar se despidió para irse a la cama. El tiempo era lento y la desesperación comenzaba a incrementar. El frío comenzó a erizar su piel, estaba desnuda, encerrada, sola, desesperada y desnuda, en quién sabe dónde ni el porqué.

Inútil sería tocar, si al gritar nadie había contestado, mucho menos tendría respuesta al golpear la caja, que además estaba forrada de tela. ¿Sería un ataúd? ¿La habrían enterrado viva? Su pensamiento comenzaba a acelerarse, y si la habían creído muerta, y si no había despertado en días, y si le habían llorado sin saber que aún respiraba, cerró los ojos, la sensación era la misma, nada, sólo oscuridad.

Entonces entre la oscuridad surgió el camino de la luz, sintió que se ventilaba el ambiente y de una sola bocanada atrajo el aire necesario, la asfixia había pasado, estaba entrando a la luz, esa luz que le habían dicho. El silencio se rompió y comenzó a percibir hacia afuera, entonces cerró los ojos una vez más, pensaba en su familia y en lo que le hubiera gustado decir al despedirse.

Y al abrirlos miró a la altura de su cabeza, el número seis seguido de dos puntos y el cero cinco, en color rojo marcaba la hora en el reloj digital, entonces se levantó de golpe, miró a su alrededor, y tras sentir el alivio dejó escapar una flatulencia, larga, ruidosa y apestosa, sin duda alguna estaba viva y en su casa. El viaje hacia luz había quedado atrás. Jamás volvió a cenar asquerosas hamburguesas.