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Gregorio Arana tenía una vida sencilla pero satisfactoria. Tenía un trabajo que no le hacía infeliz y tenía una casa cómoda en donde podía reposar tranquilo al regresar del trabajo. No tenía dinero en abundancia pero tenía el suficiente para mantenerse a sí mismo y, de vez en cuando, disfrutar de los placeres que le hacían feliz.
Disfrutaba leyendo siempre que tenía un rato libre. Se consideraba a sí mismo una persona culta y de hecho lo era. Había estudiado la carrera de lenguas antiguas en una buena universidad en el extranjero y, a pesar de no ejercer la profesión para la que estudio, siempre se preocupaba de que sus conocimientos no se vieran afectados por el paso del tiempo o la falta de práctica.
Tenía ya varios años que le pesaban de más y según sus propias palabras, los años de juventud habían acabado ya hacía mucho tiempo. Lo cierto es que no era muy viejo. Tenía alrededor de cuarenta y siete años, pero la vida tranquila y sedentaria acabó temprano con sus deseos de aventura. De todas formas él no le daba mucha importancia a la falta de ánimos que sentía cuando trataba de salir de su zona de confort. La vida que llevaba le gustaba y se sentía feliz de poder tomarse tardes enteras para sumergirse en los libros que guardaba celosamente en su biblioteca. No es que sintiera repulsión por el mundo exterior. Gregorio disfrutaba salir de vez en cuando, siempre que se tratara de una tertulia intelectual con alguno de sus ex compañeros de universidad que residían es su misma ciudad o una visita al hogar de algún compañero de trabajo.
Tenía una buena relación con su anciano padre. Él lo admiraba mucho pues le había enseñado todo en cuanto a buena moral se refiere. Gregorio se consideraba un buen hombre, una persona de respeto y un ejemplo a seguir en su comunidad. Todo eso se lo debía a su padre quien, en juventud, había sido un catedrático en la universidad en la que el joven Arana había estudiado. Los ideales que defendía Gregorio habían sido todos impuestos por su padre, y él sentía que practicarlos no solo honraba a su padre en vida, sino que también honraría su memoria cuando le llegara su hora. Siempre se esforzaba por mantener una conducta pulcra y educada. Nunca era el centro de escándalos o chismes amarillistas, y siempre trataba de alejarse de la gente hipócrita y poco honrada. Los valores morales guiaban el curso de su vida y su relación con la comunidad.
La casa en donde vivía quedaba en la zona central de aquel soleado distrito que choca con el mar. Ubicada cerca de un parque que le daba un aire fresco a su lugar en el espacio, y por donde pasaban pocos autos por lo que podía disfrutar de tardes enteras sin ser molestado por el agobiante ruido del tráfico de la ciudad.
Gregorio Arana no parece ser una persona de interés, es decir ¿Por qué contar una historia con él como protagonista? No es una persona interesante ni apasionante. No es el tipo de persona que haría de una historia algo intrigante, sustanciosa o apasionante para un lector. Es un tipo normal que lleva una vida tranquila y cómoda, sin aristas o complicaciones. Sin embargo, no es su estilo de vida lo que lo sitúa como el eje principal de esta historia. Son los sucesos extraños que, desafortunadamente, ocurrieron a su alrededor lo que realmente es importante y trascendental. Por cuenta propia, Arana pasaría desapercibido por el ojo del tiempo y la historia, pero los sucesos extraños que lo rodearon hacen que esta historia no se pueda contar sin tomarlo a él como punto principal de referencia.
La mañana de un sábado, no recuerdo exactamente qué fecha, Gregorio Arana regresaba a casa. Había salido a comprar aquello que solía desayunar siempre. Café, Té, Huevos frescos, etc. Caminaba tranquilo por la calle, con el cielo despejado y escuchando como las aves cantaban melodías dulces en el parque aledaño. Al llegar al umbral de la puerta principal sacó la llave de su bolcillo y entro a su hogar. Su casa por dentro contrastaba con la fachada relajada que se podía ver desde afuera. Un corto pasillo adornado con una vieja maquila de tejer que ahora cumplía la función de una mesa se posaba frente a la puerta de un baño de visitas. La sala que se extendía terminando el pasillo lucia colores opacos que acompañaban a los libreros y los estantes que sobre sus paredes se apoyaban, dándole un ambiente calmo e intelectual, reforzado por el sofá que hacia juego con una pequeña mesa de madera en el centro. Gregorio colocó la llave sobre la vieja máquina de tejer y atravesó la sala en dirección a la cocina. Su andar era tranquilo y calmado, algo des balanceado por el peso de las bolsas que cargaba. Puso las bolsas sobre la mesa de la cocina y salió de esta, pero algo llamo su atención. Vio por el rabillo del ojo algo que no debería estar ahí, algo que sencillamente no encajaba con el entorno al que estaba acostumbrado. Sintió miedo, pero sobre todo sintió desconcierto. De hecho, el miedo se desvaneció después de unos instantes, pues a pesar de no verse con claridad por el rabillo del ojo, él distinguió aquello que no encajaba, y eso no podía hacerle daño. Se quedo inmóvil por unos segundos, temiendo que algo estuviese haciéndole tener alucinaciones, y parpadeo repetidas veces esperando que eso desapareciera, pero no le tomo mucho tiempo darse cuenta de que estaba “mentalmente estable” y que aquello que él pensaba que estaba ahí, de hecho, estaba ahí.
Volteó la cabeza para verlo con claridad. Estaba confundido, no lo había visto al entrar en la casa, y no podía estar equivocado pues ¿Cómo no darse cuenta de que hay una gran puerta en medio de la sala? Gregorio la examino por un rato. Era blanca, alta y de madera. Parecía estar finamente tallada y bien acabada. Se acercó, aun estupefacto hacia la puerta y la tocó para confirmar su existencia. Solida y rígida como un roble. La perilla resplandecía como el bronce y el marco parecía estar firme sobre el suelo. ¿Cómo demonios había llegado ahí? Aquello carecía de sentido absoluto y Gregorio Arana lo sabía. Se sentó en el sofá y la contemplo de frente. Hay que admitir que era una puerta hermosa, digna de ser la entrada a los salones en los donde se reunían los intelectuales. Desde la perspectiva de Gregorio, la puerta dividía el plano simétrico sobre el que se apoyaban sus estanterías. Aun todo carecía de sentido. Gregorio repaso mentalmente su viaje desde la entrada de la casa hasta la cocina, considerando incluso la posibilidad de que no hubiese visto la puerta al pasar por la sala. Pero de ser así también tendría que pensar cómo llegó la puerta hasta su sala en primer lugar. Consideró la posibilidad de que algún conocido suyo se la llevara de regalo mientras él estaba fuera y al tocar el timbre y darse cuenta de que no había nadie, entró y la dejo en la sala, pero después de repasar esta idea, la descartó por lo ridícula e improbable que sonaba. Por cada explicación que Gregorio descartaba, la estadía de la puerta se volvía un hecho cada vez más ilógico y surrealista. Llamó por teléfono a las personas que, él pensaba, podrían hacerle un regalo semejante, pero ninguna le dio una respuesta satisfactoria, además incluso de creer que Gregorio intentaba burlarse, cosa que era impropia de él. Empezó a sentir impotencia, pues no podía dilucidar una respuesta sensata a lo que le estaba ocurriendo. No era víctima de alucinaciones. ¿Sería alguna broma de mal gusto? Salió a preguntarles a sus vecinos si es que habían visto a alguien meter una puerta dentro de su casa, pregunto también al vigilante, pero todos le dieron una respuesta negativa. Nadie había visto a nadie meter ninguna puerta a ninguna casa. Caminó en dirección al parque con la esperanza de que el aire fresco y el día soleado refrescaran su mente y sus ideas. Repasó nuevamente su trayectoria desde la entrada de su casa hasta la cocina, pero no podía dar con una solución lógica. Regresó a su casa y entró directo hacia la cocina, pero si se percato de que la puerta seguía estando ahí, descartando la hipótesis de que la puerta hubiese estado ahí desde antes de que regresara con las compras.
Con la mente nublada se colocó frente a la puerta y la abrió con un movimiento firme. Nada. Una puerta que no conducía a ningún lugar nuevo. Solo estorbaba. Al atravesar la puerta seguiría encontrándose en la sala. Estaba tan frustrado que empezaba a perder interés en encontrarle una explicación a la situación. Aburrido e intelectualmente cansado, atravesó el umbral de la puerta de forma monótona e inmutable.
Primero pensó estar en donde se suponía que debía de estar, o sea, en la sala, pero después se dio cuenta de que estaba en un lugar distinto, y que ese lugar no era extraño. De hecho si estaba en la sala, pero no en el lugar en el que debería estar. Gregorio miraba estupefacto a la puerta que irrumpía en su sala desde una perspectiva muy habitual para él. Miraba la puerta desde la perspectiva que tendría de la sala al salir de su biblioteca. La puerta que conducía a la biblioteca se encontraba en un extremo de la sala. Lo que uno vislumbraba al salir era la sala en toda su amplitud, y a lo lejos el pasillo que conducía a la puerta principal de la casa. ¿Qué estaba haciendo Gregorio ahí parado? Sintió un ligero mareo por cauda de la desorientación pero se recompuso rápidamente. Estaba estupefacto, lobotomizado. Caminó absorto en la imagen de la puerta blanca y cuando estuvo frente a esta, se volteo para contemplar la puerta que daba a la biblioteca. ¿Qué acababa de pasar?
Caminó estupefacto hasta llegar a la puerta de la biblioteca. Veía lo que se supone que tenía que ver. La biblioteca en penumbra y los espontáneos rayos de sol que se filtraban a través de la cortina e iluminaban los libros al extremo del lugar, en ademan de sagrado intelecto. Su mente dejó de buscar una respuesta lógica. Se hacía cada vez más evidente que la solución al misterio estaba fuera de su alcance. Su rostro palideció ante los hechos. Sintió como sus piernas tambaleaban y como perdía el equilibrio, pero se sostuvo contra la pared para evitar caer. Sus piernas se movían ligeras, casi no las sentía y su cuerpo se apoyaba sobre ellas, pero cuando recobró el equilibrio se detuvo a meditar lo sucedido. ¿Es que tuvo una laguna mental? Que otra cosa podría ser. Gregorio sentía miedo, pues temía padecer algún mal en el cerebro. ¡Que no se le arrebate la vida a tan corta edad! No era tan viejo como él se consideraba a sí mismo. Se paró frente a la puerta de la biblioteca y la atravesó con firmeza, solo para complacer el capricho de descartar un postulado absurdo.
Arana no pudo contener el grito de espanto al darse cuenta de donde estaba. Reconoció rápidamente las escaleras, reconoció el pasillo, la baranda al lado derecho y los cuadros del lado izquierdo. ¡Aaaaaah pero que pavor tan indescriptible! Sintió cuando se dio cuenta de que estaba fuera de su dormitorio. ¡Aaaaaah! Cayó de rodillas, asustado. Confundido. Perplejo.
“Gregorio, levántate y resuelve tus conflictos” Pobre hombre, su vida tranquila era perturbada. Pero Arana encontró implícito en su terror a la miseria en la que su sobria mañana se había convertido. Se levanto mientras tambaleaba y se apoyó en la pared para no caer. “Pobre Miserable” caminó perplejo hasta las escaleras y las bajó con cautela para no caer. Una vez abajo caminó hasta sentarse en el sillón frente a la puerta que traspasó para dar inicio a su mañana misteriosa y trágica. El terror lo abandono unos momentos y le dio tiempo para pensar en la imposibilidad de lo que le estaba pasando y en las falacias lógicas y argumentales que le sugerían el considerar siquiera su situación en el desarrollo de un modelo universal que explicase los fenómenos del universo. Pobres sus ojos secos después de no parpadear por varios minutos. Que más se podía esperar de su pobre mente acongojada, que no fuera caerse en pedazos haciendo así que el propio Gregorio se desplomase a gritar sobre el sofá. Volvió el terror, causado por la confusión y el desamparo de una solución ó algo que le sugiriese un mínimo atisbo de lógica en aquella mañana ignominiosa en la que su miserable razón se revolcaba envuelta en pena y vergüenza.
La idea cruzo su maltratada mente unos instantes y el pavor fue aún mayor cuando se levantó a corroborar ¡y suplicar que fuese un error!, aquel pensamiento que le sugería el encierro y el abandono por los miembros de una sociedad estable y considerada. No pudo evitar caer derrotado, con lagrimas sobre su regazo, cuando después de cruzar la puerta principal de su casa, aquella que se supone debía conducirlo a las calles bellas que lo vieron formarse como un individuo respetable y honrado, se encontró viendo la vieja máquina de tejer con todos sus adornos cromados y de buen gusto burlándose de él a la salida del baño de invitados. Pobre Arana. Como grita desesperado. Pero llegó a una conclusión. Una que, por más que le condenase al aislamiento y a la pena, no violaba las leyes de la naturaleza a las que él estaba acostumbrado. Estaba loco. Estaba terriblemente loco. Desquiciado. Seamos justos con el miserable, aceptar esto es duro. Aceptar que la mente que formuló y dio firmeza a los principios sobre los que se forma una vida moralmente correcta está condenada a la oscuridad causada por la falta de cordura y por el desprecio de un mundo estable es algo bastante difícil. Condenar a la mente a un estado de desasosiego permanente, privándole así del desarrollo de conclusiones que beneficien la formación del individuo o que expandan la comprensión del campo de acción de los fenómenos naturales o del cosmos, es triste y lamentable, sobre todo cuando uno se da cuenta de que aquella mente que se juzga así misa como loca o desquiciada, esta de hecho loca y desquiciada. ¿Un loco juzgándose a sí mismo como un loco? ¿Existe algo más cuerdo que eso? En fin. Gregorio Arana se encuentra derrotado y miserable. Ya no le quedan fuerzas para gritar más así que solo solloza en silencio. Pero al cabo de varios minutos el golpeteo de alguien llamando a la puerta lo puso tan alerta como si de una declaración de guerra se tratase. Gregorio se levantó con el rostro hinchado por el llanto, y con la garganta irritada por los gritos. El golpeteo insistente no provenía de la puerta de entrada. Gregorio se dio cuenta rápidamente de que puerta provenía. Asustado, se paro sobre la puerta blanca frente al sofá. El golpeteo se volvía cada vez más insistente y nervioso. Gregorio tragó saliva y su cuerpo se estremeció por un escalofrió. Tomo la perilla de la puerta y la giró con un movimiento torpe y ansioso.
-Buenos días. – Dijo el hombre, que vestía con un saco negro elegante, unos guantes de cuero y ostentaba un bastón de madera vieja y opaca en ademan de máxima elegancia y dedicación por su trabajo, mientras miraba a Gregorio con unos ojos que delataban su preocupación por el miserable. -¿Es usted el señor Gregorio Arana?
-Sí. Soy yo. – Se limitó a responder mientras trataba de entender los momentos en los que ahora se veía envuelto.
-Soy el Inspector Ciro Capotillo. – Dijo mientras entraba y recorría la sala con su mirada ilustrada. –Me llamaron los vecinos de la comunidad. Dijeron que escucharon gritos en esta casa y temían que algo pudiese estar pasando, pero parece que usted está bien, o al menos está vivo. – Era evidente que el inspector había notado el ademan exhausto implícito en la mirada de Gregorio. –Supongo que no tengo mucho que hacer por acá, pero daré un vistazo a su casa, si no le molesta claro está.
El inspector coloco descuidadamente su abrigo y su bastón sobre el sofá al frente de la puerta por la que había entrado y volteo a ver a Gregorio, esperando una invitación.
Gregorio solo lo miraba. Perplejo. “Resuelve tus conflictos Gregorio” Pobre, no puede contestar y por dentro: “Aaaah” Sufriendo.
-Señor Arana ¿podría decirme que le ocurre? – Preguntó el inspector después de soportar la extenuante mirada de Gregorio, tan llena de dudas y de incertidumbres y de miserias. –Bueno. Parece que no me quiere aquí en su hogar, así que me retirare.
-¿Es que no se da cuenta de por dónde ha entrado usted a mi casa? – Cuestiono Gregorio, casi interrumpiendo al inspector, quien lo miraba con duda y algo de expectativa. – ¿Le parece normal haber entrado a mi casa por una puerta que está en medio de la sala?
-No sé de qué me está hablando, señor Arana. Mi entrada ha sido tan común como cualquier otra. – Dijo el inspector de forma muy educada.
Arana ya no salivaba y a su cuerpo lo recorrían espasmos cada vez más fuertes mientras que su cara se transformaba en una mueca pura de estupefacción.
-Señor Arana, le suplico que por favor me hable con calma y con propiedad, y me responda: ¿qué le ocurre?
Gregorio caminó con furia e impotencia hacia la puesta de la biblioteca mientras el inspector no contemplaba con duda en su mirada. “¿Qué diablos estaba haciendo el señor Arana?” Gregorio abrió la puesta violentamente y le grito al inspector: Entra por aquí y dime si algo te parece normal.
El inspector dudo unos instantes y cuando dejó de dudar empezó a caminar con paso lento hacia la biblioteca. Gregorio lo miraba a los ojos de forma brusca. “Relájese señor Arana” Cuando el inspector llegó al umbral Gregorio lo observaba de forma impaciente. Capotillo saco un pañuelo de su bolsillo y se limpio con él la frente. Gregorio estaba impaciente. Quería verlo entrar y aparecer arriba. La verdad le asustaba un poco aquella brusca confirmación de su locura, pero tenía que ver aquel extraño fenómeno con sus propios ojos. Además ¿”Una entrada tan común como cualquier otra”? Aquella respuesta ofendió de forma directa su análisis de la situación. Podía sentirse como un “Loco” pero aun se sentía capaz de realizar un sencillo razonamiento lógico. Si el inspector entraba a la biblioteca sin ninguna complicación entonces Gregorio estaba loco, pero si el inspector terminaba bajando por las escaleras entonces Gregorio estaba condenado. La verdad, es bastante simple. Gregorio solo tenía que utilizar a un testigo. Otro punto de referencia que sufriese los mismos extraños sucesos que él. Si así pasaba, entonces Gregorio no estaba loco, pero se encontraría en una situación que ningún modelo universal podría predecir.
Gregorio observaba con mucha emoción al inspector acercarse a la puerta de la biblioteca. “Entra” Gregorio relájate. Ya entrara.
Las expectativas de Gregorio eran extrañas. Por un lado, si Capotillo cruzaba el umbral sin ninguna complicación y salía por donde se supone que debía salir (o sea, dentro de la biblioteca) su locura era confirmada. Pero Gregorio tenía más miedo de verlo bajar por las escaleras. De ser así entonces Arana no estaba loco, pero entonces ¿Qué estaba pasando en su casa?
¿Puertas que están entrelazadas en el espacio que hay más allá? O sea, ¿Gregorio está pensando ahora en un mundo de cinco dimensiones? ¿O de cuatro? Tiene sentido. Podría ser así, después de todo, es “ahí” donde las ideas más visionarias de las ciencias naturales están dando resultados alentadores para la realización de un nuevo modelo universal. Un modelo que podría explicar la extraña anomalía espacio-temporal en la que vagaba Gregorio Arana mientras que sus conceptos de espacio, tiempo y cordura eran triturados como un trozo de mármol siendo aplastado por la implacable fuerza gravitatoria de un gigante gaseoso.
Todas esas reflexiones que atraviesan la mente de Arana durante los minúsculos instantes de tiempo que le toma a Capotillo llegar hasta el umbral revelan el verdadero conflicto que atraviesa su mente. Si Gregorio se descubre loco, entonces todos sus fundamentos morales e ideológicos carecerían de sentido. Los inmutables pilares fundamentales sobre los cuales fundó su carácter y contemplo la realización de su imaginario colapsarían de forma que no dejarían rastro de su existencia. Simplemente ya no estarían ahí. Así que Gregorio piensa en las consecuencias de su locura con respecto a su padre. La triste verdad que azota el pensamiento de Gregorio es que, si está loco, entonces todo aquello que su padre le infundo, todo aquello que su padre le enseño a defender, colapsaría ante las ideas sin sentido y sin fundamento que son fruto de su delirante pensamiento. Le teme a la locura por lo que ésta conlleva ante la imagen benevolente de su apoteósico padre.
Pero también le teme a la situación anómala en la que se veria envuelta su mente, en el caso de estar cuerdo.
-Preferiría entablar una agradable conversación que llevase a la revelación de su tormento, antes de traspasar el umbral, señor Arana.
Gregorio le mostro una sonrisa magistral. Una sonrisa tan perfectamente colocada sobre el rostro que podía ocultar hasta los más ligeros atisbos de impaciencia y excitación implícitos en la modulación que había tomado su carácter ante la experimentación.
A Ciro Capotillo le sorprendió aquella bipolaridad que se formó entre el Gregorio exaltado, molesto y desorientado que lo recibió, y este Gregorio con una sonrisa comprensiva en el rostro.
-Comprenderá usted, inspector, que tiene que atravesar el umbral para que entienda la extraña anomalía de la cual soy víctima. – Dijo Arana mientras se formaban gotas de sudor helado sobre su frente por causa del esfuerzo que conllevaba mantener aquella magnifica sonrisa. Pero Capotillo estaba desconfiado. La forma en la que Arana había modulado su comportamiento le sugirió un destello de desconcierto en la relación que existía entre los pensamientos de Gregorio y aquello que en una sociedad bien organizada y moralmente adecuada se conoce como “Lógica”.
-Tendré que insistir. – Dijo, calmado y analítico, el inspector Ciro Capotillo.
“Tendrás que ser paciente, Gregorio” se dijo a sí mismo. “Si él se va, entonces no podrás comprobar nada”
-En ese caso, permítame ofrecerle una taza de café o de té para poder tener una conversación más amena. – Dijo mientras que Capotillo notaba otro destello, ahora de persuasión, en las palabras de Arana.
Capotillo lo miro de forma analítica, tratando de anticipar la siguiente modulación en el carácter de Arana, pero este se dio media vuelta y se fue, sin modular nada, a preparar café o té.
Capotillo siguió los pasos de Arana hasta el marco que conducía a la cocina, en el cual se recostó ya que, por cierto, la cocina no tenía puerta, era simplemente un marco lo que conectaba la cocina con la perturbada sala.
Capotillo observaba con la intención de captar algún indicio que le ayudara a entender a que se debía la preocupación de Gregorio con respecto al momento en el que había ingresado en aquel intelectual pero incomodo espacio.
-Yo bebo el café sin azúcar, señor Arana. – Gregorio solo asintió e invito al inspector a esperarlo plácidamente en el sillón de la sala.
“Café sin azúcar” invadió el pensamiento de Gregorio por un momento mientras preparaba su taza de té.
-Le suplico que tengo cuidado. – Dijo Arana mientras le daba a Capotillo su taza de café sin azúcar sobre un plato de losa fina. –No querrá manchar este elegante mueble con café negro.
-Tendré cuidado. – Contesto Capotillo después de una leve pausa durante la que se dedico a estudiar la mirada de Arana. “Sin modulaciones”.
-¿Puedo preguntar por qué se negó a atravesar el umbral, inspector? “Relájate, Gregorio”. – Inquirió mientras se sentaba al lado de Capotillo.
-Le diré con sinceridad que me extrañó mucho su reacción ante mi repentina aparición. Sobre todo me extraño su indignación. Noté que le incomodo mi respuesta. Pero no pude responderle otra cosa, dado que mi entrada fue perfectamente normal. Toqué la puerta, usted abrió y yo ingrese, y aparecí en el lugar en el que se suponía que debía aparecer. Me inclino a pensar entonces que usted, señor Arana, no esperaba que yo apareciese en medio de su sala, o bien, no esperaba verme detrás de esa puerta. Pero aun así, después de esa reflexión, su reacción me pareció exagerada e injustificada con respecto a mi llegada, así que he de suponer que hay algo que le incomoda a usted desde antes de mi llegada.
El inspector le dio un sorbo a su café y retiró velozmente la taza después de quemarse la boca, mientras miraba expectante a Gregorio, esperando que este formulara una respuesta que produjese una nueva modulación en su carácter, que parecía inmutable y de alta moral.
Gregorio no respondió.
La actitud de Gregorio permanecía imperturbable, impávida.
-Creo que usted es una persona racional e inteligente. – Respondió finalmente.
“Ojos expectantes”
Capotillo tenía que hacer algo que produjese una modulación para estudiarla en silencio. Gregorio lo miraba con sus ojos expectantes.
-Permítame que le cuente una historia, señor Arana. – Resolvió. –Le contare la historia de un amigo mío. – Empezó sin esperar la aceptación de Gregorio. –El solía ser muy cercano a mí hace algunos años pero nuestros ideales y deseos hicieron que nos distanciemos. Su nombre es irrelevante.
-¿Cree usted que estoy loco? – Pregunto Gregorio. Cortante y desconcertante.
-Lo que espero, señor Arana, es que distinga la diferencia entre la locura y aquello que simplemente no comprendemos de la naturaleza.
“Un destello en las pupilas. Vas por buen camino Capotillo.”
-Una tarde,- “Continua” -no recuerdo la fecha exactamente… debió ser otoño. Mi amigo me llamó muy preocupado. Pude notar a través del teléfono que tenía miedo, pero este era un miedo que, valiéndose de su perturbada voz, dejaba notar su irracionalidad. El me pidió que fuese a su casa lo antes posible. Esa tarde no tenía ocupaciones y como me preocupaba por el bienestar de mi amigo acudí inmediatamente. La situación no parecía extraña a primera vista. Llame a la puerta y mi amigo me recibió como de costumbre “Sin la ternura habitual”. Pudo notar el terror en las horridas palpitaciones de sus pupilas, pero me recibió en su hogar con la confianza de un hombre que camina sin miedo a ser seguido y sin el temor de ser observado. Cuando entré pude notar que todo en la casa se encontraba en perfecto orden. Nada aparte de él parecía andar mal y como la pregunta razonable sería: “¿Qué clase de mal te aqueja?” y a él no le gustaba perder el tiempo, se apresuró a pedirme que me sentara para que me cuente la historia de su desdicha. Lo que me contó me resultó bastante interesante, bastante poético, digno de los antiguos teatros, preparado para descubrirse tras un ornamentado telón. Pero también me causo intriga el proceso intelectual que lo llevó a tan drástica conclusión. Me dijo que ese día, el día en que me llamó, el debió morir, pero no murió. Dijo que tenía todo planeado, ya que tenia pleno conocimiento de que aquel día, por la mañana, se daría su muerte natural. Pero eso no pasó y tenía miedo de ser ajeno al fenómeno de la muerte. Pregunté cómo es que supo en qué momento iba a morir y me dijo que toda persona educada y observadora sabe cuando le llega la hora. Dijo también que el motivo principal de que me llamara fue que yo poseo un pensamiento crítico y analítico e imparcial, y que podría ser de ayuda para descubrir si él era ajeno a la muerte. Le pregunte por qué no se quitaba la vida el mismo y respondió que cuando uno se quita la vida realmente no está muerto, pues ha sido ajeno al fenómeno de la muerte, simplemente el cuerpo está demasiado dañado como para sostener una vida. La verdad me sentí bastante inútil frente a su extraño manifiesto. Me dijo que debía ayudarlo pues a él le impedía razonar su profundo miedo a la vida eterna. Yo no sabía qué hacer. ¡Me estaba pidiendo que lo ayude a saber si era ajeno a la muerte! Le dije que me dejara ir a casa a pensar y me fui. “Divagaciones camino a casa”. Al día siguiente me despierta el teléfono y me sorprendo al darme cuenta de que había dormido mucho más de lo habitual. Tome el teléfono y contesté. Era la voz de mi amigo la que sonaba del otro lado, con el matiz que tiene la voz de alguien que acaba de descubrir una gran ciudad perdida. He visto la muerte. Me dijo con tono impaciente “y de haber satisfecho sus dudas con respuestas coherentes”. Obviamente le dije que se explique. Caminaba temprano por la mañana, algunos minutos después del amanecer, pensando en lo que me atormentaba, y vi a un ave morir frente a mí. Me acerqué al cuerpo inerte del ave y lo recogí del suelo. El ave tenía una expresión de satisfacción casi demasiado consiente como para pertenecer a un animal. Entonces fue que me di cuenta de que el ave sabía que su hora había llegado, pero ¿Cómo puede ser esto? Si las aves no tienen la capacidad de razonar entonces ¿Cómo pueden tener conciencia del momento en que morirán? La respuesta estaba clara. ¡Es el instinto presente en todo ser vivo el que le permitió al ave “saber” cuando moriría! Y como es así, el ave murió satisfecha. Los seres humanos hemos suprimido el instinto en el subconsciente y tratamos de reemplazarlo con ideas y postulados que desarrollamos a partir de nuestras experiencias en el mundo exterior, es por eso que cometemos tantos errores. Errores como el que yo cometí ayer al pensar que mi hora había llegado. No puedo saber en qué momento moriré si suprimo mi instinto en el subconsciente. La verdad es que solo sometiéndome a éste y privándome del mundo exterior podre entender la verdadera naturaleza de mi vida y del fin de esta, pues si realizo un análisis exterior como los que se realizan en las prácticas científicas, sometería al análisis a mi pensamiento lógico con un punto exterior de referencia. Pero de la otra forma no necesitaría un punto exterior de referencia, testigo, para medir mis observaciones. Bastará con examinar a profundidad mi subconsciente. Si no hay punto de referencia no hay observador. No hay punto de referencia en el cual pensar. ¿Cómo aprendes sin pensar en lo que aprendes? “Ciertamente su historia empezaba a fatigarme” Porque pensar es una distracción. La mente está muy acostumbrada a los estímulos del mundo tridimensional en el que vivimos. Si dejas de pensar y abandonas esos estímulos entonces la mente puede abandonar su identidad tridimensional para trabajar en otros espacios. En fin. Ya me he explayado demasiado. Gracias por venir ayer a mi casa. De verdad lo aprecio. ¿Pensaste en todo eso esta mañana? Le pregunte incrédulo y ya había colgado. ¡Es absurdo! ¿Se da cuenta, señor Arana? Es una tontería. ¿Saber uno cuando va a morir? Tonterías. Tonterías. – Arana lo veía con los ojos secos, dejando notar la suma atención que le había prestado a la historia del inspector, tan carente de moral.
-Inspector… ¿Se da cuenta de que lo que me aqueja es el colapso de mi moral?
Ese instante después de hablar, a pesar de soltar las palabras con un tono calmo y estoico, le dio a Capotillo las modulaciones que había estado buscando. Esta vez los destellos fueron más notorios que antes. Pena, miseria, colapso, pero sobre todo una demencia forzada, propia de un hombre que se esfuerza por perderlo todo.
El inspector le dio un sorbo a su café que ya comenzaba a enfriarse. La sensación abrumo su lengua.
-Usted parece ser completamente ajeno al fenómeno que me aqueja. – Dijo, levantando la voz en pleno uso de ademanes exaltantes como herramienta para dar énfasis a las revelaciones, un acongojado y enjuto Gregorio Arana. –Ese fenómeno inexplicable haría colapsar las bases sobre las que he depositado, con plena conciencia activa, el curso de mi vida. – La imagen de su padre llenó su bóveda intelectual. – Mi moral se desmorona. Los fenómenos recientes sugieren la existencia de campos y efectos que mi limitado modelo existencial no puede abarcar. Todo el pensamiento en el que he basado mi realidad seria obsoleto.
“Pobre Gregorio” Miserable.
A Capotillo le sorprendió la calma abismal con la que Arana pronunciaba su crudo manifiesto.
Arana se levantó firme y abrió la puerta que lo había iniciado todo.
–Lo lamento inspector pero si no puede brindarme la ayuda que necesito le pediré amablemente que se retire y me deje padecer la pena en soledad.
Capotillo ya había reflexionado un poco sobre las modulaciones, pero las ultimas reacciones de Gregorio le habían dado más confusión que aproximaciones a resultados. La verdad ¿Quién podría ser tan paciente? Deberían darle un reconocimiento en calidad de héroe al inspector por no salir frustrado de aquella casa llena de penas y desconcierto. Estaba haciendo buen uso de las modulaciones en el carácter de Gregorio pero, ¿El fin de su moral? No importa el por qué, lo que importa en la condición de Gregorio es la consecuencia del hecho. Ahí Capotillo formuló un postulado inteligente: Gregorio Arana estaba buscando un medio que justificara su fin. El fin de darle un sentido a su existencia. El fin de existir de forma coherente en este insufrible mundo real. “El no ser ajeno al fenómeno de la muerte” cruzó por un instante su mente analítica. Su feroz amalgama de modulaciones sugería el esfuerzo sobrehumano de concebirse a sí mismo como auto incomprensible, en lugar de juzgarse poco estudiado y ver al mundo como algo desconocido.
Capotillo se levantó del sofá después de colocar la tasa con café sobrante y frio sobre la mesa de madera y caminó decidido hasta llegar al umbral de la puerta que resguardaba la ilustradísima biblioteca. Arana lo miraba expectante.
–Señor Arana, cruce después de mí. – Dijo Capotillo para olvidar sus palabras un instante después.
Ciro Capotillo.

“Pobre tipo, tan miserable se veía su existencia después de los sucesos que lo aquejaron antes de mi llegada” Pensaba Ciro caminando por el parque fresco y soleado frente la casa de la victima de la anomalía. Unos momentos después de salir que aquella casa tan repleta de desesperación que, como un material conductor sometido a un campo magnético variable, inducia en el ambiente un aura de locura y demencia perpendicular al movimiento; notó que el desdichado señor Arana no lo seguiría ya que, como predice la ley de Lenz, Arana se auto-indujo un campo de desesperación en dirección opuesta al movimiento. Ciro reflexionó sobre su llegada y sobre su partida, tan anormales a la vista de Gregorio, pero tan comunes para el inspector Capotillo. ¿Habría sido su partida igual de impactante y desnaturalizada a los ojos de Gregorio? “Fresco paisaje” distrajo un instante al inspector quien trataba de eclipsar en una solución en un ambiente perturbado por la cálida luz del sol, las complejas perturbaciones sonoras producidas por las aves y las sombras bien definidas generadas por los arboles que se interponían en el imperturbable viaje que llevaba a cabo la luz desde el sol hasta la superficie terrestre. “La luz en el vacio” pensó Capotillo, pero retorno a su reflexión principal. Repaso con cuidado cada instante en el que estuvo dentro de la casa. Desde su entrada ilógica hasta su partida (la cual postulaba que podía haber sido igual de exasperante). Pero nada escapaba del campo lógico en el modelo universal de Capotillo. Nada había entre los sucesos ocurridos que fuesen anormales. Él había entrado por donde se suponía que debía de haber entrado, y al salir se había encontrado con lo que se suponía que debía de haberse encontrado. Sintió frustración. ¿Tal vez Arana si estaba loco? “Inspector… ¿Se da cuenta de que lo que me aqueja es el colapso de mi moral?” recordó Capotillo. El colapso de su moral. Eso significaba que los sucesos que lo atormentaban podían desmoronar su comprensión de la realidad y echar abajo las bases intelectuales sobre las que él posaba su existencia. Los acontecimientos ocurridos antes de su llegada no encajaban con el modelo universal de Arana. Lo que ocurrió resultaba para Gregorio completamente imposible. “Pero para mí es tan normal” Se detuvo un momento a contemplar la casa de Gregorio cuando se dio cuenta de que había rodeado el tranquilo parque. “Una casa tan normal para mí” se dijo mientras recordaba a su viejo y no muerto amigo y nuevamente se sentía incapaz.

Gregorio Arana.
Sintió como si su cerebro se escurriera por sus orejas y como si sus ojos se derritieran dentro de su cara cuando vio al inspector desaparecer tras el umbral de la biblioteca. “Gregorio, ¿estás loco?” sintió como si su cerebro le gritara desde el piso. De forma instantánea una oleada de pensamientos en los que estaba presente su padre bombardeó su mente. Vio como su padre colapsaba ante la imagen de una realidad preternatural e imposible. Vio como esta realidad preternatural e imposible ocupaba todo el espacio, pero distinguió además que esta realidad preternatural e imposible era demasiado grande para caber en el espacio. Su padre apareció de nuevo y esta vez la imagen de su padre se vio destruida por un espacio mayor al que él consideraba como natural. La realidad imposible abarcaba ahora todo el espacio en el que existía la moral y las buenas costumbres y los pensamientos racionales y el universo conocido, pero esta nueva dimensión además contenía un espacio que rodeaba el anterior. Una realidad más completa en donde los sucesos extraños y anormales que lo perturbaron eran normales y racionales. Un mundo en el que lo raro tenía un significado más completo y en el que lo racional podría ser tildado de ilógico en un universo que no tuviera unas leyes de la naturaleza bien definidas. Gregorio tambaleó y miró en todas direcciones buscando al inspector que refutaría sus postulados pero no lo encontró, pues el inspector se encontraba en donde, según las leyes más completas y exactas de este mundo amplio, debía encontrarse. La imagen de su padre volvió a su mente, pero ahora era su mente la que había cambiado. Su padre se veía ahora como un pensamiento limitado y poco objetivo que ofrecía explicaciones insulsas y carentes de profundidad. Era su mente ahora una nueva moral, sobre la que se posaban ahora sus visiones del cosmos y se dio cuenta de que las viejas ideas, incompletas y limitantes, solo funcionarían de forma correcta en dominios limitados donde las situaciones se ajustaban a leyes de la naturaleza vagamente aproximadas a la realidad que se manifestaba en su imaginario. La vieja moral, que funcionaba en bajas ambiciones intelectuales, era solo un caso particular presente en el campo de acción de la moral nueva, que entendía el movimiento intelectual basto presente en las más complejas fluctuaciones dimensionales sobre las que se movían las más complejas formas de pensar. Gregorio se dio cuenta entonces de la normalidad de los acontecimientos y de la naturalidad de su situación y vio en su mente como su padre se juzgaba a sí mismo como un loco.
Gregorio vio la puerta que tan naturalmente había aparecido en medio de su sala y la vio como mira un científico la ecuación final que describe el fenómeno estudiado. Gregorio caminó de una forma cualquiera, tambaleando su cuerpo de una forma cualquiera y mirando a la puerta de una forma cualquiera. Ya no tenía por qué juzgarse, todo era ahora tan normal como la puerta que apareció en su sala, tal como se suponía que fuera. Abrió la puerta y traspaso el umbral. Apareció justo donde se suponía que debía de aparecer, fuera de su casa mirando en dirección al parque, tan soleado y fresco como debía de ser. Gregorio dejó que una alegría verdadera, profunda y abisal se alzara en su interior para manifestarse ante el nuevo mundo real como un grito de alegría y mientras corría por el parque, adornándolo con la felicidad que transmite alguien que ha realizado un gran descubrimiento. Aquella gran alegría y excitación alertó al mundo de moral limitada, aquel que Gregorio consideraba ahora un caso particular, pues el motivo de su alegría no era contemplado en el campo de acción del cohibido y poco argumental modelo universal que lo dominaba.
Gregorio regresó a su casa, tan normal, y notó como todo era como se suponía que debía ser. Se sintió feliz de entrar por donde se suponía que debía de entrar y de aparecer en donde se suponía que debía aparecer.
Alguien a quien él no esperaba golpeo la puerta, produciendo notas que sonaban como el enfado y la intriga. Gregorio se apresuró en abrir la puerta que se suponía que debía abrir.
–Usted estuvo corriendo y gritando por la calle, perturbando el orden público y alterando los códigos morales que mantienen a esta sociedad en orden. – Le dijo un oficial de policía. – ¿Puedo saber que le ocurre?
–Estoy loco, y hoy me he enterado.

Texto agregado el 19-11-2015, y leído por 175 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-11-2015 he leido atentamente todo el cuento, algo extenso, atrapante por momentos y otros demasiado repetitivo y algo confuso, sin embargo es interesante el desarrollo casi en espiral que va tomando y por lo absurdo de toda la situacion. Me gustó adelsur
 
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