Un día de verano, en que el calor reinante aletargaba las ideas y marchitaba los pensamientos, estábamos en el restorán de mi tía, Don Bicho. Ella se quejaba de lo escasos que estaban sus ingresos por esos días, a propósito del dineral que se iban a gastar los asistentes de unas carreras de caballo a la chilena que se llevarían a cabo en la localidad. Entonces se nos ocurrió la genial idea de promocionar en dicha actividad un evento bailable que se iba a llevar a cabo en el local de mi tía, en la madrugada, después de las carreras. Con la promesa de que mi tía iba a bailar empelota al final de el.
Nosotros teníamos la certidumbre que siempre había gente y amigos que tendrían mucha sed luego de ver tanta carrera. Mi tía se fue a recostar con la intención de guardar energía para la hora de la fiesta. Yo por mi parte iba a llegar temprano a poner el local a punto, para atender a la multitud con ganas y brío.
Las carreras se desarrollaron con gran éxito, fuimos a las ramadas, mantuve una animada conversación con una cándida y bella lugareña. A las cinco de la madrugada se apago la música, había mucha gente con ganas de seguir con la verbena. Entonces se me ocurrió correr la voz: -Mah rato abrimos Don Bicho! Era semana santa, había mucha gente. Llegamos un poco antes del inicio del evento para despertar a mi tía. Comenzó la fiesta, el plan iba de maravilla. Eran las siete de la mañana, la aurora resplandecía en el oriente, las avecillas entonaban su infantil melodía y la fiesta no pensaba parar. Baile, alcohol, todos enfervorizados. Yo me hacia acompañar por mi hermano y dos guatones inmensos: Rikichi, más otra ballena, el Moby Dick.
Estábamos disfrutando un rico vino de la zona, cuando se nos acerca tipo desconocido y le propone bailar a la muchacha más bella y angelical de la mesa. Ella le responde de manera muy dulce: -si bailo contigo me cágo!!!. El, ofendido a más no poder, dijo en voz alta: -Ahh!!! Las putas no quieren bailar!!. Se dio cuenta de que ella andaba de vacaciones. El tonto no sabiendo su peso y medida, repite lo mismo al lado del guatón más monstruoso y quisquilloso, mi hermano. El, apoyándose en el hombro de un primo le dio un tremendo puñetazo. El tonto voló. Nosotros calmamos la situación en un momento, ya que éramos solo gente conocida. Lo expulsamos a el y sus amigos. Salieron tirando piedras, rompiendo los vehículos de los clientes, vociferando que querían camorra.
Como el tonto seguía enardecido con el potente golpe que recibió, también tuvimos que salir. En la discusión se confundieron los comensales y Rikichi le dio un fuerte soplamocos a uno que estaba de nuestro lado. Todos le decían que era un buen amigo. Le calmamos con un pedazo de carne.
Nunca vi a tan poca gente hacer tanto escándalo. Eran solo tres tipos: dos mozalbetes más el tonto que ofendió a la hermosa y refinada muchacha. Les dijimos que se fueran. Que sentaran cabeza, repetíamos con insistencia que éramos todos amigos. Se fueron, no sin proferir hirientes blasfemias.
Para nosotros el altercado se había terminado. Seguimos enfiestados. Rikichi, con el amigo que conoció a la fuerza, se tomaba una botella de pisco. Nosotros salimos a fumar un laucho a la calle, emprendimos vuelo al alba. La fiesta seguía a todo dar. Cuando de repente miramos hacia el camino y vimos a tres tipos con unas varas larguísimas al hombro. Eran ellos. Se notaba cierto aire de beligerancia al ver los tremendos palos. Un amigo fue a su encuentro con las ansias de pacificarlos, le advertimos que no fuera, se acerco y le dieron con los tres palos al mismo tiempo, nosotros partimos con el ánimo de rescatar a “coñac”, pues ese fue el sobrenombre que le quedo al recibir “tres palos” al mismo tiempo. Había una conocida marca de coñac con ese nombre.
Recibimos muchos palos por proteger a “coñac”. La gente que estaba adentro vio la pelea y salió corriendo hacia fuera. Era una turba de gente sedienta de pelea, todos con la adrenalina al máximo. Pillamos al más viejo, un terrón en la cabeza lo inmovilizo. Hasta mi tía le pego con un cucharón. Se escucho el muy sabio consejo de alguien: - dejen de pegarle al hueon. Estábamos todos eufóricos y enceguecidos a causa del un letal elixir, consumido en el siglo XV en Europa, conocido como “Yugoslavo”.
Causamos tanto desorden que salieron las viejas de sus casas. En un momento de lucidez nos dimos cuenta que el tonto no reaccionaba. Inconsciente por tantos golpes que recibió. Había una enfermera. Le puso las tetas en la cara. Ni con eso despertó. Procedió a tomarle el pulso. Tenía, mas, era débil. Si llegaba la policía nos íbamos todos a la cárcel. Solo al más viejo le pegamos, pues los otros eran solo unos chiquillos imberbes. Estuvimos largo ratos reanimándolo, lo subimos a una camioneta y los fuimos a dejar. Saco un viaje gratis. Por supuesto que mi tía cerró el local después de tamaña pelea. No pudo empelotarse.
Nosotros queríamos seguir con la fiesta. Nos acordamos de una medialuna abandonada en el cerro. Lugar donde antiguamente se realizaban rodeos. Fuimos una cantidad considerable de gente, con otra cantidad igual de bebidas alcohólicas y un canasto con marihuana.
Llegamos al coliseo del desenfreno. Se nos ocurrió jugar a los gladiadores: -Entran dos y sale uno. Gritaban las muchachas. Las risotadas se sentían desde lejos, peleábamos todos contra todos. El guatón Rikichi saltando en un tablón lo rompió y posteriormente destrozo como tres tablones en su caída. Nos divertíamos mucho con aquel brutal juego.
Hasta ahí me acuerdo. Me llevaron a mi casa, dormí como dos días. Desperté con un dolor que me recorría todo el cuerpo, ya que uno de los guatones me hizo una plancha con su mezquino cuerpo. No supimos más del tonto inconsciente.
|