No sé quién soy ahora en realidad; a mi cabeza vienen memorias de las cuales no tengo la certeza de sí en realidad las viví en esta vida. Quizá sólo sean malos sueños o incluso sólo algo psicológico, pero el problema es el grado de realidad con el que se presentan; es como si pudiera sentir el mismo dolor que un sujeto con cáncer en su etapa final. Aunque no es sólo dolor y sufrimiento, también he sentido grandes e indescriptibles emociones, en lo que llamo el círculo onírico. Juntando esto y más, son experiencias que con mi corto léxico sería imposible detallar, pero con dibujar la entrada imaginen el camino. Incluso ahora, no estoy seguro si estoy en un sueño escribiendo, o tal vez es lo que concibo como el efecto del sueño onírico: donde soñamos en sueños. Pero ¿quién me asegura que no soy sólo parte de un sueño, destinado a pensar lo que el soñador desee, atrapado en un lenguaje y ambiente limitado por el mismo? ¿Quién sabrá? Apuesto que nadie. Concibo la vida como “las vidas” y el problema no radica en cuántas vidas quiera uno vivir, sino en cuántas puede uno vivir. Un sueño, desde la perspectiva de este sujeto, es una vida, tan cercana a la realidad como cualquier otra, por no decir como a la que llaman realidad. La ilusión es realidad, la posibilidad igual lo es o, al menos, es posible. Todo podría encontrarse en un punto medio, el epicentro de las cosas. Concebir verdades y falsedades -y mentiras- hasta comprobar que estoy fuera del epicentro. Creo que hacemos nuestra realidad a cada momento que pasa. Desde un pensamiento a una idea, hasta una acción. Creamos, tanto mentiras que son realidades, como realidades que son mentiras. Así igual, las verdades son un parecer de lo que se cree correcto, pero existe la duda en uno de si lo correcto para otros, es lo correcto para uno mismo.
Ahora bien, quiero compartir esto con otras personas, porque, en serio, es impactante para mí tenerlo aquí en donde quiera que esté, sea el cuerpo o mente, o hasta su unión. Comenzaré con hablarles del lugar donde, se supone, me encontraba.
Era un desierto de agua; un mar muerto, desolado; lo único con vida era yo –supuse-. Ahí estaba yo, flotando en la nada-algo de un mundo extraño, sólo veía distancia a cada lado que giraba. Sentía temblor en las piernas –sin mencionar en el cuerpo entero-; un vacío en el estómago y además habían tres interrogantes que no dejaban mi pensamiento: La primera, ¿dónde estoy? Segunda, ¿por qué estoy aquí? Y tercera y más importante, ¿cómo salgo de aquí?
Bueno, en aquel momento me tranquilicé un minuto y sólo me concentré en la tercera cuestión. Se me ocurrió lo más sensato; nadar a la dirección en donde el viento llevara su brisa. Pero hasta eso era raro. No había tal viento, en ninguna dirección. Quedé en estupor cuando me di cuenta de ese, no tan pequeño, detalle. “Ahora sí estoy muerto”, llegué a pensar, pero tuve que escoger un camino y fue aleatorio. Pudo ser derecha, izquierda, arriba o abajo o dicho de otra forma este, oeste, norte o sur. Aunque creo, en aquel momento, no sabía si yo era el centro. Creo que el sentido de dirección está abierto a la subjetividad, así el tiempo igual. Uno podría ir por ahí en algún lugar, creyendo va hacia arriba, cuando uno va en dirección contraria, creyendo lo mismo. Entonces tomé un camino cualquiera, y pensando si saldría, no tanto a dónde llegaría, nadé y nadé por horas; sentía fuerzas inagotables, por alguna extraña razón mi cuerpo no se cansaba. Fue en la noción de tiempo conocida, dos horas y cuarenta y tres minutos los que estuve nadando –no sé aún del porqué llevé la cuenta- hasta encontrar lo que de lejos parecía ser una isla. Si estaba desierta o no, lo estaba por descubrir.
Sentir algo debajo de mis pies nunca me fue tan grato y placentero. Me puse de rodillas, junté mis palmas y como de la nada, de mi boca salió un inmenso “gracias”. Creo la mayoría de las personas han hecho algo tal; digo, cuando andamos por ahí “felices de la vida”, sin preocupaciones, olvidando el perdón y el gracias. Sólo en momentos que vemos o sentimos que aquella armonía está siendo amenazada o completamente destrozada, nos tragamos el orgullo antes de ahogarnos en él y agradecemos de la manera más hipócrita.
Después de aquello, sentí una especie de vibración en el cuerpo tan amena por unos minutos, mientras llovía en mis ojos y dejaban sal en mis mejillas enrojecidas, pero fue después de eso cuando otra resonancia, no tan armoniosa, interrumpió en lo más profundo de mí. Imaginen cuando sienten un escalofrío, el peor que hayan vívido y multiplíquenlo infinitas veces; tal vez les dé una idea de lo horrible que sentí. Percibía malos sentimientos, era el miedo más puro jamás sentido. Traté de mantenerme firme ante aquella presencia disturbadora. Ahí estaba, de rodillas, viendo delante a lo que parecía ser una jungla de nada-algo, si se puede decir. ¿Cómo puedo explicar esto, sin sonar demente? Mentalicen árboles, pero el relleno, todo su tronco, sus hojas, todo de éste era de un color negro cósmico, como ver al espacio. Sólo tenían el contorno de un árbol, aunque era dudoso si eran tan árboles como los que conozco. Sin más que pensar, caminé hacia aquellas figuras bizarras y haciendo el miedo a un lado quise sentirlos; su consistencia, su textura. Un día escuché por ahí que “Sólo Dios puede hacer un árbol”. Creo que quizá contenga cierta verdad aquella frase, porque lo que creo haber sentido en aquella cosa no era algo divino. Era más algo que inspiraba miedo y horror, era sucio y antiestético, vomitivo, repugnante, nauseabundo; todo aquello que se le relacione. Creo le daba un nuevo sentido al horror; no era un horror físico, psíquico o espiritual, era una aglomeración de estos. Causaba pánico, que desequilibraba mi cuerpo; horror en mi imaginación y una gran desestabilización en mi ser. Quería dejar de estar, escapar, salir –si dentro me encontraba-. Pero eso no podía por el momento, por lo que tuve que ser fuerte en esos tres aspectos. En mi posición ¿qué harían? Yo los evité y caminé tratando de alejarlos de todo lo relacionado a mí. Ya después de unos momentos de caminar sin armonía, hice una repentina parada. Aún creo que lo que me detuvo no fue nada de mí; creo fue algo algo de oscuridad umbrálica. Fue un abismo andante que me tragó por un momento, como cuando uno queda en estado de estupor por una sorpresa, sea cual sea la naturaleza; pero, como dije, esto era algo sin precedentes en mí, algo no natural –si me permite el lector decirlo con tranquilidad-. Lloro con sólo recordarlo. Siento ácidos quemando mi cerebro sin destruirlo por completo, como si sólo dolor sintiera y nada más; mi cuerpo se envuelve en magma y mi espíritu sólo se esfuma y me abandona, no está. Hasta suena incuerdo de mi parte, lo sé; dirán que he quedado venático e incapaz de pensar con claridad y objetividad. En fin, emociones; llegan a ser tan sensibles. Parado después de la caminata, observando unas escaleras que dirigían a un lugar subterráneo al parecer. Eso fue parte de mi estupor, pero no logró quitarme la imagen de la cabeza de aquel espeluznante ser que estaba grabado en algún material extraño.
A primera vista, se diría que era alguna clase de piedra, tal como el mármol, metamórfico. Aunque al sentirlo, podías decir que no era que se conociera de antemano. Visualicen plasma en fuego helado. Ese tono era el de aquella cosa. En cuanto a la figura, bueno, puedo decir que había salido de otro universo, que describiría como “ultrarrealista” y más allá de profundidad. Como aquéllas cosas que a árboles asemejaban, esto era sólo… fuera de todo lo que el hombre piensa como perfección, aún siendo ésta, tan subjetiva y, a veces, inalcanzable y desconocida. Lo más amorfo que en mis vidas pude presenciar; aún me sigo preguntando si estaba destinado a dejar atrás lo conocido como único y conocer a aquel ser. Como golpear el agua mientras te observas; como derretirte siendo de cera. Podría tratar el detalle, pero mi conocimiento y sabiduría no son suficientes para poder describir los horrores que impresionaba esa imagen; que de hecho llegué a llamar en una ocasión “anti-vida”. Pero claro, fue mi ignorancia la que hablaba.
Brazos carentes de huesos parecían, pues no se distinguían codos o algún ligamento que los sostuviesen; piernas largas y retorcidas como gusanos; digo eran piernas, por los dedos que surgían al final. Unos dedos comparados a algún animal acuático, por sus membranas interdigitales o incluso diría que eran más como patagios juntando los cuatro dedos en cada pie; además, olvidaba mencionar, sobre lo que observé como manos. Aunque eran más parecidas a garras, tres dedos y se veía el detalle de plumas y escamas en todo el cuerpo; el pecho tenía delineada una “V” con plumas y con escamas una contraposición, quedando de esta manera [sin imagen] o [sin imagen].
Se había detallado el color del plumaje y las escamas; primero el color rojo y siguiendo el azul. El rojo más alto del espectro. Y respecto al azul, ni en el cielo ni en el mar vi tal profundidad. Sus rasgos aún más bizarros y extravagantes yacían en toda la región antero inferior, superior y extremo inferior de su cabeza. Nauseas todavía me dan al recordarlo. Cuernos, o mejor dicho, una cornamenta, con muchas extremidades puntiagudas y muy filosas. Ojos que te dejarían catatónico si los ves fijamente; eran como estrellas lejanas, aun estando tan cerca. El detalle era sorprendente, parecía cobrar vida, como algún tipo de imagen sobrepuesta. Un enorme y ganchudo pico, semejante al de los accipítridos, pero éste poseía una hilera de dientes en forma de sierra, algo así como aglifos, bien situados en el pico. Algo sin nombre ni vida, algo nuevo, algo carente de lógica o sentido. No podría ser más objetivo al respecto. La razón humana no tendría oportunidad tratando de entenderlo con sólo su cerebro.
Es todo lo que puedo describir, su fisicalidad -o al menos eso pienso-; podría ser alguna clase de metamorfo o teriantropo, ¿quién sabrá? Ya deberíamos saber el secreto no tan guardado del pensamiento. Acerca de cómo crea con el creer; pero, ¿quién sería tal, como para crear aquella criatura, que parecía salida de lo impensable? Que por cierto, se sentía más que observaba, creo no era tan superficial después de todo. De cualquier manera, la belleza es subjetiva.
Después del profundo silencio que me rodeaba, viendo hacia la imagen metamórfica, bajé un tanto la mirada para ver de nuevo a las escaleras que guiaban a aquel lugar intraterreno, suponiendo aquello era tierra tal cual. No tenía adónde ir, no sabía qué esperar, pero supongo me mataba la curiosidad. Algo ajeno a mí me incitaba a entrar a conocer el –completamente desconocido- lugar; donde quizá hallaría mi propia muerte, pero ni seguro estaba de mi vida, así que decidí arriesgar lo que suponía era mi propiedad en el momento.
Escalones de treinta y seis centímetros de altura y cincuenta de largos, aproximadamente. Miré hacia abajo, observando si en realidad guiaban a algún sitio; además, minimizando el sonido de mis pisadas pude escuchar levemente el sonido de… algo, sin duda alguna -al menos que ya estuviese incuerdo-. Fue algo como aves revoloteando, supuse eran algún tipo de quirópteros, ya saben, por ser una gruta. Pero recordando lo antes visto, debía estar listo para las sorpresas que me traerían aquel disgustante y extraño lugar.
Mientras descendía, una sensación escalofriante invadió mi cuerpo, mi mente. Ya no sentía mi propio ser tal cual, mi existencia misma; me resulta difícil tratar de describir esa paradójica situación del “sentir no sentir”. Ya no estaba seguro, si era luz en oscuridad o sólo una sombra más. Pensamientos pesimistas invadiéndome, ya no lo soportaba, decidí en ese instante correr y enfrentar cualquier aberración que allí me esperase.
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