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PEREGRINAJE DE UN REY
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Por Alejandra Correas Vázquez

SU ALTEZA
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Es la mañana., don José Antonio Deiqui comienza su largo peregrinaje a pie, seguido por un séquito, que lo llevará desde Córdoba del Tucumán hasta el Alto Perú... Caminando para ello desde la vera del Río Suquía, hasta la Real Audiencia de Charcas, casi un medio continente sudamericano… a pie

Su frente altiva y principesca. Su erudición. Su elegancia. Su refinamiento y su orgullo, causan temor y cautela entre sus súbditos. Son los últimos tiempos de vida y esplendor del Imperio Español de Ultramar en Sudamérica.

Don José Antonio ha sido traicionado por descontentos de su propio pueblo, su pueblo Diaguita, su “Comunidad Malfin”.

La acusación contra el príncipe Deiqui parte del hecho de aplicar las Leyes Diaguitas antiguas, severas y milenarias, a su Comunidad Malfin. Leyes ajustadas al código ancestral diaguita, respetado en los tiempos reinantes de la Casa de Austria (correspondiente al período Jesuítico). Lo cual desnuda una debilidad interna en la nueva dirigencia española borbónica, que amenaza al inmenso legado imperial de Don Carlos V.

Los diaguitas de Córdoba son aquellos mismos Malfines a quienes los misioneros Jesuitas supieran traer dos siglos atrás, para entregarles el dominio y la distribución de las aguas en esta ciudad . Sus regadíos. Sus canales. Sus quintas ubicadas en la zona fértil conocida como “Pueblo de la Toma de la Acequia”, con documentación válida que habría de respetarse más allá del Virreinato.

Los bienes diaguitas en Córdoba abarcan la inmensa extensión que va desde barrio Alto Alberdi (centro cordobés) hasta el Chateau Carreras en la periferia, todo incluido.

El conjunto fue siempre desde el siglo XVII de los Malfin y sus descendientes, hasta la división del Mayorazgo Deiqui en 1881, con mensura y división entre descendientes de Malfines. Por decisión de su último príncipe, el inmenso predio pertenecía a toda la Comunidad Malfin y no solamente a la familia dinástica Deiqui.

Pero José Antonio Deiqui está solo en aquella mañana de 1795, ya no tiene apoyo.

Es él quizás, lo único que resta de toda aquella gran empresa Jesuítica que convirtiera a la ciudad universitaria de Córdoba, en una sociedad erudita. Y a su provincia en un emporio progresista e industrial, agropecuario y vitivinícolo. Se trajeron las vides, los trapiches, las cepas, el ganado, los olivos, el cereal, los profesores, los libros, los tinteros, la imprenta, los archivos, los violines.

Finalmente se trajeron también a los indios civilizados. Ellos, precisamente: Los Malfin.

Y Don José Antonio Deiqui es su príncipe, su “Curaca”. Su monarca perteneciente a la dinastía Deiqui reconocida en Córdoba como tal por dos siglos. La Real Audiencia de Charcas en el Alto Perú dará su veredicto y fijará finalmente la realidad de estas razones. Convalidará la autenticidad legítima de su Curaquía.

LOS MALFIN
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Es el honor de un Rey. Pues él es un monarca autóctono sudamericano perteneciente a una Casa Dinástica inextinguible (la Deiqui) junto a su pueblo “Diaguita “ soberano, a quienes los hombres de Loyola salvaron de su exterminio… Trayéndolos prisioneros (encadenados, enjaulados) a punta de lanza y con grilletes, desde los valles catamarqueños en 1670.

Aquello sucedió luego de un cruento levantamiento indígena en Catamarca, sofocado a pólvora y penurias, rescatándolos así de su extinción.

Estos prisioneros tan concienzudamente elegidos vinieron a salvar a Córdoba de la indolencia Comechingona (los indios nativos originarios), que demostraron desde el comienzo un primitivismo cultural imposible de superar, y al que la ciudad de Córdoba no hallaba remedio. Por contraste los Malfines en cambio, poseían una cultura propia bien desarrollada y eran ávidos de progreso.

Los Malfin de 1670 son una tribu entera. Compuesta de ancianos y mujeres. Hombres y niños. Príncipes y súbditos. Sacerdotes y civiles. Completa. Deportados en masa.

Civilizados. Refinados. Culturales. Industriales. Alfareros. Textiles. Albañiles. Artesanos. Hortelanos. Comerciantes. Sastres. Artistas. Músicos. Con una fuerte tradición cultural y rígidas leyes sociales. Una nación Diaguita procedente de los valles catamarqueños “importada” a la fuerza, a punta de espada y con cadenas.

¡Llegan …aterrados... espantados... asombrados, encadenados.... y esperando la muerte!


No saben que Córdoba del Tucumán —la perla austral del Virreinato del Perú— les dará bienes especiales, posibilidades de progreso y de injerto en la ciudadanía cordobesa. Y a sus nobles, a la dinastía Deiqui ... honores de Reyes.


Aún no saben al llegar encadenados y humillados, que un devenir muy promisorio les aguarda. Que Córdoba del Tucumán va a reconocerles su estirpe, que sabrá valorar su identidad propia de nación cultural. Y que esa misma casa nobiliaria que en aquel momento se resiste y grita ante su deportación (cuando es violentamente arrancada de sus lares) irá algún día dos siglos después, a defender sus derechos dentro de esta ciudad de Córdoba a la cual ama —a la que considera prácticamente como suya— y a la que no está dispuesta a desalojar, ni a dejar en manos usurpadoras.

¡Caminando para ello hasta la Real Audiencia de Charcas en el Alto Perú ! ...Y hacia allí va a pie su Alteza, Don José Antonio Deiqui.

Fueron los súbditos diaguitas con sus príncipes Deiqui la quinta columna de la Córdoba jesuítica dentro de su “Universitas Cordubensis Tucumanae”.

Los malfines hicieron realidad en estas distantes tierras sudamericanas, que Córdoba fuera un centro universitario en el más lejano descampado posible. Lejos de toda otra metrópolis : lejos de Charcas, su tribunal, de Lima, su capital virreinal, de Santiago del Estero, su capital provincial. Separada siempre por una gran salina y alejada del mar, de los puertos del mundo. De fuentes de vida, de las fuentes originales de la cultura.

Córdoba del Tucumán era el conejito de Indias de la gran Universidad internacional Jesuítica, donde ésta “probaba” a sus catedráticos... Y la Comunidad Malfin, su tutora. Su aya. La que la cuidaba, tendía su cama, le daba de comer, levantaba sus muros, empedraba las calles, forjaba los faroles, modelaba y cochuraba las ollas y los platos, con su sabia cerámica diaguita, siempre tan mentada.

Y se recompensaba a sí misma con su autonomía y autoridad, como sociedad india civilizada, donde nadie le discutía nada ¡Mucho menos aquellos eruditos y místicos Jesuitas que vivían alejados del “mundanal ruido” junto a sus alumnos!

EL TRIBUNAL de CARLOS V
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El príncipe diaguita don José Antonio Deiqui va a pie rumbo al Alto Perú (en términos modernos desde el centro sur de Argentina hasta Bolivia).

Lo acompaña un séquito en silencio. No lo detendrán los caminos. Ni el vacío de las pampas ni el abismo de las quebradas. Ni tampoco la soledad de la Salina Grande. No se inmutará ante el frío de las noches a la intemperie o la resolana de los mediodías ardientes.

Y será esta distancia impresionante hecha a pie sin un solo desaliento, con capacidad de entrega a una consigna, la contienda mayor y el mejor triunfo logrado por esta antigua Dinastía Diaguita, aclimatada ya a la ciudad de Córdoba del Tucumán, luego de transcurridas varias generaciones, e identificada con su sociedad universitaria.

Su alteza Don José Antonio Deiqui repite insistentemente con la fuerza erudita de su formación cultural , sólida, recibida por manos de sus preceptores Jesuitas:

—“¡Me corresponde ser amparado por el Fuero de los Nobles!”

Tendrá cuando llegue allá un interlocutor válido : Los Oidores de la Real Audiencia de Charcas. Encontrará nuevamente ese estilo que él añora. Que se halla ahora debilitado en Córdoba luego de la expulsión de los Jesuitas, sus mentores. Que se ha ausentado del Tucumán fragmentado y desarticulado, partido en pedazos, como todo el Virreinato del Perú de antaño.

Porque los nuevos amos Borbones que rigen ahora al Imperio Español de Ultramar, a pesar de sus celos y rivalidades contra los Austrias, a quienes han sucedido ...¡No dejarán que se extinga Charcas!

Han comprendido que la ciudad de los tres nombres (Charcas, Chuquisaca, La Plata y en el futuro también Sucre, para seguir siendo la “ciudad de los muchos nombres” a quien sus habitantes de hoy prefieren llamar “Charcas La Blanca”) , ...debe continuar vigente y vigilante para preservar la vida civilizada.

Esta preciosa ciudad colonial debe permanecer intacta en el horizonte político de las Indias Occidentales sudamericanas. No puede Charcas sufrir un hecatombe, perder su crédito de confianza, su renombre de legalidad adquirido en siglos anteriores. Pues de hacerlo provocaría un desequilibrio administrativo y público, que hasta los innovadores Borbones prevén como peligroso.

De toda la gran gama de transformaciones que esta nueva dinastía española provocó... De todo ese cúmulo de sorpresas que aún sacuden a los hispanoamericanos con la llegada de Casa Borbón reemplazando a la Casa Habsburgo… Quedó empero algo intocable : la Real Audiencia de Charcas.

Tribunal Mayor independiente de los Virreyes, con “fuero propio” otorgado en el siglo XVI por Carlos V Emperador, que lo constituía en una herramienta de gobierno. Su fuero, de acuerdo a cláusulas, sólo podía admitir el veto real o imperial. Además la elegida selección de sus Oidores y las exigencias a la que ellos mismos estaban sometidos, durante su período de residencia en el Alto Perú, da por sentado el interés que esta destacada “Real Audiencia de Charcas”, concita y conlleva en tiempos de su Alteza Deiqui.

PEREGRINAJE DE UN REY
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Y hacia ella va José Antonio Deiqui ...caminando. Cruza esteros y montañas. Salinas y pampas. Ha partido desde las verdosas chacras cordobesas que le pertenecen, hasta el altiplano altoperuano a cuatro mil metros de altura, en busca de este tribunal máximo de última instancia.

Estamos pues de camino junto a su Alteza el Curaca Deiqui —y a pie— hacia este tribunal de instancia final. Es el propio “Carolus Quintus” quien va hablar por él. Es el propio Inca que se refleja allí para los súbditos de herencia precolombina, pues las Audiencias en general (y más la de Charcas) eran sitios muy frecuentados por las comunidades autóctonas, especialmente por aquéllas de procedencia incásica, herederas del imperio del Tiwantisuyo.

El va hasta allá para revertir esa acusación que le priva de autoridad y nobilitat como Curaca (intocable en el Incario y en el sistema colonial) y que es desalentadora para toda la sociedad.

EL POLÍTICO
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Su Alteza Don José Antonio Deiqui avanza a pie en 1795 por quebradas serranas. Por picachos altivos como él. Se introduce en desiertos salinos y atraviesa campos de tierra roja. Poblaciones. Grandes y pequeñas. Ciudades. Ríos.

Va a pie. Lo sigue un séquito. Lo acompañan de a trecho. Se suman otros. Quedan en el camino los anteriores.

Su peregrinaje insólito en pleno siglo XVIII y en sus postrimerías, cuando el mundo entero está asombrado con la Revolución Francesa, esperando el advenimiento de Napoleón y la era del Progreso se aproxima con pasos agigantados, en este año de 1795 …nos parece un antecedente notable de Gandhi en el “camino de la sal”.

El largo trayecto no lo detiene. Ni la pampa ni la montaña. Ni el poderoso Altiplano con sus paredones cortantes. El continúa a pie por el viejo camino de las llamas y de los Incas. Luego de haber atravesado a pie todo el centro y el norte argentino, como todo cordobés convencido de un propósito firme.

Este príncipe diaguita que fuera respetado como tal por los códigos del anterior Virreinato del Perú, se halla en este momento muy solo. No tiene en esta mañana de 1795 respaldo político. Lo tuvo siempre. Nació con él. Lo tuvo su familia.

Y Todos en Córdoba del Tucumán le deben mucho —demasiado a los Malfin— para ser él ignorado. Para pasar por alto sus reclamos de legalidad, tal como lo vemos manifestarse en todo momento. Y en el Alto Perú donde están los archivos coloniales, su palabra será oída por arriba de las autoridades borbónicas que recién comienzan su vida. Que no tienen todavía experiencia de gobierno en Sudamérica.


Don José Antonio posee esa altivez, ese orgullo de casta, que son comunes en aquel tiempo a nobles incásicos y diaguitas. A Tupac Amarú, a José Gabriel Condarconqui Tupamaro o a nuestro personaje... el Príncipe Deiqui.

Sus escritos y réplicas son de un elegante estilo. Es él, además, un hombre de los claustros jesuíticos, como todo hijo de príncipe. Cultísimo. Erudito. Brillante. Y conocedor perfecto de las leyes a nivel académico. Habla latín. Se expresa con oratoria. Ha sido preparado por la Universitas Cordubensis Tucumanae, para servirla y honrarla, como todo cordobés de vieja alcurnia.

No podrán avasallarlo. El pasará por arriba de todos cuantos se le opongan.

Es además uno de los últimos príncipes americanos puros (“sin mezcla de otra raza”, como atestigua él mismo). Pues la pureza de linaje era una exigencia de la autoridad colonial para ejercer el cargo de Curaca.

Y atraviesa a pie un territorio inmenso (casi un medio continente) caminando con su dignidad y su prestancia, pero sin los antiguos honores que antes le correspondieran, porque tiene sobre él la acusación de gobernar a su pueblo “Comunidad de la Toma de la Acequia” ...¡con mano de hierro!... Con la severidad milenaria de sus Leyes Diaguitas

Y allí va caminando hacia el Alto Perú su alteza Deiqui sin insignias, sin tamboriles, sin banderines, despojado de honores, atravesando un territorio inmenso y acompañado por una multitud que se le une en el camino, que se adhiere a su reclamo, a su marcha de silencio que no lo abandona.

Si esto lo hizo por él mismo, por proselitismo o por demagogia, nos demuestra al mismo tiempo su enorme talento político.

Y a diferencia de Tupac Amarú que se levantó en armas muy poco antes (con un cruento final), su lucha será jurídica, intelectual y erudita. Su lenguaje pulido será atendido de igual a igual por los Oidores de Charcas, pues ante todo y a pesar de la multitud que lo acompañaba —como a Gandhi en el viaje de la sal e igual que él— José Antonio era un pacifista.

FUERO de los NOBLES
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Don José Antonio Deiqui está acostumbrado al respeto de toda una ciudad y no va a ceder. Cederán en cambio sus nuevos administradores borbónicos. Y ellos se ajustarán a él. Porque el cono sur americano ha sido siempre gobernado desde Charcas.

Y hacia allí camina, paso a paso ... su Alteza ... el príncipe Deiqui en 1795.

Este príncipe diaguita tiene educación universitaria. Su madre —María Constanza— también “estudió con los padres jesuitas” según consta en los documentos presentados por él ante el alto tribunal. Lo que hace a las señoras de alcurnia malfin, unas de las pocas damas ilustradas a nivel universitario en esos siglos.

REINO ASOCIADO
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Hombre de élite, Don José Antonio defiende su Curaquía como un Reino Asociado con plenos derechos. Su Alteza Deiqui expone ante el tribunal que “no permite pulperías” (vinerías) en la nación diaguita que él gobierna. Combate además “con sumo rigor la ociosidad, la vagancia y la ebriedad”. Funda una plaza y organiza un Mercado (todavía subsisten en Córdoba como sobrevivencia de un pasado que aún pervive).

Son además “norte de su gobierno la virtud, la justicia y la ética”… Cada palabra del príncipe Don José Antonio, hace gala de su cultura refinada. Sus descendientes serán tan cultos como él, al punto de dotar a Córdoba con figuras relevantes en nuestro tiempo, como el profesor Rojas de Villafañe, el cual es quien nos entrega la documentación sobre su principesco antepasado.

El príncipe Deiqui ostenta un sello inconfundible que le ha sido prefijado. La dignidad de su estirpe. Político de raza, de aquéllos que pueden convocar conciencias y volcar decisiones. Con él se presenta, camina, lucha y vence.

Acostumbrado a gobernar desde el nacimiento, desde la cuna, exigirá con argumentos válidos el cumplimiento del Derecho Español y su jurisprudencia, que había sido violado. Es él, don José Antonio, uno de los últimos reyes indoamericanos reconocido por un tribunal colonial. Un rey de legítimas raíces, de tronco original autóctono.

Fue el suyo, uno de los momentos finales donde los pueblos dormidos de la Pachamama, hicieron sentir el peso y el vigor de su brillante pasado.

Para él, hombre rico y de alcurnia, esa caminata impresionante atravesando valles, sierras, salinas, bosques, pampas, altiplanos. Paredes rocosas cortadas a pique. Quebradas hundidas. Infinitas poblaciones desde Córdoba hasta el Alto Perú... Esa caminata representaba un encuentro con la historia. Un acto notable, más que un esfuerzo sorprendente. Era un reto con la vida y una superación sobre sí mismo.


También nos habla de su talento como dirigente de masas. Su espectacular convocatoria y su magistral entrada en Charcas, acompañado por aquella multitud silenciosa que lo acompañaba—pacifista y legalista— nos lo muestra de cuerpo entero. Aparte de sus derechos legalmente asentados en sus escritos y su oratoria, está su fuerza anímica y esa capacidad política, que no se desvió ni por un momento de su contexto y contenido real : hacer respetar “Las Leyes Diaguitas.”

O sea, el sistema de orden para su pueblo. La confirmación de sus derechos para continuar con el equilibrio, el trabajo y el crecimiento. Y presentóse allí, ante el poderoso y máximo tribunal, acompañado por una manifestación multitudinaria de gentes, completamente pacifista. Logrando con ello hacer respetar en su persona dinástica, el carolingio “Fuero de los Nobles”.

EL MONARCA
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Avanzó por los caminos como un Rey, seguido por un séquito. Fue recibido por una multitud que lo aguardaba ovacionándolo en la Plaza de Armas frente a la Real Audiencia, para verlo entrar por los grandes y ostentosos pórticos del supremo tribunal.

Llegó hablando en latín, recitando leyes, expresándose con oratoria, buscando un interlocutor válido.

Y Charcas los recompensó. …¡Siguió siendo Rey! …El único. La única casa reinante que tuvo su asiento en Córdoba : La Deiqui.

Murió en 1800 como un monarca, con todos los honores. Le sucedió el príncipe Don Juan de Dios Villafañe Deiqui.

En 1881 se repartió el Mayorazgo. Sus herederos formaron parte de la ciudadanía cultural de Córdoba. Su descendiente, el profesor Rojas de Villafañe, nos rescató finalmente su memoria.

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Texto agregado el 15-11-2015, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


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