DE A MORDIDAS
Primero fue a la manzana, de ahí mordisqueamos la vida como teas encendidas… cuerpo a cuerpo, hueso a hueso, ensalivados siempre en un infinito beso. A mi cuerpo, dicen, le falta una costilla, y la parra fue perdiendo sus hojas en el inicuo intento por cubrir esa oquedad siempre anhelante de mi arcilla.
En el transcurrir de los siglos nada ha sido distinto, vestidos o desvestidos vamos consumiendo el instinto como para castigarnos por haber extraviado aquel… ¿paraíso?, donde el cuerpo equivocó al ocio después del primer mordisco. También la falaz consejera acompaña para siempre nuestro periplo, apremiando en mis adentros a ese vástago-reptil para que deposite semen en tu ardiente resquicio.
Alguien lo ha decidido así, mujer y hombre somos por toda la eternidad y seguiremos en lo mismo, aunque nuestra progenie juegue a intercambiar los roles, para extraviarse en la intimidad como en las noches se extravían los girasoles, nada importa, todo es sensualidad y erotismo, lo mismo da placer oquedad con oquedad, que sierpes frente a sierpes. Nada ha de cambiar, condenados estamos al placentero nexo provocado por el sexo. Porque hombres y mujeres somos… ¡Precisamente para eso!
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