Sin esperarlo,
un día de la nada,
sus besos de aguardiente
se aferraron a mi espalda.

Su brillante sonrisa
iluminó mi cara.

Sus palabras traviesas
alimentaron mi ego.

Sin pensarlo, y de la nada,

Besé su alma,
acaricié su piel de ébano;
como rocío en la mañana
me refrescó en calma.

Su pelo suelto desentrañó
mis miedos,
me acarició con sigilo,
desempolvó el placer.

Descubrí entonces en mí:
la mujer,
extasiada con su lengua en mis pezones,
aprovechando la humedad en mi entrepierna.

Seduciendo su sexo con mi boca,
alimentando su sonrisa
en el vaivén de mis caderas,
disfrutando sus jadeos en mi oído.

Él,
hierve mi cuerpo en deseo,
libera mi alma,
me entrega al placer.