Gracias Vivi, por la inspiración prestada.
Siempre quisieron un niño. Innumerables tratamientos, recetas y posiciones, dieron lugar a innumerables decepciones y llantos. Él renegaba en iglesias y se arrodillaba ante sacerdotes, ella seguía tomando yerbas y visitando brujos y huaringas. Un día sucumbieron y fueron llevados a un tratamiento psiquiátrico. Poco duró el proceso de cura, no fue necesario medicación, aunque ella empezó a tomar antidepresivos por las dudas.
Aquella noche, al salir del internado, convencidos y resignados de que nunca podrían tener hijos, ella quedó embarazada. Él se resistía a creer en algún milagro, ella aumentó su dosis de antidepresivos.
—Será un niño precioso —decía él.
—¿Y si es niña? —preguntaba ella.
—No, imposible, tanto sufrimiento para qué… No, es un niño.
—Sí, tienes razón.
Enojados, decepcionados, indignados y angustiados la bautizaron como María José. Era una niña hermosa pero ella la amamantaba con rencor.
Empezaron de nuevo a ansiar el hijo. Fue cuando se dieron cuenta, de que en realidad querían un hijo, un varón, no lo que el destino quisiera darles. Él comenzó nuevamente a visitar iglesias, ella cambió la marca de los antidepresivos y recibía a brujos en su cocina.
Pero todo era inútil. Mientras tanto, la niña crecía sobre la alfombra rosada y pintaba animales en las paredes. Un día dejó su muñeca a medio vestir al escuchar una risa desde la cochera. Su madre apareció con un bebé entre brazos.
—Mira José, es tu hermanito.
El padre, no dejó que la niña lo viera, acarició al bebe y éste empezó a llorar.
—Déjalo en su cuna —le dijo a su esposa, y desde entonces, la niña tendría que soportar la indiferencia total.
El tiempo no para, y a ella la alfombra cada vez le quedaba más pequeña y empezó también, a parecerle inútil la idea de jugar con muñecas. Un día su padre dejó abierta la puerta del baño y ella lo vio orinando de pie. Le encantó la idea y empezó a mojar sanitarios en su búsqueda.
Su madre a veces se olvidaba del niño, pero bastaba con tomar sus pastillas, para que éste empiece a llorar. Una tarde en que María José ya dominaba el oficio de orinar de pie, sus padres llegaron a la casa y la vieron parada en el baño. Su padre encendió un cigarrillo, a su madre le brillaron sus ojos de felicidad, y ella rió orgullosa.
Dos días dejaron de tomar las pastillas y dos días no se escuchó llorar al bebé. Aunque eso a María José ya poco le importaba, sus padres habían empezado a abrazarla.
Pocas noches después, a la madre algo le preocupaba.
—Amor, tengo la sensación de que me he olvidado de algo.
—Sí tienes razón, a mí me pasa lo mismo, desde hace unos días, pero no puedo dar con qué.
—Papis, no me han dado mi beso de buenas noches —irrumpe la hija entrando a la habitación.
—Mira —dice susurrando la madre—era eso, nos olvidamos de darle su beso.
—Creo que debemos tomar más de esas pastillas.
—No lo dudes —dice ella mientras abraza a su hija.
—Mami, quiero un hermanito.
—Sí, no te preocupes mi amor, mañana volvemos a tomar las pastillas
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