El pueblo levantase contra su dios. Saltando y chillando y abriendo sus ojos hasta casi tragarse sus parpados bajo las cejas. Trepaban por las paredes como arañas y se soltaban en las alturas para caer sobre el suelo y levantarse, inmunes.
Algunos tropiezan y ruedan en el suelo áspero y terráqueo, y rugoso y expropiado, y ahora ajeno.
Se levantan sucios y asquerosos, apestosos y mugrientos, pero más sabidos e ilustrados.
Algunos se agrupan en colonias y esperan durante años a que sanen sus heridas. Otros sucumben ante una vida miserable.
El dios en el otro lado del mundo toma a los niños del pueblo y los toca y los lame en el cuello. Los acaricia y los besa en la frente y en la nariz. Todo lo hace enfrente del pueblo para incitarlos a la violencia y a la estupidez, y parte del pueblo cae en la fiesta mórbida y bizarra del dios demente y brutal.
El resto del pueblo grita y maldice. Todos ellos se arrastran, saltan, se revuelcan y corren frenéticos en dirección al dios para clavarle una estaca entre los ojos y acabar con su tiranía.
Entonces llegaron y se pusieron frente a dios, y dios dividió al pueblo rebelde y los puso a pelear entre ellos. El pueblo comenzó a devorarse a sí mismo y las extremidades de la gente salían volando por los aires hasta caer en las manos de la otra gente y ser utilizados como armas.
La batalla entre los hombres duro tanto tiempo que es imposible de determinar con exactitud, por lo que se dice que se prolongo por un tiempo infinito.
Cuando la escaramuza termino la mayoría del pueblo yacía hundido en el lodo y solo un pequeño grupo de gente había sobrevivido a la masacre.
Los sobrevivientes: Enfermos, lisiados, débiles, moribundos, famélicos, desmejorados, anémicos y pálidos.
- ¿Sobre estos imperare?- Se dijo dios y reflexiono, para marcharse días después y abandonar a la humanidad para siempre.
El humano más fuerte (ó menos débil) subió al lugar que ocupaba el dios y levantó el puño de la victoria y todos los humanos lo levantaron también, pero ellos se encontraban debajo del más fuerte y desde arriba de veía a la población del mundo y esta población era lamentable.
- A estos gobernare. – Se dijo el hombre y reflexionó.
Me rodeo una oscuridad indiferente. Me sobé el rostro para quitarme el sueño de los ojos. “Diecisiete minutos”. Solo un par mas, pero ya no. Debía seguir, solo me faltaban un par de millas y si no me apuraba la noche entraría en plenitud y no quería manejar en una oscuridad envolvente. Lo volví a encender y acelere hasta que alcance una velocidad prudente. Un viejo de sesenta y dos años no debería manejar a altas velocidades, por más prisa que tenga. No pasé todos los años de mi vida cuidando mi salud para morirme en un accidente de tránsito. Solo cuidaba de mi y de mis estudios, nunca agradecí el favor de alguien porque siempre fui demasiado orgulloso como para pedirlos. No puedo decir que mi apatía y mi soberbia no dieron frutos, mis progresos en el campo del psicoanálisis son muy aplaudidos por mis colegas, pero solo hay colegas ahí, nunca amigos. No quise amigos en mi juventud, los consideraba una pérdida de tiempo y una sórdida plasta de autosatisfacción ignorante. La verdad es que yo forje mi propia soledad, sin importar que alguna gente me considere su amigo. La triste verdad de un hombre solitario como yo no es que al momento de querer gente a su lado no pueda tenerlos, sino que, simplemente, ya no vuelve a querer gente a su lado. Aprendí con el tiempo a escuchar y entender mis propios delirios y a no prescindir de alguien que me asista. Solo yo tengo permitido limpiar mis muebles y cocinar mi alimento, y no podría permitir a un intruso que lo hiciese. No me importo tampoco la opinión de mis seres queridos con respecto a mi aislamiento, ni la tristeza de mi fallecida madre cuando pasaban las semanas y no iba a visitarla. Tampoco me importo que mi hermano culpara a mi madre por mi aislamiento, después de todo, casarse después de quedar viuda es algo bastante común en nuestra moralista comunidad, y sin importar cuánto afecto le tuviese yo a mi padre ó que tanto odiase escuchar como mi madre se satisfacía con ese individuo, a mis veinte años, sabía que ella tenía el derecho de hacer lo que hacía. Mi hermano me tiene lastima por eso, y también porque nunca me casé. El es de esas personas que considera que una vida sin esposa e hijos es una vida incompleta e insatisfactoria. “Mi trabajo es mi esposa y mis estudios son mis hijos”, ese es un pensamiento que desarrolle ya entrando en mis treinta años, y aun considero que es un pensamiento correcto. Elegí una vida de estudio y trabajo, y no me arrepiento de haberlo hecho.
Ya iba llegando al hotel. Bastante grande y elegante en comparación con los hoteles de segunda que saturan esta ciudad en desarrollo. Las puertas de vidrio se abrieron rápidamente antes de que el botones saliera para estacionar mi vehículo.
“Me esperan en la sala de reuniones” le dije amablemente al portero quien me dijo que lo siguiese hasta una puerta grande al final de un elegante pasillo alfombrado y educadamente decorado por artesanía conservadora y comprensible para el ojo poco ilustrado. Frente a la puerta elegante me recibió mi hermano vestido de gala, con la postura típica que usaba para confrontar a los viejos colegas, a las reacciones, y a los efectos de las conversaciones. “Notablemente erecto, casi al punto de deformar la columna” y su mirada amena que difuminaba todo atisbo de inquisición en los ojos de todo aquel que juzgara su doctrina. Qué suerte tiene de tener una mirada así.
-Franklin, ¿cómo has estado?- Me dijo antes de abrazarme. –Tienes el rostro cansado.
-Tome una siesta en el auto dos millas antes de llegar, espero no haber arrugado el traje.
-Espero que no te hallas dormido manejando. Sabes lo peligroso que es manejar con sueño, y sobre todo para ti, que casi no duermes.
-No seas sobre protector Héctor. Sabes que solo eres cuatro años mayor que yo, pero actúas como si me doblases la edad. Tuve un sueño muy extraño en el que toda la gente del mundo peleaba en una gran batalla. No recuerdo mucho más. El sueño me dejo cansado. ¿He llegado muy tarde?
-No, aun no han empezado. Deberías dormir mejor, lo digo enserio.
-Por un momento pensé que no vendrías por estar demasiado ocupado en esas tonterías religiosas que te gustan.
-Franklin, por favor, ya te dije que no son tonterías para mí y que, a diferencia de ti, yo sí creo en el camino de Dios y en sus bendiciones.- Me dijo casi susurrándome al oído. –Puede que ya no ejerza como psicólogo pero sé lo que represento para la comunidad científica y no les faltaría al respeto de esa forma.
- Pudiste llegar muy lejos, Héctor, si vieras más allá de una simple doctrina.
-Suficiente, no discutiremos esto aquí. Entremos ya, que nos esperan en la mesa.
Adentro el salón estaba repleto de mesas redondas y bien adornadas con una botella de vino fino para cada alcohólico del lugar. Los hombres más importantes de la comunidad estaban parados sobre el estrado, susurrándose palabras sin importancia para mí, mientras la acogedora luz de los candelabros le hacía olvidar a los invitados que ya casi eran las diez de la noche.
Mi hermano me guio a una mesa sobre la que me vería obligado a tragarme mi antipatía y mi soberbia.
-Llegas tarde.- Me dijo Marián de forma pícara mientras me sentaba.
-Me dijiste que era temprano, Héctor.
-Solo bromeo. – Dijo, concluyendo su jugarreta con una risa alegre y tierna, comúnmente ajena a la gente de su edad.
-Es un honor tenerlo con nosotros, tomando en cuenta que casi nunca sale de casa.- Dijo Lucas Reginald mientras estrechaba mi mano.
-No me perdería eventos así. Después de todo, estos son los momentos en los que se rescata el triunfo de la razón y la lógica en una sociedad cada vez mas estropeada por su idea de moral. Aquí, en medio de este bullicio, se puede percibir el ligero resplandor del triunfo del conocimiento.
-Siempre hablando de la razón y del conocimiento, Franklin, pero aun así te niegas a conocer lo que está detrás de las puertas de tu estudio.- Dijo Marián de forma nostálgica.
-Sabes muy bien que soy una persona dedicada a mis estudios.
-Es mejor introducir esta conversación en sus estudios, Franklin. Después de todo, Marián, sabemos que el doctor Dergurie se pone sensible cuando se cuestionan los motivos de su aislamiento. ¿Cómo va su investigación?
-Bastante bien, Lucas, pero agradecería que no me pidan entrar en detalles. Prefiero no hablar de ella en profundidad antes de publicar mis hallazgos.
-Ni siquiera me lo ha comentado a mí.- Dijo Héctor con voz melodramática.
- No lo comento porque considero que dar a conocer los resultados de una investigación antes de publicarla se considera una falta de respeto hacia la propia investigación. Si un resultado es correcto o incorrecto no se puede culpar a otro más que al científico. Pero si el científico comparte el resultado, sea correcto o incorrecto, antes de publicarlo como es debido, entonces se mancha la importancia de la investigación misma, que es ajena al resultado. Cuando un científico hace una investigación, sea cual sea el resultado, la investigación ha dado frutos, pues demuestra que algo es, o no es, de cierta forma. Cuando el científico comparte su investigación sin publicar, está dándole a la investigación la responsabilidad de un resultado, y esto hace que la investigación pierda valor científico.
-Interesante teoría.- Murmuro Lucas.
-Sobre todo si la aplicas a la vida del hombre común.- Aportó Marián.
Sobre el estrado, el presidente de la comunidad empezó a parlotear palabras que a mis oídos sonaban como vulgaridades y groserías. El hombre que ahora llevaba el titulo del psicoanalista más importante de la comunidad, manchaba la memoria y la función de esta. Yo no podía concebir que alguien quisiera desechar tantos años de tradiciones y de avances en el campo, para implantar una política democrática al momento de compartir el conocimiento científico. No solo con la gente académica, sino con estudiantes, vagos y flojos, que no merecían ser llamados estudiantes de ciencias.
“En esta oportunidad nos reunimos, no solo para presentar ante la comunidad a los nuevos miembros, quienes no acompañaran a lo largo del camino al descubrimiento, sino que también…”
-¿Si odias tanto a ese tipo, porque no dejas la comunidad?- Me pregunto Héctor al oído.
-Le he dado tanto a esta comunidad que no la abandonaría jamás. No estoy de acuerdo con lo que Fitz hace dirigiéndola, pero no dejare el trabajo de toda una vida por culpa de un grotesco científico demócrata.
-No entiendo porque no postulaste tú para el puesto, estoy seguro de que hubiera tenido los votos necesarios para ganarle.
-Ser presidente de la comunidad no me interesa, Héctor. Me dejaría sin tiempo para dedicarme a mis investigaciones.
“…Ahora quiero invitar al estrado al doctor Lucas Reginald, al doctor Franklin Dergurie, al doctor Adeu Sonorio, y al ex miembro de la comunidad, doctor Héctor Dergurie, a quienes recibimos con un muy merecido aplauso.”
Subí al estrado entre una ronda de sinceros aplausos y me coloque en el lugar que me correspondía por derecho. Fitz me estrecho la mano y, educadamente, le correspondí, igual que todos los demás.
Así comencé a leer un discurso escrito por Fitz, de forma mecánica y sin emoción aparente. Mientras leía, pensaba que se trataba del discurso más masticado y crédulo que había leído jamás. Palabras puestas una detrás de otra sin ningún tipo de ilación pasional o amor por la ciencia. Toda una muestra de la vergüenza que acoge a la sociedad moralista y poco visionaria en la que se convierte el mundo en el que vivimos.
Al terminar de hablar y de sopesar nuestros ánimos con la falsa promesa de una juventud brillante, volvimos a la mesa en la que nos esperaba Marián, y “ah, el ensordecedor aplauso de la gente”.
Ahora todos bebían y hablaban en voz alta pero sobre todo bebían. Y yo no bebía para que fuese más fácil pensar en el verdadero significado de estas reuniones.
Marián me miraba, culpándome.
-No me culpes por ser apático, Marián. Sabes lo que opino de ese tipo.
-No te culpo, pero debes darle crédito por tratar de rescatar a la juventud ignorante.
-Tratar de rescatarlos solo atrasa el progreso científico.
-Lamento interrumpirte pero Héctor y yo ya nos vamos. Acordamos en vernos con unos colegas para cenar y conversar temas de interés mutuo.
-¿Cenar a las once de la noche?
-Sé que es algo tarde pero tomando en cuenta la importancia de este evento, insistimos en que fuese a esta hora, además, ellos no suelen dormir temprano.
-¿Los conozco?
-Conoces al doctor Teodoro Milkan. El otro es su aprendiz. Un joven con talento. Te ofrecería presentártelo pero conozco tu opinión con respecto a la juventud así que no te lo ofreceré. Además creo que deberías quedarte al menos hasta media noche, por educación. Todos aquí te tienen un gran respeto, Franklin.
-Lo sé, saluda de mi parte al doctor Milkan.
-Lo hare. Adiós.
Se fueron y me dejaron a mi suerte con la picara e insistente Marián, quien no dejaría de hacerme preguntas. “No me está hablando”. Qué extraño pero que alivio.
-Te has vuelto un hombre muy amargado.- Dijo por fin.
-¿Por qué piensas eso?
-Ya no me mandas cartas ni pasas a visitarme nunca. Todo el día lo pasas metido en tu estudio y seguro que no sales ni para comer, tomando en cuenta lo flaco que estas.
-Sabes que dedico toda mi vida a mis investigaciones, ¿pensé que ya habíamos aclarado estos asuntos?
-No- Dijo firmemente y mirándome a los ojos. –Tú solo no quisiste hablar más. Sabes que te quiero y que estaría ahí para ti siempre que me necesitases, pero aun así te niegas a compartir tu vida conmigo.
-Marián, sabes que yo no te amo, y que aun así lo hiciese, no dejaría mis investigaciones por algo tan superfluo como el amor, lo que resultaría en una tragedia para los dos. Además- Dije después de un rato.- Eres casi diez años más joven que yo.
-Eso no tiene importancia para mí. Tú sabes que no me importan esas banalidades.
- Lo intentamos una vez y es obvio que no funciono. Siempre me interrumpías cuando estaba estudiando, lo que resultaba realmente molesto, además de perjudicial para el progreso científico.- Dije de forma presuntuosa.
Héctor entro apurado a buscarme. “Gracias hermano”.
-Olvide decirte, Franklin, que mañana iremos a la opera y que estas invitado. Irán Milkan y su aprendiz. Milkan es el que invita así que no querrás ofenderlo al faltar.
-Tú ya no ejerces como psicoanalista. ¿Desde cuanto frecuentas tanto a Milkan?
-Milkan es un hombre que, a pesar de creer en la lógica y la razón, respeta el camino de Dios, y yo lo aprecio por eso. Espero verte mañana. –Concluyó.
Los psicoanalistas tenemos la mala costumbre de querer, a toda costa, entrar en la mente del “paciente”, por mucho que este quiera lo contrario. Héctor lo sabe y trata de compensar ese pecado entrando en su propia mente, explorando sus pecados y reemplazando su lógica con doctrinas falsas y superficiales que no lo llevaran a ningún lugar que no sea el del vacío existencial. Solo alguien con la capacidad de enfrentar sus propios pecados debería entrar en su propia mente, no para ocultarse, sino para aprender a sacar provecho de ellos y darse cuenta de que los pecados en realidad no existen. Son una percepción relativa de un hecho sin significado propio.
-Ahora tendrás otro fastidio por el cual perder la continuidad de tu investigación.- Dijo Marián sarcásticamente.
-Vamos Marián, ya es hora de irnos.
Salí del hotel después de despedirme de mis colegas y me dirigía a mi auto con Marián cuando fui interrumpido por un joven que no tendría más de treinta años, bastante bien arreglado en comparación con sus contemporáneos.
-Doctor Dergurie.- Dijo fuertemente para llamar mi atención. Me estrecho la mano. –Mucho gusto. Mi nombre es Arthur Creik. Soy un gran admirador de su trabajo.
- Es grato oír eso, joven.- Dije casi de forma monótona.- ¿Vino usted invitado por alguien?
-Vine en representación del doctor Sophko. Sé que es un colega suyo.
-Así es, ¿Es usted su aprendiz?
-Soy su sobrino, y el heredero de su profesión.
Me sorprendía la forma formal y educada en la que este joven se expresaba. Era extraño encontrar a alguien con su formación, siendo tan cordial al expresarse.
-Pues es un placer conocerlo, joven Arthur Creik. Considero que tiene un excelente gusto por la literatura científica.- Dije de forma presumida y pedante.
-Pues creo que he leído bastante.- Dijo de forma jovial pero sin perder la postura.
-¿Qué opinas del discurso que leí esta noche, joven?
-Me pareció educado y directo, pero falso y plano. Considero que la forma de expresarse de las ciencias que estaba implícita en ese discurso era muy poco progresista, y que además, tendía a un desligamiento con los principios básicos de nuestra comunidad. Me sorprende que un discurso así lo haya escrito usted. Me atrevo a decir que no lo escribió usted.
-Estas en lo correcto, joven Arthur Creik. El lamentable discurso que leí esta noche fue escrito por la mente pobre y sin visión del doctor Fitz. Ese hombre pretende llevar a la comunidad a la perdida de todo principio, compartiendo nuestros conocimientos con cualquier ignorante y abriéndole las puertas al pobre modernismo que consume nuestra sociedad, y que la llevaran, tarde o temprano, al olvido de todo vestigio de lógica, y la hundirán en el pensamiento vulgar de una doctrina banal y superficial.
-Concuerdo con usted, doctor. Considero que el clasicismo implícito en nuestra comunidad es la piedra angular de la investigación y sobre todo del avance.
Asentí con la cabeza en señal de concordancia. Finalmente me despedí.
-Fue un placer hablar con usted, joven. Debo irme ya. No me gusta manejar cuando es tarde. Envíele mis saludos al doctor Sophko.
-Eso haré señor. Mucho gusto.
-Igualmente.
Qué curioso muchacho tan distinguido, sin embargo la gente distinguida por pretensión me asquea terriblemente. Pero él no lo hace. Que intriga causo en mí su presencia.
-¿Por que eres tan antipático? Ese muchacho estaba muy entusiasmado al conocerte.- Dijo Marián, juzgándome
Uno de los rescatables entretenimientos del mundano mundo moderno era la opera, que había sabido congelarse en el tiempo. La sociedad pobre e ignorante que habitaba ahora el mundo era totalmente ajena a la absorbente aura de genialidad que se plasma en el concepto de la opera, y en su cuidada punzada de dramaturgia. Al ser los ignorantes ajenos a estos entretenimientos, estos lugares puntuales del mundo representan un espacio de cultura y de magnificencia del intelecto, y de cómo la mente ha sabido materializar de formas precisas las doctrinas que pretenden ser modelos universales. Es triste darse cuenta de que ni siquiera estos santuarios están libres de la pretensión humana. Las personas pretenciosas frecuentan los santuarios del conocimiento como una forma de reivindicarse a su moralidad ante la sociedad culta, esperando conseguir siempre algo a cambio, y no absorben el mensaje, ni estudian la solución planteada por la obra. Los hombres pretenciosos solos buscan la aceptación de sus mentes en las sociedades intelectuales sin importar que no puedan ofrecer aportes.
-Me ha parecido una representación estupenda, ¿no lo crees así, hermano?- Dijo Héctor al salir del teatro.
-La verdad es que lo he disfrutado más de lo que pensaba.
-¿Hace cuanto que no frecuentas estos lugares, dos años?
Entre tanta multitud no me sentía cómodo conversando acerca de un evento tan inteligente.
-Es un placer verte para variar Franklin.- Dijo alegremente Milkan.
Ese hombre parecía no querer cortarse el pelo nunca, ya casi le llegaba hasta los hombros, y sus alegres ojos azules parecían siembre burlarse de la gente al anticiparse a sus deseos.
-Es un placer venir a espectáculos como este acompañado de gente como usted, doctor.
El bullicio se disipaba a las afueras del teatro, y los intelectuales y los pretenciosos se disipaban en el ambiente, que recobraba sus aires de moralidad e ignorancia.
-Ahora podemos retirarnos.- Dijo el joven aprendiz de Milkan. Un joven desarrapado y bruto del que no esperaría un futuro brillante.
-¿Adonde cree usted que iremos, joven?
-Pues podríamos ir a charlar y a tomar algo en mi casa. Seria agradable discutir la obra con gente como ustedes.
No tenía ninguna intención de discutir una pieza de arte tan pura con un muchacho de su intelecto.
-Yo iría encantado.- Dijo Reginald.
-Mientras deciden nuestro destino iré a fumar un cigarro a donde haya menos gente.
Me aparte de la multitud charlatana y empecé a fumar mientras divagaba entre mis investigaciones y el modo en el que, lentamente, Reginald se deja seducir por la ignorancia de los nuevos días. Esperaba un comportamiento así en Milkan, ya que escoger a un joven así como aprendiz es prueba suficiente de que el prisma de conocimiento sobre el que posaba cuidadosamente sus ideas se encuentra cada vez más opaco. Tarde ó temprano el mundo por el que trabajo se extinguirá. Entonces, ¿Por qué sigo trabajando? Es para mí, no para el mundo. Trabajo para satisfacer mi propio deseo de conocimiento, aun sabiendo que mis aportes no le servirán de nada a un mundo perdido en la visión de una doctrina. No podría imaginarme una vida sin trabajar por aprender, pero tristemente si puedo imaginar un mundo que no aprende de mi trabajo, y que no trabaja con mi saber. Que inútil resultaba todo, pero que necesario era para mí.
“Doctor Dergurie” Me sorprendió la voz cálida y jovial, pero educada e inteligente que se puede esperar de una futura promesa y de una eminente mente conservada.
-Joven Arthur.- Dije sorprendido de ver al joven que causó intriga en mí el día de ayer. -¿Vino usted al espectáculo?
-Así es, doctor. Considero que la opera es uno de los pasatiempos más dignos para una mente estudiada. No sometería mi mente a las vulgaridades que gustan a los muchachos de mi generación, de hecho, me considero ajeno a esta.- Dijo con un timbre de voz bastante pícaro e inteligente. –La mayoría de las cosas que gustan a mi generación no son más que meras distracciones de la realidad que nos negamos a aceptar. Me considero un hombre despierto en el más puro sentido de la palabra.
Este joven me recordaba mucho a mi mismo en mis años mozos. Algo que nunca había sentido me impulsaba a abrirle las puertas de mi mente y dejarlo explorar en la vasta experiencia que resguardo. Su conducta y expresión eran un símbolo de perpetuidad del clasicismo sagrado, que opaca la ignorancia y comodidad del mundo de hoy. No podía cerrarme a él. Mis impulsos científicos me exigían acogerlo y estudiarlo para encontrar en él la salvación del mundo y evitar el hundimiento de este en un bucle sempiterno de ignorancia ensañada. Bastaría solo una conversación con este muchacho para convencerme de que su mente piensa en el mismo sistema que la mía, y si esto era así, entonces no tendría más que explorar mi mente para hallar la respuesta que busco. Cuanta intriga me causaba. Un muchacho tan joven y tan conservado en los tiempos previos a él. Mi mente seria la salvación de los tiempos en que vivimos. Pero si su mente no era como la mía, entonces el seria la salvación. Una juventud prometedora y respetuosa con el método. Una juventud que promete seguir el camino de los maestros que inventaron el método. Tanta sorpresa causa la aparición de la singularidad que buscas en el espacio caótico y aglomerado de individuos a las afueras del teatro que presencio la idea definitiva y que presenciara la realización de sus frutos. Ahora ya no puedo pensar en nada más que no sea el triunfo que espero de las relaciones entre nuestras fructíferas mentes. Tomate el pulso y no te aceleres. Mira qué hora es. Concéntrate y no te distraigas. Pregúntale algo. Has que siga conversando. No lo dejes callar. Escúchalo y que el sepa que lo escuchas con interés. No te sofoques. La idea no se ira. Trabájala y llévala a cabo. “Ah… El pitido en mis oídos.” Parpadea, solo una vez. “Ah… El entorno ruidoso y Héctor me busca con la mirada pero no me encuentra.” Háblale sobre tu trabajo. No, mejor pregúntale por el suyo. ¿Vino con alguien? No puedo dejar que se valla aún. ¿Que está mirando a mis espaldas? Se siente cohibido. No sabe que decir.
-¿Vino con el doctor Sophko? “Ahora espera.”
-No, la verdad él no disfruta de estos espectáculos. Piensa que son para gente pretenciosa que solo busca la aceptación de los intelectuales.
-No puedo decir que no haya gente así. Sin embargo véanos.
Rió de forma cortes.
-¿Está usted trabajando en algo por el momento, joven Arthur Creik?- Le pregunte disimulando la ansiedad.
- A decir verdad, mi trabajo es una de las razones por las que me acerque a usted el día de ayer.- Dijo mientras su voz cálida se tornaba frívola y áspera. -Vera doctor, mi investigación la llevo a cabo desde hace tres años y, para serle totalmente sincero, los resultados a los que he llegado son sorprendentes. Sin embargo, necesito de usted por un motivo en particular.
“Yo fui quien descubrió que la mente humana es quien manipula el universo conocido del propio humano que la posee. Fui juzgado y tildado de hereje por la sociedad bruta en la que llevé a cabo mi descubrimiento al decir que son los seres humanos los que hacen funcionar el postulado de un Dios, y no viceversa. Yo fui quien descubrió que el mundo en el que se desarrolla la existencia de un hombre está influenciado por los pensamientos de ese hombre, y que al no haber nada en el universo más que un hombre, entonces ese hombre no podía existir, pues la mente necesita un estimulo para despertar la mente creadora. Yo fui quien descubrió que el hombre es un ser creador de mundos pero que no puede crearlos si no existe un mundo previo que lo estimule. El hombre común no entiende estos conocimientos, o se niega a entenderlos, que es lo mismo, y busca un modelo que se ajuste a su realidad, pero que le proporcione satisfacción y comodidad. Sus mentes crean algo en que creer”.
Este muchacho lo entendía y yo lo ayudaría en lo que sea que me pidiese. Su camino sería ahora el mío. Pero solo por conveniencia, pues haría de mi camino la solución final de la ignorancia. Me sometería al abandono de mi aislamiento en pos de la humanidad.
-Me gustaría saber cuál es el motivo.
-Se lo diré, por supuesto. Pero ¿sería posible hablar de estos temas en un lugar con menos bullicio?- Me dijo casi susurrando, supongo que a favor de sus estudios, ya que cualquier hombre egoísta con su trabajo se niega a compartirlo.
-Pues podríamos ir a mi hogar.- “impensable, permitir que un muchacho entrase a mis aposentos. Algo que no había permitido jamás.” “–No.” Grito frenética mi antigua existencia. Pero ya había dado por sentado el fin de mi aislamiento con respecto a este joven próspero.
-Sería un honor visitar su hogar, doctor Dergurie.
Divague unos miserables instantes antes de responderle. Pero que impaciente estaba yo en ese momento. Algo tan impropio de un hombre educado como yo. ¿Podía siquiera deducir que le diría una vez entrásemos en mi hogar? No podía. La exaltación me superaba, pero la controle y ya no me supero. Vencí a la exaltación como todo hombre valiente y decidido lo hace y “Ahora iremos a mi hogar y tendré mi conclusión”
“Delirios de grandeza”
-Permítame un momento, joven Arthur Creik. Me despediré de la gente con la que vine.
-Oh. Lamento si lo interrumpí. No sabía que venía acompañado.
- No se preocupe, joven Arthur Creik. Sera más productivo conversar con usted.- Dije tratando de que no se notaran mis atisbos egoístas.
Me adentre en el tumulto y “-Héctor Me voy.”
-¿Te irás a casa?- Me pregunto cómo buscando soluciones. –También yo me iré. Creo que Reginald se irá con Milkan y el joven aprendiz. La verdad no me llama la atención pasar una velada con ese joven. ¿Trabajaras tan tarde en tu investigación?
-Ya sabes que soy un hombre dedicado al trabajo.- Le dije rápidamente y sin parpadear. – ¿Donde están Reginald y los demás?
-Fueron a buscar el auto.
-¿Podrías despedirme de ellos? Sé que es descortés y desconsiderado, tomando en cuenta que fue Milkan el que nos invito, pero es que realmente llevo prisa.- Dije listo para salir corriendo de ahí.
-No creo que eso haga muy feliz a Milkan.- Dijo mientras jugueteaba con el rosario de metal que siempre colgaba en su cuello.
-Milkan es un ignorante. – Dije con firmeza.- Se pierde cada vez más en el vacio de un pensamiento apasionado, dejando cada vez más de lado la lógica que rige el mundo en el que vivimos, y la prueba de ellos es ese aprendiz suyo. No es más que un muchacho pretensioso que busca la aceptación de círculos intelectuales en vías de degeneración. Ese tipo de gente me asquea, Héctor.
-¿Está todo bien, Franklin? Nunca te habías expresado así de Milkan.
-Por favor dile que pase una noche estupenda entre las pretensiones y la genialidad del compositor, y también dígale a su aprendiz que antes de discutir las delicias de una obra como esta tiene que aprender a ver y a escuchar una obra como esta.- Dije casi gritando al susurro, pues me había molestado mucho el efecto de mis reflexiones en contraposición con mis contemporáneos. –Adiós Héctor.
Camine al encuentro de Arthur Creik y nos fuimos a mi hogar, durante el viaje por las sobrias calles espolvoreadas por azucenas el joven prodigio no pronuncio ni una sola palabra. Intuí que las guardaba para la llegada y la conversación. El auto tormentoso solo aumento con su forma compacta el indiscutible y absolutamente presencial suspiro de ingenio que emanaban mis ojos fijos en la ruta urbana de la ciudad iluminada por las bombillas incandescente, que contrastan con la arquitectura de una forma que se vería mejor en blanco y negro. Y pronto llegamos a mi hogar, el cual serviría de espectador principal del cambio del mundo. Sus lúgubres lámparas iluminarían nuestros rostros al conversar, y sus paredes opacas resguardarían los secretos de nuestro intelecto. La madera que crujía en el piso nos daría los compases al ritmo de entrada a la habitación y el alto techo nos daría lugar suficiente para expandir nuestras mentes en las alturas. Los haces de luz que atraviesan las blancas cortinas darían la serenidad necesaria a la situación y el tragaluz en el techo de la sala permite a la luna iluminar el rostro de la joven promesa de salvación que está sentada en el sofá principal de mi hogar ahora.
-¿Puedo ofrecerle una taza de café, joven Arthur?- Dije apenas entre a la cocina.
-Sí, muchas gracias.- Me dijo con excesiva amabilidad en el contraste de su voz.
Le di su café y me senté en el sillón frente a la mesa en medio de la sala tenue y expectante.
“Ahora háblale, pero no lo juzgues aún.”
-¿Puedo saber ahora por qué me consideró para su investigación?- Pregunte, apoyando los codos sobre las rodillas y cruzando los dedos de ambas manos bajo la barbilla.
Dio un sorbo a su café y lo coloco en la mesa antes de responder.
-Primero respóndame una pregunta: ¿Cuáles son las bases de su mundo?
-¿Qué quiere decir con eso?
-Los cimientos sobre los que reposa su forma de pensar.- Dijo claramente mientras intentaba explorar su mente pero me detuve pasmado cuando dijo “forma de pensar” pues me vi a mi reflejado en su mente. Una mente que busca respuestas a preguntas criticas, solo para hacer más preguntas que responder.
-Considero que la máxima expresión de la gloria humana radica en el pensamiento que éste es capaz de formular al recibir estímulos del mundo exterior, y que su capacidad de raciocinio debe ser tomada en cuenta para dividir a los humanos en cuanto a potencial evolutivo. Lastimosamente la humanidad parece estar retrocediendo en su camino por el destino que alguna vez fue prospero y maravilloso. El gentío popular busca exaltaciones y distracciones que no aportan nada al progreso de la humanidad y eso se debe a que los humanos modernos han perdido todo fundamento al momento de sentar sus bases en el pensamiento.- Mientras hablaba al joven Arthur Creik se le dibujaba una tenue e intelectual sonrisa, que iba desde la comisura de los labios hasta los fugases rayos de luz que rebotaban en sus visionarios ojos pardos.- La base de mis pensamientos (la correcta de todos modos) es el clasicismo que perdura en el manejo de las ciencias y en su difusión. El clasicismo que hace grande al genio y que deja en la miseria al ignorante, volviéndolo niebla tenue a los ojos de la historia. Aquella visión que le daba valor al método inteligente sobre el cual se llevaba a cabo una acción, y dicha acción perduraba en la historia, y era utilizada como punto de partida en el desarrollo del progreso. El clasicismo que fue creado por las mentes brillantes en pos del futuro de la humanidad. Aquella línea que es destruida por los tiempos modernos, en los que el método se ha malinterpretado tanto que ahora solo es un vástago de lo que solía ser, siempre empleado como excusa de cada error humano.
-¿Y su opinión de la mente?
-¿Por qué haces tantas preguntas? – Le dije con un aire lobotomizado, absorto en el desarrollo de mis pensamientos.
-Por lo mismo que usted.
-No lo sé.
-Explíquese.
-No puedo. No he llegado más allá. Mis investigaciones me inducen a un pensamiento que tergiversa toda creencia y raciocinio anterior. No puedo siquiera atreverme a considerar esa idea, sin embargo es mi último paso hacia la comprensión de la mente.- Empecé a alterarme y a sentirme invadido por una presencia que me pesaba sobre la espalda. Me sentía incomodo de estar sentado en una posición cualquiera mientras hablaba de mis pensamientos en un tono de voz cualquiera en un momento cualquiera.- Si continuo me pierdo, y pienso, y sigo pensando en otra conclusión, pero los modelos fallan, y todo tiene sentido si la mente no existe, pero ¿cómo puede ser?
Entonces yo mismo (con la forma de Arthur Creik) me entendí, pues no compartía mis resultados con Arthur. No se los contaría pues lo conozco muy poco tiempo. Se lo contaba a mi yo joven que se encuentra dentro de Arthur. Es él el que tiene que conocer mis avances para llegar a una concusión. Si mi yo joven entiende lo que es realmente la mente, entonces, a través de Creik podre terminar con la ignorancia del mundo contemporáneo. Que maravilloso resultaba ese muchacho después de hacer esa reflexión.
-Se porque falla su modelo, doctor Dergurie.- Dijo con tono presumido sutilmente.
-Como te atreves.- Dije con indignación en todo lo que abarca el tono de mi voz.- Una persona con mi intelecto y mi desarrollo teórico no debería tener que escuchar como un muchacho pretende completar sus teorías de forma impotente y limitada. Te pido que respetes mis pensamientos y lo que estos representan. Ya he sido bastante abierto contigo, Arthur Creik.
La verdad me aterre al percatarme cuan abierto había sido con un desconocido, por más que viera tanto de él en mi. Pero más me aterre cuando me di cuenta de que fui abierto con el porqué tenía mi yo joven dentro de sí. Entre en pánico. Palidecí. Compartí mis progresos conmigo mismo pero frente a un extraño. Yo no sabía quién era Arthur Creik, tampoco sabía de dónde había salido, donde estudio, donde creció, bajo que seno nació. Solo sabía que yo estaba ahí sentado, mirándome con aires de grandeza y soberbia al comprender que mis pensamientos encaminaban a los suyos a una conclusión definitiva. Palidecí frente a la mirada de este joven Arthur Creik, quien servía de marioneta para un Franklin Dergurie Solotso capas de todo con la comprensión que yo tenía de la mente. Era mi yo pasado quien utilizaba al yo del presente como punto de partida de una conclusión masiva que abarcaría cualquier aspecto de la naturaleza humana. Y me veía ahí sentado, observándome con soberbia y poder. Con la mirada poderosa que un genio posee al estar sentado sobre las bases clásicas que se moldearon al intelecto perpetuo de la razón humana. Pero ese genio no soy yo ahora, sino lo fui, y existe mediante Arthur Creik.
Un punto crítico a tomar en cuenta aquí. Lo que Arthur representa en sí mismo no tiene valor, si es que yo no estoy implícito en él. “Se levanta.” Y mis bases tambalean. ¿Cómo es que mi genio se manifiesta en un rostro de edad moderna, siendo este rostro un admirador de las bases clásicas? Mis modelos se reducían conforme la presión en mi nuca se hacía más densa. Este joven es lo que yo necesito solo porque no puedo extraer mi genio de él. Pero de poder hacerlo, entonces él no sería necesario. Pero como empezaba a amar su presencia, pues era la mía en esencia. Mi laberinto mental empezó a expandirse por todo mi cráneo y me acosó una confusión en la que amé y odié a Arthur al mismo tiempo y por solo un instante. Pero no puedo odiarle, pues no puedo sacarme a mí mismo de él. Sin embargo, es por eso que me atrevo a despreciarle, pero eso no se lo diré jamás. No le diré nada que pueda afectar al yo que trae dentro. Pero ¿qué quiere de mi ese yo? Busca hacer conmigo lo que no permití que hiciese cuando lo tuve adentro. Cuando solía ser yo. Tengo miedo.
-¡Ven mañana!- Le dije antes de que alzara la mano para despedirse. Sentí la necesidad de abrazarlo y, metafóricamente, acoger a mi pasado rebelde en mi sabia vejes, pero mi sentido del ridículo me contuvo.
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