Cierto día, me encontraba charlando con una buena amiga, sobre la vida y nuestros anhelos. Ya terminando nuestro intercambio de pareceres, me dijo a modo de conclusión: “tu tienes que puro estudiar otra cosa, pa ser mah”. Ya que yo había estudiado mecánica herramientas en la secundaria. Un buen oficio, pero mal remunerado. Dicho esto mi amiga se paro, y en actitud perentoria me dijo: -“avispate”.
Dicho y hecho. Me matricule en una afamada universidad. Jefe de obras era el titulo de la carrera, duraría dos años, en los que debía asistir a clases de noche. No se veía mal. Entrando en el lugar, me di cuenta que era solo fiesta. Los jóvenes universitarios eran más licenciosos que los locos de la esquina. Enganche de inmediato con ellos. Encontré a un conocido. Los viernes era cosa de locos. Podría decirse que el conocimiento les era dado a grandes sorbos.
Tenia compañeros de un amplio espectro: albañiles, bodegueros, trazadores, enfierradores. Mis profesores, unos mequetrefes mentirosos. Pero lo mejor eran las estudiantes de arquitectura, su sutil aroma despertaba en mí las más profundas ensoñaciones, las que se diluían al sentir el hedor de mis compañeros. Sin embargo, a la semana éramos los mejores amigos. Pase grandes momentos con ellos.
Un día, no había clases y no teníamos dinero. En eso llego un buen amigo, que vivía un importante gueto capitalino, con una bola de pasta base de cocaína del tamaño de una pelota de tenis. Me dijo: “Vendámosla pues. Si nosotros no consumimos esta mierda”. Donde venderla era la pregunta. Por mucho que los universitarios fueran disolutos no fumaban esa droga que se asociaba a gentes del bajo mundo e indigentes. Pensé en algún comprador de mi barrio. En eso estábamos cuando llego otro compañero. Le preguntamos si tenía algún comprador. Inmediatamente nos refirió otro gueto donde se transaba por kilo. Fuimos los tres al lugar. El escenario era aterrador, lleno de drogadictos en un estado tal. Solo sombíes en todas las esquinas. La tierra del terror. Entramos a una casa de una vieja que al parecer la vendía. Hablamos con ella, la probó y no le gusto, posteriormente refunfuño: -“esta mierda esta pateada, no la quiero”. Salimos tristes por la transacción fallida. Ya en la calle, un drogadicto grita: -esos huevones llevan pasta!!!. Fuimos perseguidos por una jauría de drogadictos. Le hacíamos caso a nuestro “buen amigo”: -Por aquí, por acá…. Llegamos a una cancha y el muy infame nos pidió su parte para poder sacarnos de ahí. Se la dimos. Nos llevo a una calle principal. Aparecieron mas enajenados. Nos subimos de sopetón a un microbús. En la otra esquina se suben dos policías y se sientan delante de nosotros. Nosotros hediondos a pasta base pasamos desapercibidos con el buqué de un desodorante que mi socio roció furtivamente. Llegamos a la U. Nos topamos a otro compañero de confianza y le contamos nuestra desgracia. Posteriormente nos dijo: -La compro. Te ofrezco cien mil pesos. Accedimos. Nunca más lo vi en clases. Aquel día se titulo de drogadicto.
Con el dinero recaudado fuimos a un tradicional bar, con amigotes. Éramos seis. Ya con varios litros de cerveza en el cuerpo, fui al baño con un amigote de cabellos largos, igual a mí, íbamos abrasados como dos compadres. Desde una mesa contigua había cuatro vendedores ambulantes. Nos molestaban por nuestro atuendo, vociferando:-maricones de pelo largo. Salimos del baño. Seguían molestando. Mi amigote se ofendió ante tales epítetos y de buenas a primeras le dio un puñetazo a un vendedor. Ese fue el detonante, nuestros compañeros se pararon y no esperaron explicación. Los golpeamos brutalmente. Los vendedores rogaban que no los golpeáramos más. Llegaron los garzones a calmar la pelea. Nosotros conscientes del alboroto que habíamos armado echábamos de menos la presencia policial.
Los dueños del bar nos dieron mil gracias, por haber eliminado a esa lacra llamada vendedor ambulante. Molestaban a los parroquianos, los asaltaban. Para que decir como trataban a las señoritas que acudían al lugar. El dueño, en una forma de agradecimiento, nos regalo unas cervezas. Luego, como a las seis de la mañana, volados y ebrios, salimos juntos a ver si estaban a la salida del bar esperándonos. Es sabido que estos tipos son camorreros.
Nos estábamos despidiendo, cuando vimos a un hombre dándole de cachetadas a una mujer. Un amigote de baja estatura, “el chico bodeguero” dijo: -yo voy a defenderla. - le decíamos que no se metiera, pero estaba motivado. Fue igual. Se agarro a puñetazos con el agresor, le gano con una mano. Nosotros alentábamos tamaña destreza. En eso la mujer agredida se puso a gritar que golpeaban a su novio. Aparecieron unos superhéroes. Bañados, acicalados, afeitadísimos. Pensando que el Chico era un asaltante. Otro desaguisado, ahora por culpa de la proeza del chico. Como andábamos ebrios, discutimos acaloradamente con los superhéroes. Hubo unos cuantos puñetazos, los que fueron apaciguados por la lucidez de los superhéroes, que andaban sobrios a esa hora de la mañana. Sentimos unas sirenas a lo lejos. Corrimos por nuestra libertad. Yo, pare veinte cuadras mas abajo. Casi en mi casa.
Al lunes siguiente contamos lo ocurrido y no nos creían. Eso que no contamos lo de la pasta base.
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