En el colegio.
Un día, en el colegio, estaba con un compañero sentado al borde de la cancha. Mientras unos niños de cursos menores jugaban con una pelota pequeña, una de esas de golf. El me hablaba de una terrible herida que se había hecho jugando futbol, justo le llega un pelotazo en la canilla, se quejo mucho. Acto seguido me muestra la herida en cuestión y le llega otro fuerte pelotazo ahí mismo, lloro. Ofuscado por semejante hecho. Se para y lanza la pelotita lejos, a la calle. El asunto paso en medio de epítetos de grueso calibre que proferían los niños.
Cinco minutos más tarde. Alzo la vista y veo un montón de estudiantes de cursos superiores rodeándonos de manera intimidatoria. Era la pandilla del hermano mayor del dueño de la pelotita. Con un tono fuerte y golpeado nos dice: -tu eres el que le mando la pelota a la calle a los niños. ahhh!!!!!!! Acto seguido le manda un manotazo a mi compañero. El, muy vivo, se aparto de la dirección del golpe y me llego a mi en toda la nariz. Yo inmediatamente me paro y respondo con otro igual. Enviando a tierra quien había pegado primero. Empellones, golpes, escupitajos. Hasta que el timbre del recreo nos salvo. Quedando hecha la promesa de una golpiza a la salida del colegio. Yo que no estaba acostumbrado a estos entuertos, no quise ser menos y acepte con gallardía el ofrecimiento.
En una plaza cercana al colegio, lugar donde se llevaban a cabo estas improvisadas peleas, nos juntamos los dos bandos. Nosotros más enclenques, pues éramos de menor edad que los contrincantes. Ellos, con la cara azul por la barba, denotaba lo viejos que eran.
El que yo había mandado a tierra un rato atrás, me apunta con el dedo y me decía: - te voy a dejar sin ojos!!!! Yo tratando de hacerme el valiente le decía a mis compañeros que no se entrometieran. Previendo la paliza que me iban a dar. En eso salta uno de los más viejos de ellos diciendo: -mejor yo te voy a golpear. No me alcance a defecar porque a mi rescate vino mi mejor amigo. La pelea era lo suyo. Dormía parado y comía clavos al desayuno. Como el viejo sabía de la instrucción que mi amigo tenia, propuso que la pelea debía ser solo a golpes de puño, nada de patadas y cosas por el estilo.
Empezó la pelea preliminar, ya que después venia la paliza que debían de darme a mí. Por un minuto temí que mi fiel amigo fuera el vencido, ya que vi varios puñetazos bien dados en su rostro. Para el era solo el calentamiento, lo estaba midiendo. Al cabo de unos minutos en que los golpes iban y venían, mi socio saca una batería de sus mejores golpes, dándolos todos acertadamente en el hocico del viejo. Uno tras otro, no paraba, lo dejo arrodillado de tanto golpearlo.
Era mi turno. No alcance a levantar las manos cuando el me lanza un puñetazo, lo esquive. Sentí su ira. Le tire un manotazo, rajándole el bolsillo de la camisa, lugar donde se hallaban su cartera. El se agacho a recogerla, yo, viendo que bajaba la guardia quise pegarle una potente patada en el maxilar. Se alcanzo a meter otro luchador, de una patada me tiro lejos. Esa fue el detonante para dar paso a un terrible pandemónium. Lo primero que vi fue un palo volando hacia mí, lo pare con la cabeza. La trifulca era dispareja, nos superaban en número, igual no nos rendíamos, mi fiel amigo volvió a pegarle al viejo, seguíamos en desventaja. Entonces corrimos, hiendo hacia los circos que estaban en la esquina. Las piedras volaban camino hacia las majestuosas carpas multicolores.
Frenamos nuestra corrida, pues vimos a unas doncellas de un colegio cercano en la parada de autobuses. Nuestras miradas se cruzaron con las de quienes eran el objeto de fervientes recuerdos por las noches antes de dormir. De pronto siento un grito: -Pato, agáchate!!!. Así lo hice. Paso una piedra de grueso calibre por encima de mi cabeza. Con la buenaventura de pegarle en el hombro a un payaso que estaba haciendo propaganda más allá, mientras con mis compañeros y amigos le seguíamos haciendo frente a los escolares con barba. De pronto y como salidos del averno divise al payaso agredido junto a sus secuaces: Pastelito y Cuchuflí, la mujer barbuda, un par de leones, hasta unos enanos. Todos portando terribles palitroques. Grande fue la conmoción de nuestros contrincantes al ver aquella tropa de carnaval. Nosotros seguíamos dando y recibiendo golpes. Llegaron los payasos, se escucho el sonido de cachetadas y cornetas. Nos disipamos. Corrimos para no ser la comida de los leones. Me vi solo en una parada más allá. Molido, machucado, sin cuadernos y sin dinero para pagar el microbús. Recordaba las maromas que los enanos hacían.
Al otro día, en el colegio, la pelea era comentada. Se presento ante mí el profesor jefe y me dijo: -lo sé todo. Aludiendo a la camorra de la que fui protagonista. Me hizo entrar a las salas de clases para reconocer a quienes participaron. El silencio fue mi mejor amigo. Después de aquello paso un año de miles y miles de altercados con los mismos tipos. Perdí muchas veces, pero, por lo menos no se la llevaban limpia, más de un buen puñetazo acerté en la cara de ellos.
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