Te lo juro, estaba en el asiento de adelante, en la línea D, la que me tomo todos los días a las 16.25, el mismo colectivo, el mismo chofer, pero no era lo mismo.
Debía tener unos 2 años, en un momento se paró en el asiento y empezó a mirar, tenía unos ojos muy bonitos, relojeaba con esa intriga de saber más, pero no me percibía, sus ojos me traspasaban, miraba a través de mí.
No me llamo la atención, seguí viajando, observando la primavera con todas sus fuerzas en los naranjos, florecían como cada temporada, sin dar caso a los cambios.
Volví a mirar a la niña, le guiñaba un ojo, le sonreía, pero nada, su iris pasaba por sobre mi mirada.
No lo podía creer, la seguí observando y no obtuve respuesta, me acerque a la madre con sigilo, para saber que le pasaba a la niña de los ojos perdidos.
Le hable y mis palabras nunca sonaron, nadie me escuchaba, estaba mudo y transparente, como cuando te quise contar todo esto y vos estabas con ese vestido negro que tan lindo te queda.
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