Es siete de noviembre de 2015. Una mujer con unas enormes gafas de sol coge número en la pescadería de una gran superficie. No habla con nadie. Saca su móvil cien veces del bolso. Se muerde nerviosa una uña rota haciendo saltar diminutas placas del esmalte rojo. El marcador electrónico de la pescadería avanza al cuarenta y cinco. El número rojo parece despertarla de una pesadilla. Tira con rabia el ticket. No esperará su turno. Empieza a caminar con pasos largos y decididos hacía la salida. Siempre hay una salida. Hoy, también, todos los telediarios han abierto con la noticia de que este año ya son cuarenta y cinco las mujeres asesinadas a manos de sus parejas.