Una mañana en el Zoo
Desde que se levantaron, los dos niños estaban muy excitados y no era para menos llevaban muchos días dando la lata a su padre para que les llevara al Zoo y hoy por fin le habían convencido.
“Venga papa, venga vámonos” gritaba como un poseso con su aguda voz el pequeño Luis de tan solo cuatro años.
“Papa venga, no seas pesado, vámonos ya, no ves que Luis está muy nervioso”, insistía Marta, la mujercita de la casa que ya tenía seis añitos y que se hacia la mayor y como no, se había erigido en la protectora de su hermano.
“Bueno, bueno, tranquilizaros” respondió Luis padre, “Nos iremos en cuanto os hayáis tomado la leche y los cereales”.
Pero, si creía que esa excusa le daría una tregua, estaba equivocado, Marta casi se atraganto con tal de acabar los cereales y a su hermano por poco le sale la leche por la nariz, ansioso por terminar enseguida el desayuno.
“Ya hemos acabado papi, venga vámonos, venga” chillo el pequeño, tirándole del pantalón para que se moviera.
Y aunque papi pensaba que aun era muy pronto, sus hijos ya eran incontrolables así que se resigno y les dijo “Pues venga al coche”.
No tuvo que repetírselo, ambos subieron al coche atropellándose y sentándose rápidamente en sus respectivas sillitas, Marta se puso sola el cinturón, ayudando a continuación a Luis con el suyo, muy distinto a lo que ocurría todas las mañana al llevarles al colegio, que conseguir sentarles era todo un triunfo, pero es que hoy al fin iban al Zoo y eso era un acontecimiento especial, pero que muy especial.
Cuando llegaron y a pesar de ser temprano, no pudieron librarse de la larga espera en las taquillas y es que además de ser domingo había amanecido un precioso y soleado día de primavera y muchas otras familias habían tenido la misma idea.
Por fin el padre, saco las entradas y como las otras veces en que habían venido, renegó para sus adentros por el desorbitado precio y eso que todavía no había acabado todo, faltaba la foto que quieras o no les harían al entrar, comprar la bolsa con comida para los animales, los refrescos y…., pero bueno, eran cosas sin importancia compensadas con creces por la alegría que se reflejaba en los ojos de sus niños.
“Esperar un segundo” les dijo frenando la carrera que ya iniciaban sus dos retoños. “Vamos a hacer un plan para que luego no nos pase como otras veces que a mitad del día os cansáis, si os parece pensamos un recorrido y cuando terminemos nos vamos a un kiosco a tomarnos unas buenas hamburguesas antes de ir a casa, ¿Vale?”.
“Estupendo, pero no te pares mas” le contesto Marta que ya en ese momento la tensión le impedía pensar en recorridos y en planes.
“Tranquilos” insistió “¿Os parece que vayamos primero a ver a los hipopótamos, a los elefantes, a los rinocerontes y a los leones, que compremos después cacahuetes y vayamos por ultimo a las jaulas de los hombres a darles de comer y ver cómo juegan”
“Si papi, pero cuando vayamos a ver a los hombres, primero vamos a los blancos y luego a los negros, que son muy graciosos cuando corren y gritan” contesto Luis mientras arrugaba su chatilla nariz de chimpancé.
“Pues vamos” y comenzaron el recorrido entre los gritos de satisfacción de los dos pequeños monitos, sus hijos.
Disfrutaron viendo a las jirafas, se asustaron con los leones, se rieron con un elefante que les echo agua con la trompa y por fin acabaron en las jaulas de los humanos, agolpándose y empinándose en la barandilla del foso, como hacían los otros monos que ya habían llegado y que se reían acodados en el murete disfrutando con las evoluciones de los hombres.
Y como se rieron y que divertidos les parecían cuando saltaban y chillaban al echarles cacahuetes y que habilidad tenían para pelarlos y como se agarraban los pequeñitos a las tripas de sus madres para no caerse y que graciosas eran las peleas de los hombres cuando trataban de conseguir alguna fruta o cualquier cosa que algún otro mono les hubiera echado desde arriba, que divertidos eran los humanos.
Cuando al fin se cansaron de reírse, todavía excitados y ya cansados acabaron sentados en el Kiosco al que iban siempre, que regentaba un gorila amigo de la familia que se daba muy buena maña para dar el punto a las hamburguesas, aunque les costó encontrar sitio pues muchas otras familias de chimpancés, orangutanes, papiones, gibones y otros habían tenido la misma idea.
Y fue en ese momento cuando Marta que nunca se había preocupado del porque existían los hombres, le pregunto a su padre.
“Papi, ¿Porque los hombres están en jaulas? ¿Es que son peligrosos? ¿Y porque no saben hablar? ¿Y de donde vienen?”
“No Marta, no son peligrosos” le contesto su padre, ”Y están en jaulas porque es la costumbre entre los monos el considerarles como animales aunque sean tan parecidos a nosotros y aunque todos venimos del mismo origen, todos somos homínidos, nosotros que evolucionamos de los primeros hombres llegamos a lo que somos ahora, sin embargo ellos se estancaron, no aprendieron nunca a hablar y siguen siendo irracionales.”
“Ah” contesto Marta y siguió comiendo como si nada.
Fernando Mateo
Octubre 2015
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