Te observo hermosa desde abajo, yaciendo. Tú me sobrevuelas con la belleza que te proporciona la distancia al suelo. Yo, caído, me deleito con tu vista. Mientras se me clavan las piedras en la espalda, extiendes los brazos y planeas sobre mi cuerpo. A horcajadas te vas moviendo sinuosa, remontando con las corrientes de aire, deslizándote como si fuera lo único que has hecho en tu vida.

Con mi espalda dolorida por los guijarros del suelo, me retuerzo intentando que te alcance más aire, que llegues más alto. Es entonces cuando cierrras los ojos con fuerza y te detienes, quedas suspendida por unos segundos quieta. En esos instantes congelada en el cielo, casi lloro para retener esas imágenes, para multiplicarlas en mil destellos a través de las lágrimas con la esperanza que alguno perdure. Y así, posada levemente sobre el extremo de mi polla, das un último giro y un torrente de gemidos va cayendo sobre mí a medida que vuelves balancearte, ya desmadejada.