EL DE LA LLUVIA
“Yo esperaría antes de salir, en cualquier momento llueve a lo loco” Pronosticó y propuso mi esposa volviendo de la ventana. Raro, desde mi lugar podía ver un cielo despejado, pero no empezaría el día con una discusión preguntándole de qué se valía para opinar con esa precisa convicción…
Su intuición es casi infalible, pero veces se deja llevar por indicios. Pudo haber visto a nuestro precavido vecino que siempre sale con un paraguas por si acaso. O lo dijo como una expresión de deseo, cuando nota qué amarillas están las hojas de los árboles bajo este implacable sol de sequía. O porque simplemente le comenzó a doler los huesos…
Es decir, pude suponer todo lo que quise hasta que ese vendaval se desató de la nada. Vino viento y lluvia a más no poder. Imprevisto fenómeno meteorológico (para mí) que nos repiquetea en la ventana y hace que nos acerquemos juntos como llamados a contemplarlo detenidamente...
En principio fue imposible ver más allá del vidrio, por momentos nos arroja el agua a baldazos y retrocedemos en cada uno de esos sobresaltos. En otros, la vemos pasar en ráfagas horizontales que se arremolinan en medio de la cuadra para luego enderezarse y desaparecer en la esquina próxima como por arte de magia. Realmente un espectáculo dantesco frente a nuestros ojos. Tuvo razón, se largó a llover como nunca…
En una tregua, cuando por la calzada ya no circula un solo vehículo por temor a una fuerte granizada, descubrimos a la única persona que podía andar por ahí campantemente: Un hombre cubierto con un sobretodo gris tan lustroso que parece no mojarse nunca, la recorre de esquina a esquina…
Entre un sombrero metido hasta los ojos y su barba no se le ve el rostro, pero por su actitud errática imaginamos a un pobre retardado mental vagando por estas calles de Dios…
Algunas veces es grato pasear bajo una lluvia amigable y mansa, pero este tipo nos dio la impresión de disfrutar desafiando su bravura; deambula sin medir riesgos propios ni la de ajenos…
La fuerza del viento ha quebrado a su paso una rama grande sobre un coche estacionado. En la calle el agua comienza a cumularse cuando las alcantarillas se obstruyen con toda esa basura que vino arrastrando. Y un grupo de personas que esperan estoicamente bajo la parada del autobús, observan su inquietante presencia y temerosos se lo comentan a baja voz…
Ahí me animo a preguntar de igual modo:
"-¿Qué sabés de este tipo tan raro?"

"Nada, que cuando lo veo por acá, llueve…"

"¡Y de qué manera hoy! ¿No?", destaco enseguida por no pedir más detalles sobre el caso. Es que en verdad hacía falta bastante agua en el campo, pero en la ciudad no es tan deseable. De pronto las calles y el metro se inundan, se detiene el tránsito o se torna peligroso, se corta la electricidad, cierran los negocios…
Este hombre parece haber leído mi razonamiento; ahora ha detenido su andar, ha subido a la vereda y se resguarda pegándose a una pared. Deja su vista clavada en un charco de agua y guarda sus manos en los bolsillos. Digamos que ha pasado abruptamente de una euforia irracional a una profunda y clara reflexión…
No sé a cuál arribó porque de pronto cambia su estado, recoge aquella mirada del suelo e indignado la eleva a esta inclemencia del tiempo enojándose con ella. Le apunta con un puño y la insulta y la increpa con gestos groseros y ampulosos…
También se apacigua pero espera impaciente un resultado… Y desespera porque esta lluvia no cesa ni así… Entonces, como quien decide utilizar un último recurso, corre hasta la plazoleta de enfrente, se arrodilla sobre un banco, junta las manos en plegaria y cruzándolas luego por sobre su cabeza varias veces lanza esa señal que cualquiera leería en tres palabras:
¡Basta, por Dios…!!!
El temporal se detuvo en seco.-
“Te dije cómo llovería, pero ya se calmó, ahora salgamos a desayunar tranquilos…”