Quisiera encadenarme a tu cuello,
pegarme tus ojos en la frente,
ser quien te saque del vientre de tu madre
y llamarte: “el predestinado”
Hay días en que por las tardes o con los gritos apareces. Apareces y no pareces asustado con mis decisiones, con mi rebeldía…
Hay días en que vuelves con tu sonrisa perfecta y tus sueños congelados sobre los dedos de mis pequeños pies, con tus manos blancas, con tus dedos largos, con tu olor, con tus recuerdos que se montan en mi cola de caballo y que se dejan golpear por el ruido que hacen las hojas de aquel árbol donde me abrazabas y donde yo sentía que todo se quedaba detenido.
Sé que no lo sabes, pero siempre vuelves. Vuelves con la noche sin ocultar tu sombra de la luz de mi presente, vuelves y te envuelves en mí como las sábanas de mi cama, como mis seis almohadas, vuelves porque, en nuestro pacto interminable, aún te gusta dejarme tocar tu rostro con los labios y el alma desmaquillada.
Contigo no necesito convertirme en un animal salvaje que se bebe a bocanadas tu virilidad y que te atrapa el sexo incrustándote las uñas en la espalda. Contigo no desempolvo mi antifaz de pecado, ni me pongo mi vestido de puta para que seas bueno.
Quisiera encadenarme a tu cuello, pegarme tus ojos en la frente, pero el tiempo de los sueños es corto y prefiero quedarme con el sonido de tu voz, que no se me olvida nunca, para acurrucarme en ella, para soltarte de a pocos y para que no me duelas.
Todo se va muy rápido, todo se difumina y a tu reflejo se sobreponen otros ojos, otro rostro, una lengua a la que no le provocas celos y que no me prohíbe pronunciarte.
Otra vez, no me quiero despedir, quiero apretar tus manos, compararlas como cuando aprendía a amarte, acostar mi piel desnuda ante tus ojos sin que me de miedo, verte mirar hacia otra parte con las mejillas enrojecidas, contemplarte, enternecida en tu infinita fidelidad, cantándome con voz infantil desde la resbaladilla del parque...
Todo se va muy rápido, todo se difumina y yo a veces quisiera ir corriendo a buscarte pero es cuando me resigno a esta distancia y a tu imagen en mil cuadros resolviendo tu partida.
Lo confieso, aún te extraño… Y a pesar de todos estos años y de los que pasen, sin tu aliento en mi pelo, sigo unida a tus ausencias. El luto silencioso que te guardo me ha durado mucho y quizás me dure siempre…
A César, aunque sólo volvamos a vernos en sueños...
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