Aquella noche llegué a la casa con el corazón acelerado, la sangre hirviendo, las manos sudorosas, y totalmente enloquecido. Enloquecido por no aceptar que Salomé ya no me amaba y planeaba abandonarme para continuar su vida con otro hombre.
Cuando ella llegó perdí el control, le reclamé enfurecido, aun sabiendo que desde hace meses vivíamos de apariencia, exclusivamente por el bienestar de los niños. Sin embargo, escuchar y reconocer la verdad de sus labios, me aceleró aún más y empecé a golpearla sin parar, mientras que ella se protegía el rostro con sus manos y gritaba infructuosamente pidiendo ayuda. Trató de defenderse, pero mi fuerza fue superior. Luego la ataqué con sevicia con una navaja que llevaba hasta matarla. Sentí que me iba con ella, no fui capaz de huir de la casa, al ver lo que había dejado de su belleza me daba golpes contra la pared, y rompí en llanto, pero ya era demasiado tarde.
El no escapar de la escena del crimen generó mayor odio en mis hijos, ya que fueron ellos los primeros en encontrarme al lado de su madre muerta.
Como era de suponerse llegó la policía y me sacaron esposado ante la mirada atónita de muchos. Aunque parece absurdo, ningún miembro de la familia de Salomé me acusó formalmente en la fiscalía y el aceptar mi culpabilidad fue determinante para recibir una condena de 15 años.
Los años en la cárcel han sido de una lenta agonía, de un profundo remordimiento y culpa por todas las consecuencias que tuvo mi actuar. He pasado todo el proceso de aceptación de la culpa y reconciliación personal en la más absoluta soledad.
Acabo de cumplir 26 años, de los cuales 5 han transcurrido en ésta cárcel y mi alma no ha recuperado la paz.
Hace poco conocí a una muchacha encantadora, hija de mi mejor amigo en la cárcel. Lo mejor, es que ella conoce la razón de mi condena y aceptó ser mi novia. Después de tantos años volví a tener intimidad con una mujer... ¡Uff! Fue un encuentro ardiente, apasionado, sin temores y convencido de dar todo de mí para el éxito de la relación.
Ahora, con una motivación para la anhelada libertad, intensifiqué mi trabajo en carpintería, estoy estudiando y con un excelente comportamiento que facilite la disminución de mi pena.
Efectivamente el abogado no se equivocó, la resocialización que tuve, sirvió para reducir la pena sólo a 7 años. Hoy estoy escribiendo desde mi casa en compañía de Claudia y pronto tendremos un hijo. De mis otros hijos, sé que están estudiando y que no les hace falta nada económicamente. Le ruego a Dios que me perdonen por todo el dolor causado y realmente sé que nunca debí dejarme llevar por la ira, el egoísmo y la insensatez. ¡Estoy realmente arrepentido!
Para que no se repita mi historia:
“¡Contrólate! Acepta que las cosas no siempre son como queremos, pero principalmente pídele a Dios todos los días la Sabiduría que necesitas. La vida de cualquier persona está por encima de todo y el remordimiento se convierte en un dolor que envenena el alma y te puede matar lentamente. ¡Piensa, detente antes de actuar!”
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