Qué quiero ser cuando grande.- Los bomberos apagan los incendios y rescatan a la gente. Yo cuando crezca también quiero ser bombero; no como mi hermano que prefiere ser detective, pero sólo para poder usar pistola. Mi hermano tiene siete años y es menor que yo por dos y cuatro meses. Yo, a su edad, cuando era así de chico y vivíamos todos juntos, nunca quise ser policía, porque a mí me gustó siempre apagar incendios. Tengo una colección de carros bomba que me regaló la mamá y que luego he completado con otros nuevos, que compro con mi mesada o que me regalan los tíos cuando pueden. A mi papá no le gusta que yo juegue a los bomberos, porque dice que peleo con mi hermano; también dice que no es bueno que juegue siempre solo, pero con Fermín no se puede jugar porque no sabe. No conoce las claves de la radio ni los números de las compañías que van a los llamados de rescate ni de incendio y además es él el que comienza las peleas. El domingo sacó temprano su camión rojo de bomberos. Se lo pedí y me dijo que no, que quería a cambio mi colección de rescate, completa. Le solté un puñetazo y comenzó a llorar y a llamar al papá hasta que llegó con cara de enojado. Le expliqué por qué, pero antes ya mi hermano le contaba llorando lo del puñetazo y mi papá me dio tremendo grito y me mandó a mi cuarto, sin cenar ni mirar la tele. No lloré. No tenía hambre ni me gusta ver la tele, pero igual estaba triste porque mi hermano me miraba riéndose y me entraron ganas de darle otro más fuerte. La tía Olga es una tonta. Si sabe que el que juega a los bomberos soy yo, ¿por qué le regala el camión a Fermín, que lo saca sólo para molestarme? A mí me regaló, con esa cara de burra que pone, una pista de carreras. Yo no la quiero nada a la tía Olga y no me importa que ella quiera a mi papá ni que haya sido tan amiga de la mamá. Yo no la quiero. Tengo hambre, pero no bajo a pedir disculpas a mi hermano. Que se quede, si quiere, con su carro rojo, porque yo no le paso ninguno de mis bomberos de rescate, ni los autos chocados, ni las ambulancias, ni nada de lo que él quiera. Al rato entró el papá con mi comida en una bandeja y estaba triste, como siempre. Dice que no le gusta gritarme, pero que no debo pelear, que me tome toda la sopa y me duerma temprano. Yo sé que sigue triste por la mamá. No quiero dormir sin ordenar mis carros. Quiero seguir jugando, pero mi papá regresa al rato y otra vez me reta. Antes no era así; antes jugaba conmigo y me enseñaba las claves; los tipos de llamados y hasta los cargos de los oficiales, que son los bomberos que mandan a los otros. Antes incluso me dejaba acompañarlo a su cuartel y eso era lo que más me gustaba, porque sus compañeros también me enseñaban muchas cosas. Ahora mi papá ya no es bombero y ya no voy más al cuartel con él, pero por las tardes, cuando salgo de la escuela, me paro en la plaza que queda justo al frente a esperar a que suenen las sirenas y los carros salgan en carrera. Me quedo ahí entonces, hasta que el mensajero del cuartel coloca una pizarra en el portón, señalando la dirección de la emergencia. Si es algo cercano, me voy con cuidado y me quedo por ahí hasta que terminan, mirándolos de lejos, aunque a veces no me doy cuenta de la hora y mi papá me reta por llegar tan tarde, sin saber lo que yo hacía. Él no quiere que yo sea bombero y a mí no me gusta que él ya no sea, aunque tal vez así es mejor, porque si estuviera como antes en el cuartel, yo no podría ni acercarme a verlos. La mamá no se enojaba nunca conmigo y se peleaba con el papá y le decía que nos dejara jugar en paz. Él le daba un grito fuerte y salía dando un portazo de mi pieza. La mamá me decía entonces que no hiciera caso y que estuviera tranquilo, que se le iba a pasar solo y que siguiéramos el juego. Jugábamos siempre al rescate y la mamá se reía cuando yo imitaba a la central de alarmas en el despacho de los carros, aunque luego se ponía triste. Yo sé que a ella no le gustaba que mi papá le gritara y a mí tampoco me gustaba nada. Cuando grande quiero ser bombero; quiero ser el Capitán y luego el Comandante de los bomberos y entonces mi papá podrá volver y va a estar feliz como antes y vamos a poder ya no sólo jugar, sino que ir juntos a los incendios verdaderos. Ahora que la mamá no está, el papá trabaja casi todo el día. Apenas llega me revisa las tareas y me ayuda con las cremas, para que yo no me olvide de ponérmelas. Me unta la cara, la cabeza y el pecho, porque así dice que van a sanarse, como los brazos, que ya no me duelen. Luego va a la pieza de Fermín y hace lo mismo. Siempre es lo mismo y yo siempre quise ser bombero. Antes mi papá no se enojaba, pero, desde lo del fuego de mi cuarto, prefiere que no piense más en eso. Yo creo que está enojado conmigo, como la mamá, que desde esa noche ya no está en la casa con nosotros; que se fue sin despedirse. Yo le escribo cartas para que regrese y se las paso a mi papá, para que se las lleve al lugar donde está ahora. Le digo en ellas que me estoy sanando y que en la escuela me va bien, que ya no me pongo triste cuando los otros niños me miran y que perdone por lo de la casa, que yo nunca más lo vuelvo a hacer, que fue sin querer, que yo sólo quería que se viera más real que en nuestros juegos, pero que me perdone. El papá dice que fue muy bueno que la mamá no estuviera esa noche, porque se hubiera entristecido mucho al ver así toda la casa, los muebles y la ropa, pero que ahora ella está mejor que en ese entonces. Mi hermano a veces dice que quisiera ser doctor, para poder sanarse rápido, pero luego se le olvida y le regresan las ganas de ser policía, yo no sé si por lo de la pistola o para poder buscarla a ella. Pero eso ya no entra en mi tarea. Yo prefiero ser bombero. Siempre quise ser bombero. |