La historia que les voy a contar narra un triunfo de la lógica sobre las atrocidades cometidas por un hombre cualquiera y sin importancia. Las virtudes que se desprenden de esta historia describen con precisión absoluta un modelo lógico que demuestra ser la solución al acertijo en el que se transformo la horrible situación en la cual se vieron envueltos los cuatro sujetos que, obviando completamente el concepto de espacio y tiempo implícito en el transcurso de las situaciones, pudieron ser cualquiera. Pudiste ser tú, o yo, o todas las personas del mundo, con excepción de una. Aquella que comete la atrocidad. Aquella que toma el papel de verdugo frio y brutal.
Los flujos de ideas que se deducen de los sucesos que a continuación narrare demuestran que la solución a un problema parte de la observación, dando así plena coherencia al método científico que, hace ya tanto tiempo, fue tomado como pilar fundamental de la investigación. Siendo esta situación no más que un sistema lógico en el que existen cuatro protagonistas más uno que dicta las reglas, no me queda más que analizar lo ocurrido y revelar las acciones mentales que llevaron a la solución del enigma lúgubre e ignominioso al que paso a ser la atrocidad cometida por una mente que, por decirlo de forma directa, paso de ser un simple captor a ser un verdugo de mente brillante cuyo evidente punto vulnerable era que su acertijo tenía una brillante solución. Pues en este mundo cualquiera, cualquier cosa tiene una solución cualquiera.
Fue en una ciudad común, de un tiempo reciente, y que se note lo relativo en las palabras “común” y “reciente”. Cuatro personajes que sean A, B, C y D, fueron tomados prisioneros por una entidad desconocida para ellos. Los nombres de las victimas carecen de importancia pues, a diferencia de la escena de un crimen atroz en el que la identidad de la victima representa una pista de fundamental importancia, esta barbarie se cometió en cualquier época y los nombres, como la belleza relativa de sus lugares de procedencia, cambian con el tiempo. Llámales como quieras. Alberto, Gregorio, Demian, Jack, Wolfgang, Dorian, Sinclair. Todos son validos.
El rufián que los capturó se aseguró de que sus subordinados nunca se hubiesen conocido antes entre ellos, y los transporto sin ser visto ni escuchado por factores que pudieran alterar el experimento. A, B, C y D, o Alberto, Jack, Dorian y Wolfgang, podrían mantener una conversación cualquiera durante su espectral y cuasi astral viaje. Quizá un “Mi familia sufrirá tanto con mi desaparición” o un “Le romperé la promesa que le hice a mi amada” o ¿Por qué no? Un “Nadie me va a extrañar, oh mísero de mi, mísera mi existencia” Pero pobres miserables por la situación que los tocó vivir. Y si los lamentos tuvieran respuesta ¿sería esta compasiva? Sería un comprensivo “Calla maldito. No eres el único desgraciado cuya foto en la repisa familiar pronto ocupara mas atención de la que fuiste capaz de provocar en vida.” Y de ser así ¿Cómo reaccionarían los otros? Y ¿Qué tanto de extendería la plática? ¿Quién sería el primero en prender un cigarro, y quien sería el primero en reprimir el deseo de pedirle que lo apague y satisfacer su angustia imponiendo una mirada acusadora la cual hubiese sido obviamente mal interpretada por el fumador dado que este le ofrecería un cigarrillo el cual (y con la vista en dejadez) aceptaría antes de decir con múltiples ademanes reflexivos “Nunca fume uno en mi vida”? En fin. Las posibilidades son infinitas. Solo alterando mínimamente las condiciones iníciales de pueden tener infinitas conversaciones diferentes. ¡Qué vastamente divertido resulta pensar en aquellas enriquecedoras pláticas!
El terror sin rostro conocido finalizo su viaje de horrores en un paramo de tierras nobles. Llámese playa, llámese desierto, llámese bosque frondoso y misterioso que oculta maravillas bajo las sombras que proyectan sus árboles al fresco medio día o llámese como mas guste usted, lector. Los atormentados prisioneros fueron guiados por el desconocido horror que, por bizarro que fuese, realmente disfrutaba de sus maldades y, bailoteando al ritmo y compás del último movimiento del conciertico para piano número 22 del señor Mozart, guiaba aquella caravana inmunda de verdadero pánico.
Las miserables victimas observaron al monstro sin rostro (o rostro sin importancia, que es lo mismo) tomar herramientas que inspiraban temor solo gracias a la utilidad que se les podía dar en dicha situación aborrecible. No los culpo si no pronunciaron palabras, ni alaridos, ni lamentos, ni sonidos que infirieran pánico en sus almas. La extraña disposición espacial que eligió el atormentador es tan caprichosa en si misma que si no los silencio el pánico, entonces los habrá silenciado la confusión, o la intriga, o la negación, o tal vez el alivio al darse cuenta de que sus cabezas no serian enterradas, tal como lo estaba el resto de su cuerpo.
Desde el cuello hasta donde inicia por debajo un ser humano, el brutal verdugo los había enterrado. Y es aquí donde la maldad se transforma en astucia, pues frente al señor A se había levantado un muro solido e impenetrable que lo aislaba de los otros miserables.
Sea así entonces el terreno de juegos. ¡Cómico! Las cabezas de los condenados se alzan sobre la superficie. El opresor lucha por contener una carcajada. El motivo de la contención está sujeto a la controversia pues al tratarse de un ser cualquiera entonces puede este tener cualquier código moral. Los rostros de los condenados son forzados por la forma en la que los cuerpos fueron enterrados a mirar, con firmeza e inmutabilidad, la parte posterior de las cabezas formando una recta en el plano, con la excepción del pobre señor A, que tiene frente a el al muro inamovible.
En pleno uso de las facultades que puede ofrecer la comedia el ominoso ser sin rostro (o rostro desconocido, abarcando todas las facciones y todos los rasgos hereditarios posibles en la naturaleza) tomó de un lugar cualquiera cuatro artilugios bastante caprichosos con respecto a los acontecimientos dados, pero que no dejaban que se pierda la elegancia.
Cuatro sombreros, dos blancos y dos negros, se movieron conforme a las voluntades del verdugo en una danza sujeta a los estereotipos en los que éste crea, hasta terminar su viaje sobre las cabezas de los condenados pero, continuando con la elegancia y el poco uso de técnicas minimalistas, los sombreros fueron colocados siguiendo un patrón específico y crucial. El sombrero de A seria blanco, el de B seria negro, el sombrero de C seria blanco, y el de D negro. Cabe mencionar un punto fundamental en la forma en que se lleva a cabo la tortura, y es que el cruel castigador se aseguro de que ninguna de las victimas pudiera ver de qué color era su sombrero, sin embargo si eran consientes de la existencia de dos sombreros de cada color. ¡Elegancia y minucioso! Así, de una forma brillante, se determina el orden de las piezas que conforman el juego.
En este preciso momento, en el instante en el que se terminaron de ordenar las piezas, fueron dictadas las reglas que rigen este universo. Las reglas del Cosmos en el que se desarrolla esta historia quedan sometidas a la voluntad del verdugo, y éste puede escoger cualquiera que se le ocurra, y éste puede escoger cuantas como quiera. Es aquí en este punto en que el verdugo deja relucir su intelecto y barbarie, ya que las reglas que eligió fueron las siguientes: “La persona que logre saber de qué color es su sombrero se salvara a sí misma, y también salvara al resto de ustedes. Solo hablaran para decir de qué color es su sombrero y como es que han resuelto el misterio, de otro modo, si alguien habla de todo lo que implica no resolver el acertijo, los ejecutaré a todos. Si no lo resuelven se quedaran aquí.” dijo el inteligente verdugo. Es debido tomar en cuenta que la decisión de ejecutar fue escogida con plena libertad por el que dicta las reglas, uno es completamente libre de elegir lo que desee.
El horrido captor contenía sus burdas carcajadas mientras contemplaba el escenario. B miraba hacia infinito en una dirección cualquiera. Tras B se alzaba el imponente muro que abarcaba todo el campo visual de A. C podía ver al miserable A con su sombrero puesto y al gran muro que lo atormentaba, mientras que D podía ver a C con su sombrero y a A con el suyo y al muro que lo atormentaba. Todos miraban en la misma dirección cualquiera.
¿Cómo resolver el acertijo? ¿Cómo hallar tan precisa solución? Es obvio que la solución tiene que ser necesariamente bella y elegante. Un acertijo bello tiene, por supuesto, una solución bella. También es evidente que la solución existe y satisface con toda lógica las exigencias demandadas por el que impone las reglas. También la solución tiene que abarcar un campo de acción que llene el espacio en el que se juega. Y por último, esta tiene que ser válida y absoluta para todos los observadores. Dando su debida importancia a estas cuatro consideraciones es momento de que se realice el triunfo de la lógica sobre el verdugo, pues ni el más malvado atormentador puede aplacar los efectos de una obvia solución, de hecho, él siempre termina siendo parte de la solución pues él es parte del universo que describe. Es como un Dios que termina demostrando su propia inexistencia a partir de las leyes de su naturaleza.
Seamos honestos y revelemos el secreto que condena al verdugo. Él es consciente de que su acertijo tiene una solución, pero es un ciego confiado y piensa que dicha solución nunca será encontrada al tratarse de individuos sometidos a tan traumáticas experiencias. Pero tú, lector, no estás sometido a horrores semejantes. Te invito ahora a llegar a la realización de la solución. A decir aquello que acabara con el misterio. Tomate tu tiempo y una vez que lo resuelvas (o que consideres que tienes cosas mejores que hacer) continua.
Sería lo más natural el hecho de que las victimas cayeran en depresión y en dejadez después de escuchar tan complicado enunciado. La verdad no creo que a nadie sorprenda que alguna, en lugar de tratar de resolver el enigma, aprovechase esos últimos momentos de vida para recordar algunos momentos bellos momentos de su vida como la primera vez que recuerda haber abrazado a su madre, su primer perro, el mejor recuerdo de su abuela, la primera vez que se enamoro, la primera vez que tuvo amigos, su primer trabajo, su primer día de pago, la primera vez que la invito a salir, la primera vez que le pagó la bebida en un bar concurrido en una estruendosa pero acogedora calle de la ciudad, la primera vez que vieron arte juntos, la primera vez que ella se recostó en su hombro. Debió abrazarla pero tuvo miedo, no sabía cómo reaccionaría ella. Lo más probable es que le correspondiera aquella tarde de domingo que tanto esfuerzo hace por no olvidar.
Todos en silencio. Nadie habla pero todos con rostros que lo dicen todo.
Las facciones van desde una inocente suspicacia hasta un vulgar ademan de culpa e insatisfacción espiritual. Pero solo es necesario que alguien de la respuesta para que el tormento agonice. El verdugo seguía conteniendo con cada vez menos esfuerzos las burdas carcajadas.
Lo más probable es que la mayoría, al cabo de varios minutos, abandonen la dejadez y la mediocridad y se pongan a trabajar en una solución. Interiormente seguro divagarían repitiendo frases como “Solo veo los demás sombreros” o “Somos cuatro,… cuatro sombreros” sin llegar a resultados favorables, pero ¿Pueden todos llegar a resultados favorables? Esta es una pregunta crucial y aquella persona que la formuló posee sin duda una mente hábil y critica.
El pobre de B mira hacia el infinito y frente a él no hay nada que lo guie hacia el camino de las revelaciones. El miserable de A solo ve aquel muro que lo atormenta y el muro no posee ninguna propiedad que lo ayude a eclipsar en una solución. C puede ver el sombrero de A y al muro que a este atormenta, y D puede ver el sombrero de C, el sombrero de A y al muro que a este atormenta. Todos en silencio contemplan sus limitadas pistas tratando de extraer de ellas algo que funcione.
Todos en silencio…
Todos en silencio… ¿Te diste cuenta ya, lector, de que la solución ya ha sido encontrada?
El rostro del verdugo cayó al suelo y se fraccionó en mil pedazos cuando C gritó con euforia el color de su sombrero, dando la respuesta correcta. Nadie vio el rostro del verdugo.
“D no sabe la respuesta, pues está en silencio. Al saber que hay dos sombreros de cada color y al tomar en cuenta el silencio de D, se hace obvio que mi sombrero y el de A son de diferente color. Así es que puedo saber la respuesta”.
Ingenioso ¿verdad? Cumple con todos los puntos requeridos para ser la solución aceptada. Lo que paso después es irrelevante. El verdugo los libero y los devolvió a su mundo de reglas y patrones matemáticos. Lo que sea que hagan haya realmente me tiene sin cuidado. Son seres humanos cualquiera viviendo una vida cualquiera. Lo que quería resaltar era solo aquel bello triunfo de la lógica sobre las adversidades. De hecho, podría decir que las victimas tuvieron suerte. Si se diera el caso de que C no tenía una mente critica y analítica, entonces todos hubieran caído en desgracia. Es sorprendente lo detallado y minucioso que es el bello enigma al que se enfrentaron estos pobres humanos cualquiera. Acertijos como este tienen como precedente una ardua labor intelectual y sin embargo todo depende de que la suerte ponga a un C con una mente suficientemente capaz de solucionarlo. Por supuesto, viendo al acertijo desde una perspectiva pasiva, es decir, como tú, lector, que has tenido la posibilidad de jugar al juego sin ser parte del juego, la capacidad intelectual de C no importa. Tu solución válida es decir que C puede resolverlo, pero al ser parte del juego entras en un estado que te permite descubrir las reglas del juego. El verdugo dicta reglas, pero este también está sujeto a reglas. La más clara de todas es la que le permite al verdugo crear reglas. Es un juego de la vida. Nosotros, un nuestro papel de seres humanos cualquiera, habitamos un cosmos que tiene sus propias reglas, las leyes de la naturaleza. Leyes que nos permiten entender porque las cosas funcionan como funcionan, y crear modelos matemáticos cada vez más precisos que nos permiten describir esas leyes de una forma tangible para nuestra especie. Es así, lector, que como especie racional que somos, estamos jugando a un juego que funciona con unas leyes que no conocemos, y es nuestro deber descubrir las leyes que rigen nuestro juego. El juego de la naturaleza. Nuestro juego de la Vida.
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