Una sacudida recorre mi espalda y entonces boqueo, abro ligeramente la boca tomando algo de aire como si estuviera fuera del agua, como un pez que de un salto llegara a la orilla. Trato de recordar cómo respiraba antes y me doy cuenta que era a través de tu boca. Entonces yo tenía branquias y mi nariz y mis labios podían estar cerrados pues sólo pegado a ti tragaba aire. Sólo a través de ti, me llegaba el aire. Por eso lo buscaba ansioso, por eso te volteaba, te arremetía, hurgaba en todos tus rincones en busca de aire, o, incluso, te agarraba con fuerza del cuello porque en ese instante me había llegado una fuerte ráfaga fresca. Afortunadamente tenía toda la superficie de tu piel para respirar, la inmensa superficie de tu cuerpo, desde tus distantes pies, a las rodillas torneadas, a las cicatrices de tu espalda o tus lampiños pliegues, afortunadamente contaba con todo un inmenso mundo para encontrar aire, para respirar. Ahora ando por la calle y a veces una sacudida recorre mi espalda y entonces parece que se me escapa un leve gemido, pero no es eso, no, estoy buscando aire. |