Queridos amigos míos:
La historia verdadera que voy a narrarles no es autobiográfica, se los digo para evitar chismes, malas interpretaciones o alguna situación escandalosa. Yo con mi mamita-suegra me llevo muy bien (¡Gulp!) y no hemos tenido ni un sí, ni un no, sino todo lo contrario. ¡Ay Dios! Ni yo mismo me voy entendiendo.

Hace poco, Alcibíades, un cínico, pero divertido amigo mío, muy feo de modos según el sexo femenino, nos comentaba en una amable reunión, alrededor de un espumoso vaso de buen vino, en la aristocrática cantina “La Numancia”, un incidente que le ocurrió a raíz de la muerte de la mamá de su queridísima esposa.

La suegra de Alcibíades pasó a mejor vida. El empresario de pompas fúnebres le preguntó al nada contristado yerno. “¿Qué caja le gustaría para su señora suegra?” Preguntó a su vez el incivil Alcibíades, cauteloso: “¿Tiene una caja fuerte?”