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Después de permanecer sumergido durante tres días, un camalote de plástico, lodo y ramas apareció flotando en el riachuelo.

Tragaste saliva, bajaste torpemente la taza humeante de café y dejaste de leer para mirar el televisor. Tu mujer te miró extrañado, jamás permitías que nada interrumpiera tu desayuno y la lectura de La Nación.

La reportera del noticiero de las 8 interrogaba en vivo al inspector Durán de la Policía Federal.

- ¿Qué nos puede informar, Inspector Durán? Preguntó la periodista, mientras reproducían las imágenes del momento en que los buzos bajaban del bote el cuerpo envuelto en una bolsa oscura que dejaba ver la cabellera rubia y parte del brazo izquierdo donde relucían un anillo de diamantes y una pulsera dorada.

- Nada aún, contestó. Sabemos que es el cuerpo de una mujer de unos 30 años, pero eso es todo. Cuando tengamos novedades del departamento forense le vamos a informar, aprovecho su medio para que muestren en pantalla nuestro número de teléfono directo. Por favor, continuó, quien haya visto algo que se presente a atestiguar.

- Apagá eso, le dijiste bruscamente a tu mujer, y agregaste, no tengo ganas de escuchar estas porquerías ahora.

Una hora después ya estabas en tu oficina. Te sentaste en tu sillón y giraste hacia el enorme ventanal que da a los veleros de Puerto Madero. Tu ansiedad te carcomía, te levantaste y comenzaste a caminar entre el escritorio y las macetas sacudiendo violentamente la cabeza de un lado a otro. Querías entender, pero no podías, los pensamientos se sucedían y las imágenes de la tele te explotaban en la cara. Murmuraste algo acerca de adoquines mal puestos mientras dabas vueltas alrededor de la alfombra con ademanes ampulosos.

Me tengo que calmar, dijiste en voz baja. Pará Carlos pará, te ordenaste.

- A las 11, Señor Gimenez, contestó tu secretaria por el intercomunicador cuando le preguntaste a qué hora era la reunión de directorio.

Me tengo que calmar, te recordaste una vez más.

En ese preciso instante te sobresaltaste por el sonido del celular.

Es mi mujer ¡la puta que lo parió!, murmuraste al presionar el pedacito verde del vidrio.

- ¿Cómo?, dijo ella. No, nada querida, contestaste robóticamente.

- Escucháme, te dijo.

Te bastó escuchar esa palabra para que la presión arterial se te vaya al demonio.

- No te olvides de mandar a tu chofer a la modista y retirar el vestido, continuó.

- Sí, mi amor, respondiste al tiempo que abrías la puerta de la oficina y entrecerrabas los ojos intentando ubicar a alguien entre los escritorios del amplio salón.

- ¿No te vas a olvidar, no?, mirá que cierra a las seis, insistió.

Ahí levantaste la vista y buscaste aire en el fuego, las sienes te reventaban y un hilo de hierro candente te subía por las venas. Recorriste todo el salón con la mirada hasta que te topaste con los dulces ojos de Luciana. Ella te miró fijo y entonces supiste contenerte. Con una mueca parecida a una sonrisa insististe:

- Amor, no te preocupes, ya lo mando a buscar, chau.

Apenas cortaste la llamada, Luciana dejó lo que estaba haciendo y arremetió a paso acelerado. Adoraste ese instante, el rítmico taconeo en el piso de mármol y la falda que se le levantaba sutilmente dejando ver los muslos de esas increíbles piernas largas. No podías sacar los ojos de su cintura, entonces sacudiste tu cabeza y la giraste hacia la derecha donde estaba el cuadro de tus caballos de polo. Suspirastes cerrando los ojos.

- Hasta cuando vas a soportar a esa bruja de mierda, te dijo rechinando los dientes mientras cerraba la puerta enérgicamente.

Luciana, con sus 27 años lucía extremadamente hermosa. Su separación fue traumática. Apenas te conoció cayó en tus brazos. Al tiempo comenzaste el juego que más te gusta jugar, y cuando la atrapaste en tu telaraña, te dejó de importar. Una cabeza más colgada en la pared.

- Luciana, falta poco, solo un poco más, le imploraste, con tu falsedad habitual.

Cuando te veo así, tan inhumano, me pregunto qué fue lo que me pasó por la mente en aquel agasajo de la embajada. No me sacaste los ojos de encima durante toda la noche, parecías un cazador empecinado con su nueva presa. Cuando te acercaste a la barra por unas bebidas rogué que no me hablaras, pero en cuanto tuviste la oportunidad de verme sola, te viniste encima.

Hiciste de mi vida un calvario. Abandoné a mi esposo y descuidé totalmente a mis hijos, las 24 horas del día eran para vos Carlos, solo para vos. Pero me traicionaste, como a tantas otras.

Nunca pensé que ibas a ser capaz de matar, pero en cuanto supiste que iba desenmascarar toda la farsa que montaste estos años, enloqueciste. El temor a perder el poder y dinero de tu suegro te hizo reaccionar como una rata acorralada y fuiste por todo.

Ahora te veo acostado con los ojos abiertos. Ella duerme plácidamente a tu lado, tan inocente pero tan estúpida. Un castillo de falsedades e hipocresías, donde la apariencia es todo, al precio que haya que pagar.

El fuego de mi odio es incontenible, atraviesa muros y domina montañas inalcanzables.

La pesadilla de tu señora la despertó antes del amanecer, se sentó en el borde de la cama exaltada y trató de recordar que había soñado. Tomó un papel y garabateó un nombre y un número de teléfono.

El timbrazo te sorprendió durmiendo con los puños cerrados. Tu señora ya se había despertado y hacía una hora que te miraba en silencio. En la mano del Inspector Durán había una foto de la pulsera dorada y el anillo de diamantes, son mías, dijo tu señora sin más.

Ver a Carlos salir esposado de la casa no me provocó satisfacción, apenas vergüenza.

Texto agregado el 27-10-2015, y leído por 64 visitantes. (0 votos)


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