Escribir apesta
Cuántas veces habremos oído este pensamiento, esta sensación de que tal cosa es un arte, siendo que llamamos tal cosa a algo que, en el rigor del diccionario, no lo es. Verbigracia decimos (yo no, pero lo escuché) que vender es un arte. ¿Por qué alguien diría que el hecho de ofrecer o de imponer una mercancía a cambio de dinero es un arte? Tal vez por ese plus, ese agregado que hace que la actividad se vea enriquecida. Me viene a la mente aquí un vendedor que andaba por el subte: el tipo se ponía a recitar una serie de gansadas con las que hacía reír a la gente. Uno lo escuchaba y se cagaba de risa, y el tipo vendía sus perendengues. Pero ¿por qué estamos tentados de entender que ese algo más proporciona a la actividad cierto valor artístico? ¿qué es ese algo que ponemos en juego? Un artista es Picasso, vamos, pero decir que un tipo que vende cosas en el subte es artista, aun cuando no lo mueva a la categoría de un Picasso, implica una comparación inconsciente o no tanto. Lo primero que se me ocurre es esto: que cierta particularidad de la personalidad aplicada a una actividad transforma a esta actividad en otra cosa (en este ejemplo, arte); como si dijéramos que un trabajador de un matadero de vacas es simplemente un tipo que mata vacas mientras que alguien que mata de un balazo a un elefante es no ya un tipo que mata un animal sino un cazador deportivo (en este ejemplo, deporte). Así, la diferencia entre matar un animal u otro está en el modo en que se lo mata y, digamos, en el animal mismo (no existen mataderos de elefantes, los hay de vacas, de pollos, de cerdos... los hubo de humanos, pero no de elefantes al menos que yo sepa). No hay que confundirse aquí con la técnica. Técnica es lo que la actividad exige a quien la realiza según criterios generales aunque también se desarrolle en un ámbito digamos personal: usted puede ir a matar vacas a escobazos, mas no es esa la técnica del matadero.
Siguiendo el tren de las comparaciones, pongamos que a veces hay que esforzarse en distinguir entre arte y lo que no lo es. Si usted toma una fotografía del casamiento de su hermana, no me va a convencer a priori de que es un artista. Sucede que, aunque nos parezca irrisorio, hay fotografía artística: no comparemos una foto de su hermana en concha tomada con un celular con esas de la revista Playboy. Ya es que el de la fotografía es un buen ejemplo: se dice que la cámara es el ojo del fotógrafo. Entonces que usted tome una foto de algo nomás porque lo encontró ahí no es lo mismo que tome una foto de algo para mostrar cómo lo ve usted. Esto es lo que entiendo que sucede cuando alguien intenta hacer literatura: escribe algo con cierto ojo y no con otro, y esto es su impronta, su valor del hacer. La literatura (dejemos fuera la novela ahora) hace foco en una parte de un todo, un todo que se nos encuentra velado en la totalidad misma, como si dijéramos la concha de su hermana, que está y no está en aquel casamiento donde usted ha asistido con su cámara: artista es el que del casamiento capta la oscura intención de algún cuñado, la libido del suegro o la concha de la novia, digamos. De hecho, esto mismo hace la ciencia: cuando a su hermana le arde ahí abajito va al ginecólogo y no al médico a secas. Ya es que los médicos tampoco pueden estar en todo.
Volviendo al vendedor ambulante, podemos considerar que el tipo vende, al margen del interés del público en su mercancía, merced a ese plus al que nos ha dado por llamar (o por comparar con) arte. ¿Por qué? ¿porque ha despertado cierto interés o cierta gana de interacción en nosotros? Vamos, nuestro vendedor hace teatro mal o bien, ¿acaso por esto su actividad es más eficaz o más rentable? No sé. También hay en mi subte vendedores (y mendigos) horribles y minusválidos que, podría decirse, despiertan cierta sensibilidad en el público, pero en cuyos casos nadie evocaría un arte. Y esto sin mencionar que el arte por sí mismo carece de valor económico dada su utilidad comparada con la de cualquier mercancía. Dicho de otro modo: no es fin propio del arte ser mercancía, ni aun cuando de hecho lo sea (¿cuánto vale un Picasso?).
Hasta aquí no me dio por definir “arte” y no lo haré. Hago este paréntesis. La única actividad de la que nadie duda en estos términos es la música. No decimos de cualquier panfleto que es literatura, ni de cualquier dibujito que es arte, ni de cualquier movimiento espasmódico que es danza; pero cuando oímos alguna melodía o distinguimos un ritmo o sentimos que alguien emite voz de tal manera, entendemos que estamos oyendo música, mala, regular o buena, pero música. Entonces digo que para pensar en el arte hay que pensar primero en la música y en lo que representa, en la experiencia de escucharla y de sentirla, y que todas las demás actividades artísticas son, en tanto que artes, menores. Y no me vengan con la zanguangada de que canta el gallo. El gallo no canta. El gallo y el infumable de Fito Páez no saben cantar; pero aquel no hace música y este, por desgracia, sí.
La cuestión es qué pasa con la literatura, qué pasa con escribir, qué es escribir literatura y cuál es la diferencia entre un mitómano con teclado y un escritor. Si usted es pianista, es probable que le dé por componer algo; si no se le ocurre nada, agarra una partitura cualquiera y hace música, y hasta puede vivir de eso que es arte. Si como escritor no se le ocurre nada, pues no puede hacer literatura ni mucho menos; a lo sumo se me va a poner a escribir un ensayo pelotudo como yo ahora. El mismísimo Céline escribió dos novelas buenas y pura mierda, pero vamos, que nadie duda de esa genialidad ni de que hizo arte y, claro, de que lo suyo es literatura. ¿Y qué es la literatura? Según cierta visión foucaultiana, una forma de lenguaje que está escrito, y este algo, de entre lo que está escrito, es lo más inútil. Ya que estamos, Michel Foucault decía que la literatura es lo que manifiesta al lenguaje como objeto y lleva la gramática al poder en sí de la palabra, a la “palabra desnuda”. Como si dijéramos esto es lenguaje como objeto que se dice a sí mismo, esto es literatura.
Yo no sé qué dice la literatura. La filosofía dice y remite a su objeto, tal como ocurre con otras formas aisladas de lenguaje. Desde fines del siglo XIX hay filosofía del lenguaje (la literatura comienza a ser lo que es hoy en el XVI) y es que nuestra relación con esto del lenguaje no siempre fue la misma. Si uno asume que el lenguaje tiene pongamos vida propia, ser, resulta que no me va a escribir como el que intuye que las palabras representan objetos y cierta imagen del mundo, como un médico que nombra un virus. Por todo esto, la experiencia del público con su literatura es otra cosa. No es raro, por ejemplo, que muchos lectores de Borges se emocionen o “sientan algo” sin haber entendido un carajo de lo leído. Hay gente que busca filosofía y lee, no sé, a Borges o a Paulo Coelho, o a Virgilio y le da por sentir aire fresco, o a Kafka y se siente un pelotudo por haber perdido tiempo… no sé, el lector es muy pajero y el lenguaje hace lo que quiere. También está un poco sobrevalorado este asunto: como que si usted lee a fulano es culto y si lee a mengano no. Si vamos al caso, usted no aprenderá nada útil leyendo literatura, y probablemente el mismo acto de leer signifique que alguien le esté tomando el pelo.
Entonces la literatura es un entretenimiento: usted no aprendió nada, no adquirió experiencia alguna y ni siquiera ha mejorado en ortografía y gramática. Desde luego que yo no inventé eso de que el arte es inútil, pero puse que la literatura lo es en comparación con otro tipo de lecturas y ahora agrego que es un vicio. Yo no entiendo forma alguna de sociedad humana que no esté signada por los vicios. Llamo vicio a esto: que alguien tenga sed y beba algo que no sea agua. Hay vicios que llamamos vicios y hay vicios que llamamos necesidades porque somos todos poetas románticos.
Bueno, ya puse lo que ocurre en este siglo con la escritura en mi primer panfleto, y de ahí se sigue que el vicio de la literatura se ha generalizado de tal modo que cualquiera parece escritor. Esto, para mí, es buena cosa: usted me está leyendo a mí ahora y no al puto de Cortázar ¿Y qué es ser escritor? Bueno, mire, Heidegger escribió una obviedad muy bonita: que para callar hay que tener algo que decir; el mudo, el tímido y el torpe no necesariamente están callados. Se me ocurre entonces que escritor es aquel mentiroso que calladito y a la distancia hace callar. Que haga o no arte dependerá de su capacidad de mentir. Están los que en lugar de vendedores como el mío parecen los mendigos del tren, y los que por sinceros prefieren ocultarse en las sombras de lo que consideramos intelecto o en la pendejada que solemos llamar corazón.
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