Aquel día estrené la silla de invierno. La silla de invierno, la de skay- que resultaba excesivamente pegajosa para el buen tiempo. Era estrenar tal silla y empezar a destilar palabras también de invierno. Pese a un inicio prometedor, encontraba un gran paralelismo entre mi vida y el día. Se lió el aguacero por la tarde.
Ese mismo día, también, corrí ligeramente la mesa y puse la calefacción. Largos meses de penunbra se avecindaban. La temporada fría, sin embargo, tenía cierta ventaja sobre la cálida. Ese calor feroz que se mete en la cabeza a poco que uno se exponga al sol. Sin embargo pronto los echaríamos en falta: los días de sol, me refiero.
Por ahora hemos vencido, concluí.