Felicidad
La obra literaria es una catarsis placentera para el autor y el lector.
Me pregunto ¿qué es un autor (o escritor como prefieren llamarse muchos)? ¿Qué tienen que ver las historias que escribe, con su vida personal? ¿Cuánto somos capaces de deslindar un aspecto del otro?
¿Qué es lo que expresa y de qué modo, que nos hace emocionar y sentirnos identificados, hasta llegar al enamorarnos, virtual o textualmente, de ese desconocido que firma el libro?
Cito a Dimitri:
“El poeta ideal y utópicamente, se desnuda en público, expone sus verdades y sus heridas, su percepción del universo y sus esencias que redescubre y renombra.
El escritor de narrativa, crea, inventa historias desde su ludismo.
En ambos casos, hablamos de literatura. La literatura es el imperio de los sentidos. El escritor usa la palabra como herramienta para comunicarse con el mundo”.
Algunos lectores asocian desde sus emociones y casi en forma literal, el texto, el argumento, las sensaciones, la manera de decir, a la vida privada del autor, a sus sentimientos, filosofía y actitudes ante la vida. Tendemos a creer que esa singular publicación, que tanto nos conmueve, representa la esencia del que escribe. No estamos demasiado cerca de este hecho y tampoco tan lejos.
En la novela o cuento, el autor suele ocasionar, a través de su discurso narrativo, una fascinación tan aguda sobre el que lee que, al llegar al fin de la historia, queda un vacío, difícil de suplantar por el próximo título que espera en el anaquel.
En los peores casos, luego de regresar en varias oportunidades, sobre los fragmentos que más nos impresionaron, necesitamos de algunos días para poder ingresar en el mundo de la nueva trama y de alguna manera olvidarnos de la anterior.
La poesía suele horadar nuestros corazones, al punto de terminar con el poemario apoyado en el pecho, en medio de un suspiro mal disimulado y como en la situación anterior, luego de repasar varias veces las estrofas, tenemos dificultades para dar vuelta la página y sumergirnos en el siguiente poema.
¿Qué cosa tan grandiosa puede suceder dentro de un libro que sea capaz de trasladarnos a una sensación similar al éxtasis que solo se consigue con la experiencia del amor, la visión de la naturaleza, una buena comida, los grandes logros, la música, el cine, el arte en general? Parece poco creíble, sin embargo sucede y justamente, el ejecutor de semejante resultado, es el autor por el que desarrollamos, esa admiración profunda y sin igual que nos acerca peligrosamente al amor. Bien dicen que el enamorarse está sustentado, en gran parte, en la admiración por el sujeto amado.
El otro lado de la moneda del héroe es el anti héroe.
Ya tenemos, en nuestra cabeza de lector, al autor- héroe pero ¿qué acontece cuando nos acercamos al escritor-hombre cotidiano- real- afuera de la imagen que nos formamos con nuestra imaginación, a través de su trabajo, a veces ayudada por la propaganda mediática? ¿Es verdad que suelen ser seres egoístas, malcriados, cínicos, poco sociables, sin compasión? ¿Es cierto que suelen arrastrar el estigma de ser malhumorados, cobardes, introvertidos, infantiles, necios, hasta de baja calidad humana y que, más vale que los editores no dejen traslucir estos rasgos y traten de disimular, esa serie de vicisitudes porque, de otro modo, se perderían ganancias económicas por descrédito social?
Es verdad también que, en ocasiones, esas mismas deficiencias que nosotros llamamos defectos, del mismo modo en que se abultan las virtudes, son exageradas para incentivar el morbo de los compradores y de esa manera duplicar las ventas.
Así tenemos innumerables ejemplos: Poe, Dickens, Anais Nin, Wells, Byron, Manuel Machado, Pizarnik, seres atormentados que escribieron importantes obras, que dejaron su impronta en el público lector.
¡Cuántos (as) se habrán enamorado de la Pizarnik y cuán pocos la hubiesen soportado cerca, en sus momentos extremos y en ningún otro!
Aparentemente al literato experimentado, al que ya ha adquirido el oficio, le basta con encontrar un personaje y una situación y luego aplicar la famosa inspiración y una importante dosis de trabajo para que, al poco tiempo, estemos ante esa exquisita muestra de talento que se incluye luego, entre las grandes éxitos literarios y que, salvo en un número de matices, paisajes o emociones, que aparecen en algunos de sus personajes o episodios, lejos está de volcar en las páginas, su propia vida.
La obra literaria es, en realidad, una simbiosis entre la información que el autor recaba sobre el tema a tratar; en mayor o menor medida, la experiencia de vida que le ha tocado vivir, sus emociones y las que les impone, por necesidad de la trama, a los personajes que ha creado. También la incorporación de paisajes, ámbitos y otros detalles importantes, o no, que forman parte del conjunto.
Sin embargo y a pesar de estas especulaciones, acá estamos, absolutamente dispuestos a volver a enamorarnos de las obras y de sus autores que, en definitiva, son uno de los aderezos más importantes, de esa esquiva cosa que se llama felicidad.
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