Como me gustaría, en esta noche de tormenta, convertirme en una gotita de agua; una pequeña gotita que desciende del cielo en forma de tormenta y que se cuela entre la lluvia gélida.
Así podría ir besando, suavemente, la delicadeza de cada nube sombría; mientras la ventisca, en su frialdad, me empuja obstinadamente hacia las laderas de las montañas.

Si tan solo fuera una gota de agua; una pequeña gota... iría en pos del viento y caería impregnada entre las olas del mar. Me dejaría llevar por ellas toda la noche, acompañada del cántico de las ballenas.

Así cuando amaneciera, podría entibiar mis entrañas con los rayos del sol y volverme humo; convertirme en un efímero suspiro de vapor que asciende nuevamente al cielo.
Esperaría meses e incluso años repitiendo el mismo proceso, pero cayendo en mares distintos; uno cada vez más lejos de otro; uno tal vez más frío que otro; uno tal vez más vacío que otro.

Vagaría por cada océano existente, solo para dejarme consumir por los rayos del sol y volver a caer en forma de lluvia.
Todo esto lo haría con la esperanza de que, algún día, tal vez pueda bajar del cielo otra vez como gota de agua; pero esta vez, descender acariciando el follaje de un roble y encontrarte a ti bajo su sombra. Entonces, me dejaría caer por última vez, esta vez sin evaporarme; adornaría sus hojas y acariciaría sus ramas. De esta manera, descendería como una dulce gota de rocío mañanero y caería delicadamente sobre tu frente hasta poder, al fin, besar tu boca.

Cartas a Rafael.