Y al despertar...
...aún con el ceño adornado de pliegues nocturnos
distinguir el guiño de tu mirar
y en mi lecho comprender la fuerza de tu ser,
el poder de tu mirada,
lo gélido de tu hálito.

Escuchar estridentemente tu susurro airoso
y sentir los arrumacos destructivos de tu presencia
con el soplo de tus caricias.
Una lágrima de cielo es derramada por la mejilla del infinito
cuando la pintura estelar se ha teñido de gris húmedo
empapando mis entrañas,
escurriendo caudales hasta los huesos.

Adornos de nubes se precipitan sobre mi alcoba
en forma de collares esculpidos por Poseidón
en el reino de sus mares;
y tu presencia imponente tatúa en mi alma tu recuerdo,
ese latente momento de saber que tu natura es indómita
y tu nomenclatura imborrable de mis venas al verte de frente.
Tu voz esculpe ríos
desgarra montañas
arranca desiertos;
nos llamas con notas de trueno...
y un duelo...

Descubrir con los párpados llenos de barro
la grandeza de tu esencia
y lo que entregaste a tu paso.
Manantiales vertidos en cántaros fraguados en el Olimpo
que caen sobre mi tierra,
árida, fértil, antigua... pero mía.
Tláloc en conflicto con Cronos,
y Baco ausente.
Un celta descubriendo que Chaak y Shenglong
son la misma persona...
y tú eres su hija.
Me abrazas con brasas de viento
y hoy he renacido en tu vientre como poeta,
con una verde vestimenta firmamos el pacto
que siempre te hará presente,
¡cómo olvidarte, Patricia!.

Alejandro Ornelas