Una vez caída la noche
¡Despertaos!—, dijo ante el sutil encuentro,
cuando la eternidad se consagraba mortal.
La dama conocía la intriga
de mis ojos darle permiso,
a una travesura de la boca
de un beso marcar con prudencia;
su humedad en la nuca.

La presencia socavada
en las álgidas noches del verano
buscando precipitar en la piel
el invierno de su lectura.
Con un café acompañaba
su paladar, mientras el mío
descubría la esencia del vino
desnudo sobre un diván.

¡Oh presencia que inflama
el deseo de abrazar la vida!
Cuando el brío de la luna
simula la seda en su cuerpo
esbelto y dormido
en mi pecho.

Y así fueron algunas noches,
la locura; la sombra y la amargura
cuando la voz disipaba en versos
y atentos mis oídos se encontraban,
con el final estremecer la piel.

Entre orgasmos ella pronunciaba
ese gemido delicado,
piadoso entre mi elevada imprudencia
mirar al cosmos hacia estrellas lejanas.
A veces el instante se hacía carne
mientras la pasión duraba
en sentido frenético
de tenernos como serpientes
permitiendo el pecado de la vida.


Venezuela, Caracas 23/10/2015
W.A