El Club de mi barrio (Social y Deportivo) es una
venerable institución igual a muchas existentes en
Buenos Aires. Antes en cada barrio había dos o tres
clubes, además de ateneos, etc.
El Club de mi barrio es uno de los pocos donde la
Cultura prima sobre el Deporte. Tenemos un cenáculo
donde nos reunimos permanentemente los que
profesamos amor por la literatura.
Ayer fui a saludar a mis antiguos conocidos y ver si me
puedo anotar en alguna clase de gimnasia o de yoga,
porque en el gimnasio de la vuelta de casa no me
quieren aceptar.
Ha habido muchos cambios en mi viejo club. Me puse a
recorrerlo acompañado por el nuevo administrador
quien estaba orgulloso de las nuevas instalaciones. En
el antiguo salón de actos, solo quedaba el escenario
con su cortinado de pana que era el orgullo de
nuestras madres que lo habían hecho en forma manual
y cooperando todas un poco.
Recuerdo que una vez hicimos Hamlet y que a mí me
vino una crisis nerviosa y en vez de decir la letra me
largué a reír descontroladamente y luego antes que
me sacaran a la rastra, vomité por todo el escenario.
Ahora el salón estaba lleno de unas máquinas
infernales (fierros, les llaman) para hacer toda clase
de ejercicios. Si querés endurecer un glúteo está esta
máquina, si querés tener músculos en el cogote, tenés
que usar esta otra y así todo. Yo solo quería mejorar
mi estado físico, no parecer Arnold Shuanosécuanto.
El administrador, un hombre muy amable, me
recomendó que tomara clases de tango. Casi le doy
una patada en los huevos. Yo les puedo enseñar a
todos estos imbéciles a bailar tango. ¡Tango de verdad!
No la mariconada que bailan ahora. Les puedo enseñar
a bailarlo de Salón, de Lujo, Arrabalero, Fantasía o
sencillamente como cuando uno baila con la hermana.
Lo que antes llamábamos pomposamente el Cenáculo,
donde nos reuníamos los que teníamos aficiones
literarias, ahora está lleno de ataúdes de cristal
donde se tuestan. Igual que las tostadas. Camas
solares les llaman.
Me despedí apresuradamente del Administrador quien
quería a toda costa continuar mostrándome el Club y
me fui derechito a lo de mi psicólogo, que también es
del barrio y nos conocemos desde niños.
--¿Estuvo bebiendo, Edgardo?—me preguntó
--¡Ni una sola gota! –le respondí –Vengo del Club, al
cual no había visto en años.
--Lo habrás encontrado muy cambiado – me dijo,
llevándose a la boca una pastilla antigases.
--La verdad es que está irreconocible.
--Y todo gracias a mi hijo, que es el Administrador
del Club.
Me paré de un salto y me fui sin despedirme. |